Si yo fuera judío: Las llaves que aún cuelgan del alma

Por mi ADN corre apenas un cinco por ciento de sangre judía. Pero mi alma se identifica cien por ciento con ellos. Con sus virtudes y sus errores. Con su historia milenaria, con su dolor, con su luz. Porque ser judío no es solo pertenecer: es recordar, resistir, reconstruir.

Ricardo Sánchez Serra*

Más de cinco mil años en Israel. Más de cinco mil años de pactos, de exilios, de reconstrucciones. El pueblo judío ha sido perseguido por imperios, por cruzadas, por inquisiciones, por ideologías modernas que disfrazan el odio con discursos de justicia. Desde Babilonia hasta Berlín, desde Roma hasta Moscú, desde el Reino de España hasta los campos de exterminio. Y aún así, aquí están. Vivos.

Muchos fueron expulsados en 1492, cuando el Reino de España cerró sus puertas y abrió el exilio. Pero no se llevaron solo maletas: se llevaron llaves. Llaves de casas que ya no existen, pero que aún cuelgan del cuello de sus descendientes. Llaves que no abren puertas, pero sí memorias. En Salónica, en Estambul, en Fez, los judíos ladinos siguieron hablando el idioma de Cervantes, como si el exilio no pudiera borrar la lengua del alma.

Luego vinieron las cruzadas, que decían rescatar Jerusalén mientras arrasaban comunidades enteras. Vinieron los pogromos, las conversiones forzadas, las humillaciones públicas. Y después, el siglo XX. El Holocausto. Auschwitz. Treblinka. Los trenes sin retorno. Las cámaras de gas. Todos tenemos algún pariente -aunque sea en la memoria universal- que fue silenciado por el nazismo. ¿Cómo olvidar? ¿Cómo no estremecerse ante el eco de los nombres borrados?

Y en medio de ese silencio, muchos aún susurran el nombre de Dios. No como respuesta, sino como compañía. Porque incluso cuando todo se perdió, la fe fue lo último que se extinguió. En los campos, en los sótanos, en los suspiros finales, se escuchó el Shemá Israel: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno.”

Visitar Yad Vashem es mirar al abismo. Es ver las cenizas de nuestros antecesores, los gritos congelados en vitrinas, los zapatos de niños que nunca volvieron. Es ver al humano que se deshumaniza. Es preguntarse, con el alma rota: ¿cómo pudo suceder esto? Y no hay respuesta. Solo silencio. Solo memoria. Solo la promesa de no repetir.

Y cuando el mundo prometió “nunca más”, vino el antisionismo. La nueva máscara del mismo veneno. Nos dijeron que no podíamos tener patria, que no podíamos defendernos, que no podíamos llorar a nuestros muertos sin ser acusados. Nos acusaron de controlar el mundo, de conspirar, de manipular. La mentira de Los Protocolos de los Sabios de Sion sigue circulando como si el odio no tuviera fecha de caducidad.

Y ahora, Gaza. Otra herida abierta. Otra página escrita con sangre y rehenes. Nos critican, nos condenan, nos señalan. Pero yo quiero vivos a mis secuestrados. No quiero que sus nombres se pierdan entre cifras, ni que sus rostros se diluyan en titulares. Son hijos, madres, abuelos. Son parte de esa llama que no se apaga. Y mientras el mundo debate, nosotros rezamos. Mientras otros justifican, nosotros buscamos. Porque cada vida importa. Porque cada rehén es una llave más que no debe oxidarse.

Israel no es solo un país. Es el refugio de los que no tenían dónde volver. Es el hogar de los que guardaron llaves durante siglos. Es la respuesta a quienes dijeron que no merecíamos existir. Y por eso, hay quienes quieren destruirlo. No por lo que hace, sino por lo que representa: la dignidad de un pueblo que no se rinde. “El pueblo judío ha sobrevivido no porque haya sido más fuerte, sino porque ha sabido recordar”, afirmaba Simon Wiesenthal

Si yo fuera judío -y quizás lo soy, aunque sea en espíritu- caminaría con la frente en alto, con la llave colgando del alma, con la historia en la espalda y con la esperanza en el corazón. Porque ser judío es haber sido perseguido por imperios… y aún así, estar vivo.

Y si el mundo insiste en olvidar, yo insistiré en recordar. Porque la memoria es resistencia. Y la vida, después de todo, es el mayor acto de fe.

*Premio Mundial de Periodismo “Visión Honesta 2023”

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