Visitar Israel hoy es mucho más que recorrer lugares históricos o caminar por las calles de Jerusalén. Es adentrarse en una realidad compleja, donde la vida cotidiana convive con los ecos del conflicto, y donde cada rincón refleja una historia que las redes sociales difícilmente pueden contar con justicia.
Una reciente delegación latinoamericana – de la cual formé parte – integrada por comunicadores de Argentina, México y Costa Rica, tuvo la oportunidad de recorrer el país con una misión clara: generar contenido que desmonte mitos y desinforme menos. El recorrido no fue turístico. Incluyó zonas como el kibutz Nir Oz, uno de los más castigados por los ataques del 7 de octubre, y el sitio del festival Nova, donde una explosión irrumpió incluso durante una ceremonia militar. Allí, la tensión no es un dato, sino una experiencia sensorial: zumbidos de drones, explosiones a lo lejos, humo en el horizonte.
Pero el viaje también reveló otra cara de Israel. Proyectos sociales como Shalva —que asiste a niños con discapacidades— y Save a Child’s Heart —que opera a menores de todo el mundo, incluso de Gaza— desarman, en el terreno, la narrativa de un país indiferente. Lo humanitario no es una estrategia de imagen: es política real.
En paralelo, se debatió sobre cómo enfrentar la guerra comunicacional. La viralidad, muchas veces alimentada por falsedades, corre con ventaja frente al contenido responsable. Sin embargo, creadores de distintas partes del mundo coincidieron en algo esencial: la verdad no puede sacrificarse por clicks. La lucha es desigual, sí, pero renunciar a la ética informativa solo refuerza el juego del que más manipula.
La experiencia dejó una conclusión contundente: estar en el terreno cambia la perspectiva. Más allá del ruido digital, la única forma de entender la región es vivirla. Y en esa vivencia, hay mucho que decir y aún más que escuchar.
