Entre las callejuelas estrechas y las puertas cerradas del antiguo barrio judío de Damasco, Badriyah Mousa Shatah camina en silencio, señalando con la mano: “Esta era una casa judía, y esa también. Todo esto era nuestro”.
Shatah, de 56 años, es una de las últimas cinco personas judías que permanecen en Siria. Su historia es la de una mujer que decidió quedarse mientras miles huían, y ahora vive atrapada entre las ruinas de una comunidad que ya no existe.
Antes de 1948, se estimaba que más de 100.000 judíos vivían en Siria. El barrio de Harat al-Yahud en Damasco era un centro de vida judía con escuelas, sinagogas, carnicerías kosher y tiendas de judaica. Hoy, todo eso ha desaparecido.
Las políticas represivas que siguieron a la creación del Estado de Israel incluyeron la confiscación de bienes, la prohibición de emigrar a Israel y la vigilancia constante. En 1992, tras un acuerdo con Hafez al-Assad, la mayoría de los judíos restantes lograron salir. Shatah, sin embargo, decidió quedarse.
Desde entonces, la vida judía en Siria ha desaparecido casi por completo. “No hemos tenido un minyán en al menos diez años”, dice, en referencia al quórum mínimo necesario para ciertas oraciones judías. Las sinagogas están cerradas, las festividades se celebran en silencio o no se celebran en absoluto.
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