En medio de enfrentamientos letales en Suwayda, Israel bombardea posiciones sirias y refuerza su alianza histórica con la comunidad drusa, mientras crecen las tensiones con el nuevo régimen de Damasco.
Una fe hermética atrapada en el fuego cruzado
La reciente escalada de violencia en el sur de Siria ha vuelto a colocar a la comunidad drusa en el centro del convulsionado tablero geopolítico de Medio Oriente. Más de 250 personas murieron en los enfrentamientos en Suwayda, bastión druso conocido como la “Montaña de los Drusos”, lo que provocó una intervención directa del gobierno sirio y una contundente respuesta militar por parte de Israel.
Los drusos son una minoría étnico-religiosa que cuenta con cerca de un millón de miembros, dispersos principalmente en Siria, Líbano, Israel y Jordania. Su fe, surgida en Egipto en el siglo XI a partir del islam chiíta ismailí, se caracteriza por su hermetismo: no acepta conversos ni matrimonios mixtos, prohíbe el proselitismo y promueve la reencarnación como pilar espiritual.
Aunque están divididos entre varios países, los drusos conservan fuertes lazos culturales y familiares transfronterizos. En Siria, su presencia se concentra en Suwayda y algunos suburbios de Damasco; en Israel, residen principalmente en Galilea, el Carmelo y los Altos del Golán.
Israel: un vínculo singular con los drusos
La relación entre Israel y su comunidad drusa —más de 140.000 ciudadanos— es única entre las minorías árabes del país. Desde 1957, los hombres drusos sirven obligatoriamente en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), y muchos han alcanzado rangos altos en el ejército y cuerpos de seguridad.
Ese “pacto de sangre” ha generado un compromiso histórico que también se extiende más allá de las fronteras del Estado. En respuesta a la represión del nuevo gobierno sirio contra los drusos, Israel bombardeó posiciones militares en Siria, declaró una zona desmilitarizada en la frontera suroeste y aseguró que no permitirá que la comunidad drusa sea objeto de violencia sectaria.
“El vínculo con nuestros ciudadanos drusos y sus familias en Siria nos obliga moralmente a actuar”, expresó la oficina del primer ministro Benjamín Netanyahu. Israel también enfrenta presión interna de su propia población drusa para intervenir y proteger a sus correligionarios.
Siria pos-Assad: nuevos rostros, mismas amenazas
Desde la caída de Bashar al Assad en diciembre de 2024, Siria vive una transición marcada por incertidumbre. El nuevo presidente, Ahmed al-Sharaa —ex yihadista vinculado a Al Qaeda—, prometió inclusión y estabilidad, pero los hechos muestran una realidad más compleja. La violencia sectaria no ha cesado, y el desarme forzado de las milicias drusas ha generado una profunda tensión con la comunidad.
Los drusos exigen conservar sus armas y autonomía militar, desconfían del liderazgo islamista de al-Sharaa y denuncian la escasa representación en el nuevo gobierno, que apenas incluye un ministro druso.
Durante los enfrentamientos recientes, surgieron denuncias de ejecuciones sumarias y saqueos por parte de las fuerzas de seguridad sirias. Mientras tanto, el líder espiritual druso, Hikmat al-Hijri, pidió públicamente la intervención internacional para frenar lo que describió como una “guerra de exterminio”.
No obstante, otros líderes drusos respaldaron la acción estatal en Suwayda, abogando por el diálogo con Damasco y la entrega de armas por parte de las milicias locales, lo que refleja una fractura interna en la dirigencia drusa siria.
Normalización imposible en medio de bombardeos
A pesar de que Estados Unidos impulsa la normalización de relaciones entre Israel y Siria —con la esperanza de incluir a Damasco en los Acuerdos de Abraham—, la realidad sobre el terreno lo dificulta. Israel mantiene ataques frecuentes contra Siria con el objetivo de evitar la reestructuración de su aparato militar y frenar el avance de grupos extremistas cerca de su frontera.
Si bien se han producido contactos directos e indirectos entre ambos gobiernos, la postura oficial israelí hacia al-Sharaa sigue siendo de profunda desconfianza. Netanyahu ha calificado al nuevo régimen como
“extremista islámico” y lo vincula al riesgo de nuevos atentados como el del 7 de octubre de 2023.
En ese contexto, cualquier intento de reconciliación o acuerdo de paz se ve comprometido por los misiles en el aire y las acusaciones cruzadas en la arena diplomática.

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