Los constructores de la escalera del odio

Hoy existe un fervor enfermizo desde la burocracia de la ONU y de muchos de los Estados miembros que la integran, para borrar el 7 de octubre de 2023. Y si no se puede borrar, minimizarlo. En la vorágine de inmediatez en la cual el hombre común está sumergido, vale más una noticia falsa en cualquier red social que la realidad, aunque ésta incluso suceda delante de sus ojos. Las víctimas directas del pogromo de Hamas, sus familias y toda la nación judía – agredida y amenazada desde ese momento como nunca desde 1945- somos quienes no vamos a titubear en poner todas las barreras existentes para que la campaña del olvido del ataque de Hamas, Yihad Islámica, amparados en Irán, y todos sus cómplices y satélites políticos en el mundo, jamás pueda imponerse por sobre los hechos de barbarie que ya casi cumplen dos años.

La desvergüenza por querer amparar a Hamas se inició cuando aún Israel no había podido siquiera enterrar a sus asesinados, torturados, quemados. Los primeros mojones de una nueva escalera de odio se han querido cementar sobre bebés despedazados, mujeres descuartizadas, jóvenes quemados vivos. El 24 de octubre de 2023, 17 días después del latrocinio terrorista de Hamas, el secretario general de la ONU Antonio Guterres, en un discurso inflamatorio y vejatorio para las víctimas del 7/10, como lo siguió haciendo hasta hoy sin descanso, dijo la recordada, malhadada y repulsiva frase: “…Es importante reconocer también que los ataques de Hamás no ocurrieron en el vacío”. Y agregó: “El pueblo palestino ha estado sometido a 56 años de ocupación asfixiante. Han visto su tierra devorada constantemente y azotada por la violencia; su economía asfixiada. Sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han desvanecido”. La descarada justificación del intento de genocidio de Hamas que el propio Hamas admitió y admite, tuvo entonces alguna frase tan vil como las demás cuando Guterres siguió mintiendo al señalar: “Lamento y honro a las docenas de colegas de la ONU que trabajan para UNRWA que murieron en los bombardeos de Gaza durante las últimas dos semanas”. Guterres sabía y sabe qué hizo UNRWA el 7 de octubre acompañando a los miles de bárbaros del Hamas asesinando a diestra y siniestra, y más aún, nunca tuvo el coraje y menos la decencia de admitir cómo UNWRA, brazo central de Hamas en Gaza, torturó secuestrados y violó secuestradas. Ese 24 de octubre del 23, Guterres finalizó sus dantescas expresiones diciendo que “…Debemos hacer frente a las fuerzas del antisemitismo, la intolerancia anti musulmana y todas las formas de odio”. Al primero que se debía haber enfrentado en ese mismo momento era a él y sus burócratas por tanto antisemitismo y odio. Pero ha prevalecido la complicidad. Mientras presentaba la realidad que se vivía en Israel exactamente al revés, con su vocinglería tapaba todo lo que podía de la guerra contra Ucrania, donde Rusia asesinaba decenas de miles de civiles y hoy en día se cuentan además más de un millón de soldados muertos de ambos bandos. El tiro al blanco contra Israel siempre le resulta más fácil a alguien como el secretario general que enfrentarse con los poderosos mercaderes de la muerte.

A la sombra y amparo de esta organización hoy desbordadamente fraudulenta que no aúna naciones sino cómplices, han crecido y crecen los que construyen todos los escalones necesarios para que la escalera del odio sea cada día mayor y el encubrimiento y la negación de barbaries aumenten impunemente. Un ejemplo emblemático es la abogada italiana Francesca Albanese que en 2022 fue nombrada relatora especial de Naciones Unidas para lo que denominaron “territorios ocupados”. El mandato de tres años ya ha sido renovado por tres más. ¿No había antecedentes de Albanese? Uno muy claro, que seguramente le dio el cargo, ya que de corrupción y amoralidad estamos hablando. En 2014, Albanese hizo pública una declaración: “Estados Unidos está bajo el yugo del lobby judío; Europa carga con la culpa del Holocausto. En consecuencia, siempre se condena a los palestinos en lugar de hacerlo con Israel”. Su antisemitismo visceral se juntaba ya en 2014 con políticos de izquierda tales como Lula y su mente afiebrada por el antisemitismo, cuando a pesar de que Israel entonces se defendió de 5 mil cohetes de Hamas contra civiles y tres secuestros, dijeron igual que Israel estaba cometiendo “genocidio”. Albanese se abrazó a Lula con ese agravio como lo hizo la izquierda latinoamericana y europea. Ni la verdad ni la realidad importaron entonces y ahora tampoco. Albanese siguió subiendo la escalera del odio antes de su designación en 2022. Escribió reiteradamente que “Gaza era el campo de concentración más grande de este siglo”, pero a nadie en la ONU le molestó ni su libelo ni que Gaza estuviera gobernada, dominada y sojuzgada desde 2007 por Hamas, que derrocó a la Autoridad Palestina que había recibido todo el territorio en 2005 cuando Israel se retiró de allí. Si era un campo de concentración, lo era bajo el dominio extremista islámico radical de Hamas.
En noviembre de 2022, ya en su cargo de relatora, Albanese participó en una reunión organizada por Hamas y la Yihad Islámica, y les dijo a sus líderes: “Ustedes tienen el derecho a resistir la ocupación. Israel dice que la resistencia es terrorismo pero la ocupación requiere y genera violencia”. Esta incitación al odio que tuvo su más bestial consecuencia el 7 de octubre fue criticada por Europa y Estados Unidos, pero no le pidieron cuentas a Guterres, que con su comportamiento de silencio y quietud no hizo otra cosa que avalarlo. Una funcionaria de la ONU instó a Hamas a atacar a Israel sobre la base de una ocupación inexistente y ni sus empleadores ni los dueños del Consejo de Seguridad con derecho a veto hicieron nada. Hamas sintió que tenía luz verde y vaya si la tuvo. Sin esa luz verde el 7/10 no se hubiera producido con la impunidad que tuvo, y mucho menos con la que tiene hoy cuando se insiste en aplastar la memoria del pogromo de 2023.

A pesar de los graves delitos cometidos por Albanese, la protección que recibe de las jerarquías de la ONU, le permite redoblar sus apuestas. Aún cuando en un hecho que no tiene precedentes, Estados Unidos ha sido el único que se hartó de Albanese y le ha impuesto graves sanciones en julio de este año por considerar su brutal antisemitismo definitivamente inaceptable, mientras que las críticas europeas, para variar, son más retóricas que prácticas. Guterres ha desafiado a quienes critican el despreciable rol de Albanese y le renovó el contrato como ya hemos señalado.

Cuando la ONU apoya a un relator o relatora como lo hace con la abogada italiana, que, en lugar de cumplir su misión, sólo se dedica a hacer campaña a favor de una de las partes, el organismo demuestra lo rápido que transcurre su degradación. Albanese nunca hizo su tarea y es obvio que no la va a hacer. Como abogada es una defensora del terrorismo, jamás ha dicho una palabra de la barbarie del 7/10, y en todas sus apariciones pública busca exacerbar los ánimos ya que no le alcanzó su visto bueno a la matanza de Hamas, sino que busca cómo incitar a que se multipliquen los actos de violencia antisemita que asolan Europa. Hay gobiernos europeos que han dicho que su tarea daña irremediablemente la credibilidad de la ONU. En eso también se equivocan. No es Albanese quien daña a la ONU, sino que los jerarcas de la organización aceptando sus discursos difamatorios se hacen a sí mismos el daño definitivo que están generando, construyendo escaleras de odio y no edificios de paz. Esto último fue la quimera de 1945, hoy, pisoteada y burlada soezmente.

Albanese no está sola en las atrocidades que le permiten hacer desde su cargo en la ONU. Hace dos meses en esta columna mencionamos al subsecretario de ayuda humanitaria, el inglés Tom Fletcher. A principios de junio, en una entrevista con la BBC afirmó que Israel “está privando de alimentos deliberadamente a la población de Gaza, lo que implica crímenes de guerra intencionales”. Una semana antes, Fletcher se vio obligado a retractarse de una afirmación falsa de que 14.000 bebés podrían morir en 48 horas si no se permitía la entrada de ayuda a Gaza. La propia ONU aclaró posteriormente que la cifra, tomada de una proyección anual sobre la desnutrición, estaba gravemente tergiversada. Fletcher admitió que estaban “desesperados por conseguir esa ayuda”, por lo que flexibilizaron sus criterios de precisión. Su intención era engañar, y punto. Jerusalén Post escribió entonces: “Fletcher culpa completamente a Israel. No menciona a los rehenes israelíes que aún se consumen en cautiverio de Hamás. No reconoce el abuso de la infraestructura humanitaria por parte del grupo terrorista. No condena el uso de escudos civiles por parte de Hamás. Simplemente critica implacable y miope al único bando en esta guerra que es a la vez una democracia y un Estado miembro de la ONU. Es teatro político en su máxima expresión y otro ejemplo de la absoluta inutilidad de las Naciones Unidas”.

Es un teatro que ha causado y causa daños irreparables. Hace informes sobre hambruna con índices falsos que incrementan la violencia; se ha olvidado de millones de víctimas del hambre real y de enfermedades mortales en África; es inútil para evitar la destrucción de millones de haitianos; con su desidia y desprecio por el prójimo ha apenas mirado con ojos miopes las matanzas rusas contra ucranianos por más de tres años. Los secuestrados por Hamas no son tema de la ONU. Pero sus familias y toda la nación judía recordará siempre que fue una funcionaria de la ONU quien dijo en ejercicio de su cargo que Hamas podía hacer lo que hizo y sigue haciendo. Es difícil encontrar un contexto más miserable y despreciable.