Walter Benjamín, una vida que acabó en tragedia

El escritor alemán de origen judío Walter Benjamín es uno de los grandes críticos literarios del siglo XX y me atrevería decir que el emblema de toda una generación de creadores, escritores, artistas y grandes profesionales en casi todas las áreas que tuvieron que abandonar Alemania, Austria y otros países por la persecución a la que estaban siendo sometidos millones de judíos durante la era infausta (1933-1945). 

Por Ricardo Angoso

Benjamín, nacido en 1892, destacó muy pronto como filósofo, traductor, ensayista y escritor, pero sobre todo deslumbró como crítico literario. Asiduo a los círculos literarios y políticos del Berlín previo a la Primera Guerra Mundial y después de la posguerra, fue un testigo de excepción del ascenso del nazismo al poder, en aquellos “felices años veinte”, y tras el incendio del parlamento alemán, el Reichstag, el 27 de febrero de 1933, Benjamín decidió exiliarse en París. Presentía el aliento asesino en la nuca.

Aparte de su relevancia intelectual, el filósofo y escritor fue amigo de Ernst Bloch, Bertolt Brecht, Rainer María Rilke, Gershom Scholem y Theodor Adorno, entre otros grandes creadores de su tiempo. Camino a su exilio, se alojaría en casa de Brecht, en Svendborg (Dinamarca), y más tarde se instalaría en París, donde pasaría por graves problemas económicos y donde seguiría manteniendo una actividad intelectual casi frenética, muy centrada en sus estudios literarios, artísticos y filosóficos. También llevó a cabo una gran correspondencia con grandes figuras de la escena europea de ese momento transcendental. 

En septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por Alemania, comienza la Segunda Guerra Mundial y el ambiente se va caldeando en Europa. Benjamín comprende que ya nunca volvería a su país y menos a Berlín. En esa época, de enorme intercambio epistolar con el filósofo Adorno, Benjamín es invitado por su amigo a emigrar a los Estados Unidos, donde se había exiliado huyendo de la bestia nazi. Precisamente Adorno, ya conocido internacionalmente, le había ayudado a obtener las visas de tránsito en España y de entrada en Estados Unidos, algo crucial en aquellos tiempos terribles.

En aquellas fechas, Benjamín había manifestado en algunas de sus cartas como muy cansado, enfermo y con un estado físico con graves problemas de salud.  Mientras tanto, la situación en Europa se deteriora paulatinamente. Un ataque relámpago alemán ocupa rápidamente los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. El 14 de junio de 1940, tras la sorpresiva ocupación de la capital francesa por las tropas nazis, Benjamín huye de París. Ser judío de origen alemán no era la mejor carta de presentación en ese París ya sumido en la barbarie nazi; muy pronto comenzarían a salir desde Francia los trenes de ganado repletos de judíos hacia los campos de la muerte. 

Benjamín, uniéndose a otro hombres y mujeres que huían del asedio nazi, llegó a la ciudad fronteriza de Portbou el 25 de septiembre de 1940, donde se alojaría en el Hotel Francia. Al parecer, según algunos testigos de las últimas jornadas de Benjamín, se encontraba en un mal estado de salud. En el puesto de policía de la estación fue interceptado por la policía española porque carecía de la visa requerida de salida de Francia y no se le permitió seguir el viaje con el grupo que iba hasta Lisboa para tomar el barco que le llevaría hacia los Estados Unidos. Temeroso de caer en manos de la Gestapo, que ya operaba en Francia, y en vista de que tampoco podía volver a París, Benjamín se tomó una cápsula de morfina que siempre lleva con él y se quitó la vida el 26 de septiembre de 1940.

SUICIDIO EN PORTBOU

Unos días más tarde, las autoridades españolas eliminaron ese requisito de la visa de salida, pero ya era demasiado tarde para Benjamín y su largo viaje huyendo de los fascistas terminaría en el Hotel Francia de Portbou. Los compañeros ocasionales de viaje pagaron el alquiler del nicho 563 por cinco años en el cementerio católico de Portbou, pese a que oficialmente Benjamín era judío, donde descansaron los restos del filósofo hasta que fueron trasladados al osario del cementerio. Tras la muerte de Benjamín y la derrota de la Alemania nazi, en 1945, sus obras fueron traducidas al alemán y a otras lenguas y su reconocimiento oficial en los círculos académicos de este país, aunque modestos, todo hay que decirlo, llegarían después de muerto. 

Pese a toda una serie de rumores, versiones contradictorias e incluso teorías conspiranoicas, entre las que destacan a la Gestapo, agentes de Franco y al mismísimo Stalin de estar detrás del “asesinato” del escritor, el suicidio de Benjamín es totalmente aceptado por las fuertes más refútalas, solventes y serias, sin dejar ningún lugar para la duda. En casi todas sus biografías más rigurosas aparece esta nota que escribió Benjamín el día antes de su suicidio, el 25 de septiembre de 1940, que reproduzco literalmente:

“En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir”.

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