Rosh Hashaná: El renacer del tiempo y la oportunidad del alma

Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, marca no solo el inicio del calendario hebreo, sino también un tiempo de introspección, renovación y esperanza. Durante estos días sagrados, el pueblo judío se reúne para reflexionar sobre el año que pasó y abrir el corazón hacia el que comienza.

El sonido del shofar —la antiquísima trompeta de cuerno de carnero— despierta la conciencia y llama al arrepentimiento, a la verdad y a la fe. Es un llamado profundo a revisar nuestras acciones, a pedir perdón y a reconocer que siempre hay un camino de regreso hacia lo esencial.

La festividad nos recuerda que cada persona tiene la capacidad de recomenzar. Rosh Hashaná es un punto de partida espiritual, donde el tiempo se convierte en oportunidad. No se trata únicamente de celebrar, sino de comprender que cada decisión construye el destino propio y el de la comunidad.

El origen de Rosh Hashaná se encuentra en la Torá, en el libro de Levítico, donde se ordena celebrar “un día de descanso solemne, con toque de shofar y convocación sagrada”. En tiempos del Templo de Jerusalén, era un día de ofrendas y sacrificios, acompañado por el sonido del shofar. Con el exilio y la diáspora, la festividad fue adquiriendo un sentido más espiritual y universal: el del juicio divino sobre toda la humanidad. Se considera el aniversario de la creación del mundo y, especialmente, de la creación del ser humano. Por ello, simboliza tanto un comienzo cósmico como personal.

La festividad dura dos días, tanto en Israel como en la diáspora. Esta extensión responde a la antigua necesidad de asegurar la fecha correcta cuando el calendario dependía del ciclo lunar y los mensajeros tardaban en comunicar las fechas exactas. Rosh Hashaná abre así el ciclo de los Diez Días de Arrepentimiento, que culminan con Iom Kipur, el Día del Perdón.

Las plegarias de Rosh Hashaná son de las más profundas y solemnes del calendario judío. Entre ellas se destacan:

Maljuyot (Reinos): proclaman la soberanía de Dios sobre el mundo. Zijronot (Recuerdos): evocan la memoria divina sobre los actos de la humanidad y piden ser recordados para bien. Shofarot (Trompetas): recuerdan la revelación en el Sinaí y llaman al despertar espiritual mediante el shofar. Avinu Malkeinu (“Nuestro Padre, Nuestro Rey”): una de las oraciones más emotivas, que suplica misericordia y perdón.

La liturgia incluye además el Unetané Tokef, una plegaria que expresa la idea de que en estos días se escribe y se sella el destino de cada persona para el año que comienza.

En los templos, la comunidad se reúne para orar en servicios solemnes y escuchar el sonido del shofar. En los hogares de la diáspora, las familias comparten la mesa festiva con el kidush, la jalá redonda y alimentos cargados de simbolismo, como la manzana con miel para desear un año dulce o la granada como signo de abundancia. Estas costumbres transmiten identidad y continuidad en medio de contextos diversos. En Israel, además de los rezos y las reuniones familiares, la vida nacional se transforma: las calles se silencian, los comercios cierran y la sociedad entera se sumerge en un clima de recogimiento. Se cumple también la tradición del Tashlij, arrojando migas de pan al agua como símbolo de desprenderse de las faltas cometidas. Allí, Rosh Hashaná se vive como un acontecimiento colectivo que refuerza la unidad del pueblo en su tierra ancestral.

En tiempos de guerra y de desafíos para el pueblo judío, Rosh Hashaná adquiere una dimensión aún más profunda. En cada plegaria y en cada mesa familiar se recuerda a los soldados de Israel que defienden la tierra y el derecho a vivir en paz, a quienes entregaron sus vidas luchando por la patria, a los secuestrados cuya ausencia clama por justicia y retorno, y a todos los que, por distintas razones, no pueden estar presentes en la mesa familiar. Sus nombres y memorias se entrelazan con las plegarias, porque en Rosh Hashaná el destino individual está unido al destino colectivo.

Durante siglos de diáspora, Rosh Hashaná fue celebrado en la intimidad de hogares dispersos, muchas veces bajo persecución. Hoy, con la existencia del Estado de Israel, la festividad adquiere un significado renovado: ya no es solo memoria, sino una realidad viva de un pueblo que ha vuelto a su tierra y puede decidir su destino. Escuchar el shofar en Israel significa transformarlo en un llamado al futuro, y el país se convierte en el corazón que late para todos los judíos del mundo.

La transmisión de Rosh Hashaná a los niños y a las futuras generaciones es esencial para la continuidad del pueblo judío. Se los involucra desde pequeños en la mesa festiva, se les explica el simbolismo de cada alimento, se les enseña a escuchar el shofar con respeto y a comprender que el inicio del año no es solo celebración, sino también reflexión. A través de cuentos, canciones, rezos sencillos y tradiciones familiares, los adultos transmiten valores de fe, unión y esperanza. De este modo, los niños aprenden que la historia y el futuro de su pueblo dependen también de ellos, y que cada Rosh Hashaná es una oportunidad para crecer y construir un mundo mejor.

Rosh Hashaná invita a mirar hacia adentro y también hacia los demás. Nos enseña que el valor humano no se mide en logros materiales, sino en la capacidad de perdonar, de tener coraje para cambiar y de brindar amor con generosidad. Hoy, más que nunca, es un recordatorio de que la vida es frágil y preciosa, y que cada día es una nueva posibilidad de escribir una historia mejor: para uno mismo, para la familia, para el pueblo judío y para toda la humanidad.

 

Por Marta Arinoviche