Fin de las vacaciones, esperando a los jaguim

Israel atraviesa un verano marcado por dificultades que trascienden lo climático. A las temperaturas extremas se suma una crisis en el sector turístico y en la movilidad internacional, que afecta tanto a familias como a la economía en general. Desde la pandemia de COVID-19, pasando por los conflictos bélicos y las restricciones aéreas, los israelíes no logran disfrutar de unas vacaciones normales desde hace cinco años.

Las limitaciones en los vuelos internacionales han encarecido de manera significativa el costo de viajar al exterior. Con aerolíneas que aún no han retomado operaciones hacia Israel, los precios de los pasajes se dispararon a niveles insostenibles: un ticket a Londres o Nueva York puede llegar a superar los 2.000 o 3.000 dólares, mientras que compañías como British Airways o Swiss aún mantienen suspendidas sus rutas hacia Tel Aviv.

Ante esta realidad, la alternativa del turismo interno tampoco resulta accesible. Los hoteles en ciudades como Jerusalén o Tel Aviv presentan tarifas de entre 500 y 700 dólares por noche, lo que convierte a una semana de vacaciones familiares en un gasto superior a los 5.000 dólares. El encierro relativo impacta no solo en los hogares, sino también en la industria turística, que sobrevive sin visitantes extranjeros y con miles de trabajadores en situación vulnerable.

La situación deja a Israel en un escenario de aislamiento, descrito por economistas como una “isla desconectada”. Con la falta de conectividad aérea, precios en alza y tensiones sociales, la incertidumbre crece de cara a los próximos jaguim. Más allá de lo festivo, la preocupación central es si la población podrá encontrar un respiro real en medio de un contexto económico y político cada vez más complejo.