A pocos pasos de la casa natal de Vlad Dracul, la figura histórica que inspiró al mítico Conde Drácula, se alza una sinagoga centenaria en medio de un pueblo de postal. Sin embargo, ya no queda ni un solo judío en Sighișoara.
Construida en 1903, la sinagoga fue el corazón espiritual de unas 200 familias judías de habla yiddish. Pero tras el Holocausto y décadas de emigración, la última oración se celebró en 1984. Desde 2009, cuando falleció el último judío del pueblo, el edificio permanece vacío.
En los años 30, Rumania albergaba cerca de 800.000 judíos, siendo la cuarta comunidad judía más grande del mundo. Hoy, quedan apenas unos 2.500 judíos en una nación de 19 millones de habitantes, la mayoría ancianos. En Bucarest, de las 150 sinagogas que existían, sobreviven apenas unas pocas activas.
Aunque los ataques antisemitas no son nuevos en Rumania, incluso la sinagoga de Sighișoara fue vandalizada en 2014 y 2015, el contexto actual es más alarmante. Según Alexandru Muraru, parlamentario rumano y vicepresidente del Partido Nacional Liberal, “la situación está empeorando, sin duda”.
Además, la extrema derecha ha resurgido con fuerza política. En las elecciones presidenciales de 2025, más de 5.3 millones de rumanos votaron por un candidato ultranacionalista: George Simion, líder del partido AUR (Alianza para la Unidad de Rumania), acusado de minimizar el Holocausto y vinculado con discursos xenófobos.
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