Una narrativa que desafía los límites
El ascenso del demócrata Zohran Mamdani en la política neoyorquina ha puesto a prueba las fronteras entre la libertad de expresión y la incitación ideológica. Sus declaraciones sobre Israel y su cuestionamiento al Technion no son incidentes aislados, sino la expresión de un discurso que intenta reconfigurar la narrativa moral en torno al conflicto de Gaza, presentando a Israel como responsable de un supuesto “genocidio” y negando su carácter de Estado judío.
Esta retórica —que combina lenguaje de derechos humanos con consignas políticas propias del movimiento BDS— busca legitimarse dentro del progresismo urbano estadounidense. Sin embargo, su efecto real ha sido polarizar una ciudad que durante décadas fue símbolo de pluralismo y de cooperación intercomunitaria.
El blanco académico: el Technion como símbolo
Al denunciar la colaboración entre Cornell Tech y el Technion – Israel Institute of Technology, Mamdani no solo cuestionó un acuerdo académico: apuntó a un emblema de la innovación israelí y a una de las asociaciones tecnológicas más importantes de Nueva York.
El Technion ha sido motor del desarrollo en inteligencia artificial, medicina y ciberseguridad, con aportes decisivos a la economía global. Pretender convertirlo en un objetivo político equivale a extender el campo del boicot desde el terreno diplomático al científico. En su lógica, las universidades dejan de ser espacios de conocimiento para transformarse en arenas ideológicas donde se dirime la legitimidad del Estado de Israel.
Detrás de esa estrategia subyace una visión que no distingue entre crítica política y negación identitaria: si el Estado de Israel no puede ser “judío”, entonces la expresión judía en el ámbito institucional también debe ser acallada. Es, en última instancia, una forma sofisticada de negacionismo cultural.
Reacciones y fractura comunitaria
Las reacciones en Nueva York fueron inmediatas. Dirigentes judíos advirtieron que las palabras de Mamdani “legitiman un antisemitismo revestido de activismo moral”. En barrios como Queens y Brooklyn —donde conviven comunidades judías, árabes y sudasiáticas—, la polémica ha reavivado tensiones latentes.
El American Jewish Committee calificó sus afirmaciones de “peligrosamente irresponsables”, mientras que académicos de la propia Cornell Tech defendieron la cooperación con el Technion como un modelo de innovación pacífica y de transferencia tecnológica.
En el ámbito político, el exgobernador Andrew Cuomo advirtió que “este tipo de radicalismo es combustible para los extremismos y un regalo narrativo para Trump”, subrayando que la agenda identitaria de Mamdani podría erosionar al Partido Demócrata en su propio bastión.
Nueva York ante el espejo
El caso Mamdani revela una transformación más amplia: el desplazamiento del antisemitismo hacia un terreno de aparente justicia social. Bajo consignas de igualdad y descolonización, resurgen viejos prejuicios envueltos en un lenguaje de derechos.
Nueva York, que durante décadas fue refugio del pensamiento judío moderno y centro de innovación académica, se encuentra ahora frente a un desafío civilizatorio: preservar el pluralismo frente a ideologías que, en nombre de la justicia, propician exclusión.
La crítica legítima a una política gubernamental nunca puede convertirse en negación del derecho de un pueblo a su existencia nacional. Si el discurso político convierte al judaísmo en una categoría culpable, entonces la frontera entre el activismo y el odio ya ha sido cruzada.
Mamdani ha logrado lo que pocos candidatos municipales consiguen: colocar a Nueva York en el epicentro del debate global sobre antisemitismo y legitimidad del Estado de Israel. Pero su legado, aún antes de llegar a la alcaldía, podría ser el de haber abierto una grieta donde antes había diálogo.
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