Odio gratuito

Confundir nuestra sensibilidad con nuestro grado de lealtad es un error. Confundir nuestra sensibilidad respecto del enemigo con nuestro grado de lealtad a nuestra causa también lo es.

Sufrimos por Israel porque Israel ‘es familia’; sufrimos por Gaza porque somos humanos. Medir la lealtad a nuestra causa con la vara de la sensibilidad o el sufrimiento es confundir los valores.

No hace mucho me dijeron que, post #Oct7, se había instalado entre judíos una ‘competencia’ acerca de ‘a quién le duele más Israel’. La compulsión de un grupo a manifestar públicamente su ‘sensibilidad’ y al mismo tiempo juzgar, implícitamente, a quienes elegían no expresarse.

Hace poco escuché otro concepto: ‘CV’, ‘competitive victimization’.

Victimización competitiva. Es un concepto que surge del ámbito académico israelí, no es un recurso retórico. Refiere a la guerra real y a la guerra mediática acerca de quién es la víctima y quién el perpetrador. O sea: quién es LA víctima definitiva.

Ambas percepciones pertenecen a la categoría de ‘opinión pública’. Ambas se viralizan, son un discurso que se propaga e instala. Responden a una realidad; son una respuesta a un trauma. No son percepciones inofensivas: nos llevan a perdemos en laberintos éticos, nos ciegan a ver las paradojas que están ante nuestros ojos.

Esta semana conmemoramos Tisha BeAv, la fecha que recuerda desde la caída de los dos templos de Jerusalém hasta la caída la Amia en Buenos Aires. La tradición rabínica nos inculcó que las causas de la destrucción fue el ‘odio gratuito’: un odio irracional y estéril.

En 2023 Israel en particular y el pueblo judío en general se vieron arrastrados a un cisma de proporciones históricas. Si algo se pareció alguna vez a aquel ‘odio gratuito’, los meses previos a #Oct7 califican sobradamente.

El pogromo de Hamas generó una unidad indiscutida e imprescindible pero postergó las profundas divisiones que nos habían atravesado a todos. Todo se postergó para ‘cuando termine la guerra’.

En dieciocho meses Israel dio vuelta la situación derrotando al ‘imperio’ agresor (Irán y sus proxis), algo impensable hace dos mil años respecto a Roma. Es la ventaja de vivir en tiempo de la revolución tecnológica.

Pero la guerra que comenzó en #Oct7 en Gaza está perdida desde aquel día. Mil doscientos civiles asesinados en pocas horas y doscientos cincuenta rehenes de los cuales cincuenta aún yacen en Gaza no califica como triunfo bajo ningún criterio. Tal como están las cosas, no hay miras de que termine.

La destrucción absoluta de Hamas tiene como consecuencia la destrucción de Gaza. Esas suelen ser las consecuencias de la guerra. Los ojos y la presión mundial están puestos en esa situación que nos ha entrampado a todos. Cito a Ari Shavit: ‘nos tienen agarrados por las pelotas y nosotros los tenemos agarrados por el cuello. Ellos aprietan, nosotros apretamos’.
Gaza sigue ahí y el antisemitismo sigue intacto, creativo y revitalizado.

La competencia por la victimización crece, la confusión entre sensibilidad y lealtad nos desafía.

Estamos a dos meses de Iom Kipur: la frustración y el dolor nos enfrentan unos a otros. Como si fuera un ‘vidui’ (acuse de culpa) de la liturgia, nos acusamos, nos distanciamos, nos culpamos, nos agredimos. Despreciamos al prójimo. Nos ofuscamos, Blandimos el garrote. Nos atribuimos la cualidad del ‘humanismo’ como si hubiera judíos que no lo fueran.

Usando los términos rabínicos, hemos sucumbido al ‘odio gratuito’. Lo que hemos ganado por la revolución tecnológica en el campo de batalla en dos mil años lo perdemos por la auto-complacencia moral, como si estos dos mil años hubieran pasado en vano.

Estoy convencido que no habrá caída de un ‘tercer templo’, Israel. También me niego a creer que no podamos superar un odio que, en sus consecuencias, de gratuito no tiene nada. Es demoledor. Nos tiene contra las cuerdas. Pudimos enfrentar a Irán pero parece difícil que nos enfrentemos a nuestra propia historia, nuestros propios fantasmas.