En un mundo sin ley 

Algunos eventos que se suceden en nuestros días nos pintan un mundo sin ley. Un mundo muy moderno, con avances tecnológicos que nos dejan asombrados, pero con muchas situaciones donde impera lo contrario a lo que debería ser la humanidad.

Una de las situaciones que más llaman la atención es la falta de respeto hacia la institucionalidad y las instituciones. Estas no parecen ejercer autoridad en los momentos que son muy necesarios, ni tampoco se pueda decir que tengan el respeto que merecen. Mientras menos ejercen su función, más decae su estatus. Peor se pone todo. Las iniciativas particulares se convierten en las que resuelven algo puntual, deteriorando la globalidad.

Veamos con algunos ejemplos. Las Naciones Unidas no han podido poner coto a muchos problemas, entre ellos el del terrorismo. Los países azotados por este fenómeno deben tomar acciones propias, la institucionalidad se deteriora. Quienes están fuera de la ley se empoderan. Es un problema que las Naciones Unidas se hayan constituido en un foro cuyas deliberaciones y votaciones se manejan por bloques de intereses y poder, no por principios de humanidad y coexistencia. El resultado es la institucionalidad deteriorada.

En nuestros días el terrorismo y el secuestro se han convertido en instrumentos de negociación muy poderosos. No solamente por la naturaleza violenta asociada a ello, también y aún más por el reconocimiento y tolerancia que se les tiene. Es el caso de Israel, un país que se jactaba de no negociar con nadie relacionado al terror, y sin embargo dentro del mismo país se critica al gobierno por no negociar con una contraparte, por vía ya no tan indirecta, que es calificada como terrorista por buena parte del mundo. Un mundo que exige también negociar.

El lunes 8 de septiembre de 2025 hubo un atentado en Jerusalén donde perecieron seis personas en su tránsito como ciudadanos de a pie yendo a sus actividades diarias. Grupos terroristas se adjudicaron la acción y las víctimas. No se vieron muchas condenas ni lamentos sobre este incidente fuera de las familias afectadas y los israelíes. Al día siguiente Israel atacó una delegación negociadora de Hamás en Qatar, en franca violación del espacio aéreo y soberanía del poderoso, influyente, rico y respetado enclave. Por supuesto, se ganó las críticas de rigor y los regaños de algunos simpatizantes además de la unanimidad de sus detractores.

En la lejana Venezuela, un nombre resonó de entre las víctimas. El joven rabino Yaakov Pinto, de veinticinco años, recién casado y emigrante de España. Su padre es un venezolano que vivió hasta hace pocos años en Venezuela. Atentados fatales y víctimas que lamentar son algo tan cotidiano que dejan de llamar la atención. Nos sumergimos en comentarios teóricos, en lugares comunes y actitudes que olvidamos en breve. Cuando se trata de alguien conocido, de una persona de la cual identificamos también a sus parientes y amigos cercanos, a su terruño y su futuro sesgado, la sensación es muy desagradable. Es sencillamente de terror. Porque entre otras cosas, nadie se siente a salvo de estos incidentes.

Unos días después, un activista de derecha, Charlie Kirk, fue baleado por un francotirador en Utah. En los Estados Unidos, lejos del clamor de un Medio Oriente en llamas, la falta de ley y la falta de miedo a la ley, cobra sus víctimas. No se tiene que ser importante, le sucede a un peatón cualquiera. Una especie de igualitarismo macabro y letal piva en este mundo sin ley.

Cuando la ley no se aplica, no hay temor al crimen y además este rinde dividendos sustanciales, hay quienes se lanzan a tomar la ley por cuenta propia. Para salvar, vengar, evitar. Para imponer una justicia que la ley, por ausente o irrespetada, no logra imponer. El resultado parece que será más anarquía y más zozobra a la larga.

Cuando los secuestradores logran negociar y los presos por crímenes convictos y confesos son liberados, los cómplices son aplaudidos y tolerados, los estados y líderes se dedican a apaciguar y no a disuadir, se dan premios a quienes se temen en vez de sanciones, el resultado está a la vista: un mundo sin ley.

En un mundo sin ley actúan alguaciles de oficio, sin el respaldo de alguna placa. Porque no hay quien respalde la placa. Es un mundo sin ley donde imponer la justicia es una necesidad que no restituye la ley.

¿Serán los tiempos mesiánicos?

Elías Farache S.

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