“Nuestra sangre es roja, nuestras lágrimas saladas: Un poema contra la indiferencia”.

Escrito desde mi identidad de poeta judía venezolana, este poema busca dar voz al dolor, la dignidad y la resiliencia de un pueblo que, en pleno siglo XXI, vuelve a ser señalado y odiado como tantas veces lo fue en el pasado.

Raquel Markus-Finckler
@escritora.creativa

No es un panfleto político ni un manifiesto partidista: son palabras que recuerdan que la sangre judía es roja y que las lágrimas judías son saladas, que detrás de la consigna y el prejuicio hay vidas humanas, familias, sueños y memorias afectadas, alteradas, dolidas y/o rotas.

Nuestra sangre es roja, nuestras lágrimas saladas:
Un poema contra la indiferencia

Un poema, un solo poema, puede hacer la diferencia.
Frente a la judeofobia que vuelve a levantar su rostro en estos días, frente al odio gratuito que deshumaniza y reduce al pueblo judío a un blanco abstracto, la poesía se levanta como un acto de resistencia.

El odio necesita borrar los rostros y las voces; un poema los devuelve a la luz. Un poema recuerda que nuestra sangre es roja, que nuestras lágrimas son saladas, que detrás de cada consigna de odio y desdén hay familias afectadas, mesas vacías, corazones que laten, sueñan y temen.

Este poema no pretende derribar muros ni cambiar estadísticas. Pero sí puede atravesar la coraza de quien nunca escucharía un discurso político, conmover aunque sea una o dos almas, y recordar a quien lo lea que los judíos, ante todo y sobre todo, seguimos siendo humanos.
Y a veces, con eso basta: un poema puede abrir una grieta en la indiferencia, y esa grieta ya es una victoria.

Nuestra sangre es roja, nuestras lágrimas saladas

No sabemos quedarnos en silencio,
clamamos al cielo alzando la voz,
rezamos en coro,
pateamos el suelo,
nuestra sangre conoce el color del dolor.

Si nos lanzan fuego, morimos quemados.
Si nos acuchillan con rabia, morimos desangrados.
Nuestra piel no es inmune a las balas.
Nuestros cuerpos se retuercen ante la violencia y la rabia.

Nuestra sangre es roja,
nuestras lágrimas saladas.
Conocemos el sabor de la hiel en la garganta.
Ese siete de octubre todavía nos alcanza,
pero a pesar de todo el miedo,
aún sabemos de esperanza,
y guardamos la templanza.

Nos aferramos al mantel
convertido en bandera,
todavía hay demasiados puestos vacíos en la mesa.
Alzamos los ojos al cielo
pidiendo una promesa:
que podamos habitar en paz nuestra tierra,
que podamos coexistir sin odio en el planeta.

Somos Am Israel y todavía seguimos de pie.
Somos Am Israel y todavía nos tiembla la piel.
Somos Am Israel y todavía guardamos la fe.
Reímos, lloramos,
bebemos, bailamos.
A pesar de la tormenta seguimos andando…
A pesar de las tinieblas seguimos creando…
Nuestros rostros muestran las marcas de lo humano.

Nos señalan, nos atacan,
nos calumnian, nos degradan…
y aun así nuestro corazón terco insiste en latir,
y aun así nuestro testarudo pueblo
insiste en existir.

Hacemos de la memoria una canción,
de la canción una oración,
y con la palabra como herencia
se empecina una nación,
seguimos caminando en busca del sol.

No somos héroes ni villanos,
no somos sacros ni profanos.
Somos seres que aprenden a seguir
con heridas que aún sangran sobre un pasado vil,
con los sueños resguardados bajo un manto frágil.
A pesar del duelo…
A pesar del temor…
anclados en un suelo
prometido por Dios.

Nuestra sangre es roja,
nuestras lágrimas saladas.
Conocemos el sabor de la hiel en la garganta.
Ese siete de octubre todavía nos alcanza.

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