El silencio de los rehenes 

La visita del primer ministro de Israel al presidente de los Estados Unidos la semana pasada, la tercera en menos de seis meses, auguraba buenas y rápidas noticias respecto a la liberación de los rehenes israelíes en Gaza, y la finalización virtual o formal de este conflicto largo y cruel. Terminada la visita, la misma que empezó con un optimismo a veces desbordado, los resultados no se han concretado. Al menos al momento de escribir esta nota. 

De los 250 rehenes, quedan veinte con vida y treinta cadáveres. Los objetivos de la campaña de Israel son mutuamente excluyentes. Deponer a Hamás parece imposible de hacer rescatando también a los rehenes. O deponer a Hamás o traer a los secuestrados resulta una elección hipotética con resultados contradictorios. Igual, por más que Israel y los Estados Unidos lo pregonen, la verdad ha resultado en que es Hamás quien termina dictando la pauta de las prolongadas, indirectas y poco productivas negociaciones. 

Los eventos del siete de octubre de 2023 arrojaron ese mismo día 250 secuestrados y 1500 muertos israelíes. Las víctimas directas y las colaterales desde entonces, en todos los frentes librados, superan la cifra inicial con creces. La destrucción de Gaza y Hamás, los daños en el Líbano, y no contemos otros, no parecen haber justificado nunca la situación desatada. Es la insensatez de la violencia y la guerra. 

Con el pasar de los días, semanas y meses, llegamos a perder las perspectivas de lo ocurrido y de lo que va aconteciendo. Lo que empezó como una acción brutal de secuestro y asesinato en una localidad cercana a Gaza, terminó por configurar una nueva realidad global. La fisonomía y el equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente no es ni remotamente parecido a lo que era el 6 de octubre de 2023. Se vinieron abajo las máscaras de muchos, las intenciones de otros y, entre silencios y declaraciones se sabe quien apoya a quien de manera real.

Entre las cosas que han quedado muy claras, algunas son algo decepcionantes. En primer lugar, está la limitada capacidad de disuasión que Israel tuvo antes de los eventos trágicos. Y además de esto, la falla terrible de todo el aparataje de seguridad que pifió en varios escalones por no decir todos. A esto se le suma la terrible verdad de un poderoso ejército y una tecnificación de primera que no es del todo eficiente contra una guerra de guerrillas librada desde las profundidades de túneles largos e interconectados. La capacidad militar de Israel es impresionante frente a grandes enemigos, muy bien apertrechados y preparados. Hezbollah, Irán con todo su poderío, resultan adversarios algo más fáciles o predecibles. Las huestes de Hamás, escondidas y con los rehenes, resultan en algo muy difícil de descifrar.

El presidente Donald Trump, con su arrolladora personalidad y don de mando, ha hecho un esfuerzo para poner fin a las hostilidades, pasando por la liberación de los rehenes. Queda claro que por más fuerza y autoridad que se tenga, buenas intenciones y todo lo demás, esto no ha sido suficiente. Por ahora, Netanyahu regresa a casa con el buen sabor de una honrosa amistad, el mal gusto de la crisis sin resolver.

El abismo que separa las concepciones de vida entre las partes enfrentadas no logra cerrarse. Pendientes de amplios acuerdos de reconocimiento y paz que logren un Medio Oriente menos beligerante y un mundo algo más seguro, la frustración y cierto desespero se convierten en la rutina de una sociedad israelí que sufre por sus ciudadanos en Gaza, los vivos y los muertos. Se reclaman unos a otros, en el fondo todos saben que el problema no se resuelve solo con las buenas intenciones y acciones de casa.

Mientras todo esto ocurre con cotidiano y desesperante ritmo, los secuestrados siguen en su prisión, sus familiares y seres queridos en la angustia de todo momento, esperando el desenlace de unas negociaciones que no terminan de cuajar. No les sirven las frías estadísticas, crueles por demás, que señalan que sólo quedan cincuenta rehenes de los doscientos cincuenta, o que han sido más los que regresaron con vida que aquellos que no tuvieron esa suerte. Tampoco consuela si el rescate se debe a la presión militar o a las negociaciones, o a ambas.

La sociedad israelí tiene como valor fundamental la vida. También, el bienestar y el honor de sus militares. Porque las Fuerzas de Defensa de Israel se componen de jóvenes que prestan servicio militar obligatorio, de lo cuales algunos siguen la carrera militar y todos deben acudir, todos los años, una vez terminado el período obligatorio, a una pasantía anual de rigor. La certeza de saber que hay soldados y civiles en manos en Gaza deja en todo Israel un sentimiento de traición y abandono que produce angustia y frustración. Ninguna victoria, grande o pequeña, ningún logro obtenido es capaz de borrar esta sensación por demás terrible.

Mientras las dinámicas en todas partes siguen su lento y continuado devenir, en las conciencias de los incomprendidos y sufridos israelíes retumba el silencio de los inocentes. Aquellos que persisten vivos y muertos en los túneles de la muerte.

Elías Farache S.

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