Ricardo Sánchez Serra
Hace cincuenta años, el desierto fue testigo de una marcha sin armas, pero cargada de historia, dignidad y esperanza. La Marcha Verde, liderada por el rey Hassan II, no solo recuperó un territorio: restauró la memoria de su pueblo y reafirmó la continuidad de la nación.
Fue una decisión audaz y clarividente, tomada en un momento crucial, cuando la potencia colonizadora española se retiraba del Sahara y la comunidad internacional aguardaba una respuesta serena y legítima.
La Corte Internacional de Justicia de La Haya, en su opinión consultiva de 1975, confirmó que las tribus saharauis mantenían vínculos de pleitesía con el Sultán de Marruecos. Esta conclusión desmontó la narrativa de que el Sahara Occidental era una tierra sin dueño, y reafirmó la legitimidad histórica y jurídica de Marruecos sobre ese territorio. Con sabiduría política y profundo sentido de la historia, Hassan II convocó a 350 mil ciudadanos desarmados a marchar hacia el sur, en un gesto de paz, unidad y soberanía.
La Marcha Verde no fue una ocupación, sino una afirmación simbólica de justicia. Evitó el derramamiento de sangre y consolidó la unidad nacional. Hoy, las provincias del sur viven en libertad, con democracia, desarrollo y dignidad. Los saharauis marroquíes son dueños de su destino, participan en la vida política, acceden a servicios públicos, y construyen su futuro en ciudades como Dajla y El Aaiún, que florecen como centros de cultura, turismo y emprendimiento.
Como testigo directo de lo que ocurre en Dakhla y en los campamentos de Tinduf, puedo afirmar que son dos mundos opuestos: cielo y averno. Dakhla es símbolo de esperanza, de convivencia y de progreso. Tinduf, en cambio, es una cárcel gigantesca, donde los terroristas del Frente Polisario, con apoyo de Argelia, mantiene secuestradas a familias saharauis marroquíes, impidiéndoles reunirse, prosperar o siquiera expresarse libremente. Es un régimen de opresión, sin transparencia, sin derechos, sin futuro.
Lo más doloroso es que las Naciones Unidas no condenan esta situación. La comunidad internacional guarda silencio ante las violaciones sistemáticas de derechos humanos en Tinduf. Sin embargo, el Consejo de Seguridad ha reconocido el plan de autonomía propuesto por Marruecos como la única solución seria, creíble y realista para resolver el conflicto. Este plan garantiza a los saharauis marroquíes la gestión democrática de sus asuntos, dentro de la soberanía nacional, y con pleno respeto a sus tradiciones y cultura.
La Marcha Verde, ocurrida el 6 de noviembre de 1975, fue mucho más que una movilización: fue una marcha hacia la verdad, hacia la justicia, hacia la paz. Hassan II supo leer el momento histórico con clarividencia, y su legado se mantiene vivo en cada saharaui que hoy vive en libertad. A 50 años de aquella gesta, Marruecos reafirma su compromiso con el desarrollo, la autonomía regional y la dignidad de todos sus ciudadanos.
Como dijo Henry Kissinger, artífice de la diplomacia moderna: “La historia es la memoria de los Estados”. Y Marruecos ha sabido honrar esa memoria con visión, legalidad y humanidad.
La historia ha dado la razón a Marruecos. A cincuenta años de la Marcha Verde, el Reino honra su memoria con hechos: libertad, democracia y unidad. Quienes han sentido el polvo de Tinduf y la brisa de Dakhla no lo proclaman con palabras, sino con el alma. Porque la justicia no se impone: se respira, se construye, se vive. Y el Sáhara marroquí, hoy en paz, es testimonio vivo de esa verdad histórica que el tiempo no ha podido borrar, y que ha vencido a la desinformación, al olvido y a la injusticia.
La entrada La Marcha Verde: 50 años de clarividencia histórica y justicia territorial se publicó primero en Aurora Israel Noticias en Español.
