En un mundo cada vez más marcado por el individualismo y la indiferencia, la reflexión sobre la justicia colectiva se vuelve urgente. El relato bíblico de Abraham intercediendo por las ciudades corruptas de Sodoma y Gomorra nos invita a cuestionar nuestro compromiso con el prójimo y los valores compartidos. Abraham no solo negoció con lo divino, sino que también encarnó la persistencia en la búsqueda de la justicia, incluso cuando parecía casi imposible encontrarla.
Hoy, esa historia antigua resuena con fuerza en nuestra realidad contemporánea, donde muchas veces prima el “salvate como puedas” y el desinterés por el bienestar común. Esta actitud erosiona el tejido social y pone en riesgo no solo el sentido de comunidad, sino también la esperanza de un futuro más justo.
La pregunta que queda abierta es si en estos tiempos difíciles aún pueden surgir “los justos”, esas personas dispuestas a luchar contra la corriente cultural para defender la justicia y la solidaridad. La misericordia y la generosidad no están ausentes, pero requieren ser encarnadas por cada uno de nosotros para que la historia no se repita de manera trágica.
Más que nunca, el desafío está en recuperar el valor del otro, de lo colectivo, y en reafirmar nuestro compromiso con una justicia que incluya y fortalezca a toda la sociedad.
Ser un hijo digno de Abraham es el llamado.
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