Un cambio de paradigma en la política progresista
La irrupción de Zohran Mamdani en la carrera por la alcaldía de Nueva York simboliza mucho más que una candidatura local: representa el viraje ideológico de una parte de la izquierda estadounidense hacia un discurso que combina justicia social, antisionismo y crítica frontal a Israel.
Este fenómeno, antes marginal, ha cobrado fuerza dentro del Partido Demócrata y se refleja con nitidez en el lenguaje político de Mamdani, quien calificó reiteradamente de “genocidio” las acciones de Israel en Gaza.
Lo singular del caso es que Mamdani, hijo de inmigrantes y figura del ala socialista del partido, se ha convertido en un portavoz de la generación más joven del progresismo norteamericano, donde el tema israelí-palestino ya no ocupa el mismo lugar simbólico que tuvo para las generaciones anteriores.
Una fractura que trasciende lo electoral
Las posturas de Mamdani ponen en evidencia la fractura dentro del propio progresismo. Mientras figuras tradicionales, como Andrew Cuomo, sostienen la alianza histórica entre Estados Unidos e Israel, una nueva corriente demócrata busca revisar ese vínculo, en nombre de los derechos humanos y la igualdad de trato hacia los pueblos.
Sin embargo, en esa reinterpretación se ha colado una retórica que muchos consideran peligrosa: un antisionismo que, para buena parte de la comunidad judía, roza el antisemitismo.
Las consignas como “Globalizar la intifada” o el uso insistente del término “apartheid” son vistas por analistas como intentos de moralizar la política exterior, pero también como expresiones que simplifican un conflicto complejo y hieren sensibilidades históricas.
El propio Mamdani parece consciente de ese riesgo: durante el debate, admitió que había dialogado con neoyorquinos judíos que lo ayudaron a comprender la carga emocional de esas frases. Su esfuerzo por moderar el tono, sin renunciar a su postura, revela una búsqueda de equilibrio entre coherencia ideológica y viabilidad electoral.
El voto judío como termómetro moral
La comunidad judía de Nueva York, la más grande fuera de Israel, observa este fenómeno con una mezcla de preocupación y desconcierto.
Históricamente identificada con el liberalismo estadounidense, hoy enfrenta un dilema: cómo seguir participando en un espacio político que se define progresista, pero que cada vez expresa menos empatía con Israel.
Mamdani personifica ese dilema. Su candidatura se inscribe en una corriente generacional que exige revisar las alianzas y repensar los símbolos de solidaridad internacional, incluso a costa de romper tabúes históricos.
El resultado es un discurso que busca justicia universal, pero que al hacerlo corre el riesgo de despojar al conflicto de su contexto y de la memoria colectiva judía.
Nueva York vuelve así a ser escenario de una disputa mayor: no solo sobre quién gobernará la ciudad, sino sobre qué valores definen hoy al progresismo norteamericano y cuál es el límite entre la crítica política y la deslegitimación de un pueblo.

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