El gobierno israelí proyecta gastar hasta 4.1 millones de dólares con el objetivo de reforzar el apoyo cristiano en el oeste de Estados Unidos. El plan surge en un momento de intensas disputas diplomáticas y discusiones sobre la imagen internacional de Israel, particularmente en círculos religiosos.
El financiamiento contempla actividades de acercamiento que incluyen promover información favorable, apoyar organizaciones locales ligadas al cristianismo, y posiblemente financiar programas culturales o religiosos que refuercen la percepción positiva del Estado israelí. Esta estrategia también busca contrarrestar narrativas críticas o condenatorias presentes en algunos medios, iglesias o grupos de influencia dentro de esas comunidades cristianas.
No obstante, la iniciativa levanta preguntas sobre el uso de recursos públicos en diplomacia de influencia y sobre la transparencia de tales esfuerzos. Algunos observadores alertan que puede interpretarse como propaganda política o intervención en espacios religiosos de otro país. También se debate hasta qué punto tendrá ecos reales entre los cristianos del oeste estadounidense, que no son un grupo monolítico y poseen diversidad de opiniones, incluidas posturas críticas.
El plan refleja una versión moderna de la diplomacia blanda (“soft power”) donde identidad religiosa, redes comunitarias y afinidades culturales se convierten en terreno de influencia geopolítica. En un contexto de polarización global creciente, estrategias como esta muestran cómo los estados buscan consolidar apoyos ideológicos más allá de las fronteras a través de inversiones concretas en percepción pública.
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