La advertencia de Balfour a Trump: Lecciones de un siglo de “nuevos órdenes” fallidos

Por Ram Liran

Las potencias imperiales crearon nuevos estados en Oriente Medio para garantizar la estabilidad, pero en cambio generaron una inestabilidad crónica. Las iniciativas actuales de Trump corren el riesgo de repetir este mismo ciclo.

Mientras Israel se acerca al final de la guerra más larga de su historia, un conflicto que ha durado casi dos años y se ha extendido a una confrontación regional, Washington percibe una oportunidad histórica. Las recientes iniciativas del presidente Donald Trump en Oriente Medio han reavivado el debate sobre un “nuevo orden regional”. El plan incluye corredores comerciales que conecten a India, Arabia Saudita e Israel con Europa, junto con esfuerzos para frenar la creciente influencia de China.

Para los israelíes, esta ambición resulta familiar. Hace más de un siglo, durante el colapso del Imperio Otomano, otra potencia occidental intentó rediseñar el mapa de Oriente Medio a su imagen y semejanza. Los estrategas británicos durante la guerra buscaron crear un orden posterior a la Primera Guerra Mundial que asegurara las rutas comerciales entre Oriente y Occidente y estabilizara el naciente sistema global. El resultado fue la Declaración Balfour, un documento fundamental para la historia sionista, pero también parte de un proyecto imperial más amplio para lograr la estabilidad mediante un diseño occidental.

La Declaración ofrece más que un significado histórico. Revela un patrón occidental recurrente: el intento de imponer nociones externas de orden, estabilidad y propósito moral a una región que se resiste a ellas. La misma lógica que configuró la Gran Bretaña de Balfour aún resuena hoy en la búsqueda de Washington de un “nuevo Oriente Medio”. Al igual que antes, tales esfuerzos corren el riesgo de generar la misma inestabilidad que pretenden evitar.

Mentalidad imperial

La Declaración Balfour ha inspirado numerosas interpretaciones, tanto románticas como estratégicas. Algunos la han visto como un gesto moral hacia el pueblo judío, mientras que otros la han interpretado como una jugada calculada en la estrategia de poder global de Gran Bretaña. Cada generación ha reinterpretado Balfour, reflejando sus propios valores e inquietudes.

En los últimos años, sin embargo, la Declaración ha vuelto al debate público en Occidente, no como una promesa, sino como un símbolo. En los campus universitarios y en la sociedad civil, se ha convertido en sinónimo de «colonialismo sionista» y en una condena moral tanto del pasado imperial británico como de la presencia moderna de Israel. No obstante, esta interpretación contemporánea borra el contexto histórico en el que se creó el documento. No se redactó como un pretexto para la conquista, sino como parte de un debate moral y geopolítico sobre cómo estabilizar un orden mundial en decadencia.

Los políticos británicos de la época creían estar inmersos en una misión civilizadora. Influenciados por la filosofía idealista dominante en la Gran Bretaña de principios del siglo XX, veían el imperio no solo como un instrumento de poder, sino como una empresa moral. Lo concebían como una comunidad de naciones que se desarrollaba bajo una guía ilustrada. La Declaración Balfour reflejaba esta visión del mundo. No prometía soberanía inmediata al pueblo judío, sino que lo reconocía como una «comunidad histórica» con potencial moral para el desarrollo político futuro bajo la supervisión británica.

La misma filosofía dio forma al Sistema de Mandatos que siguió a la guerra. Los territorios se clasificaban según su supuesta preparación para el autogobierno. Palestina, Siria e Irak fueron clasificados como mandatos «avanzados», considerados capaces de progresar con una supervisión limitada. El paternalismo imperial adoptó así el lenguaje de la responsabilidad moral.

El desafío estadounidense

La confianza moral de Gran Bretaña pronto chocó con el idealismo democrático de Estados Unidos. En la Conferencia de Paz de París de 1919, el presidente Woodrow Wilson introdujo el principio de autodeterminación. Para Wilson, la legitimidad no derivaba de la administración imperial, sino del consentimiento de los gobernados.

Los dos enfoques, el gradualismo británico y el idealismo estadounidense, coexistieron con dificultad. Los nuevos estados de Oriente Medio se construyeron sobre bases contradictorias: fronteras artificiales trazadas por potencias imperiales combinadas con la retórica de la plena soberanía. El resultado fue una paradoja persistente. El mismo orden que pretendía garantizar la estabilidad creó, en cambio, una inestabilidad crónica, sembrando conflictos de identidad y guerras continuas.

Este patrón aún marca la región. Las intervenciones occidentales, ya sean militares, diplomáticas o económicas, a menudo intentan imponer la estabilidad mediante un diseño externo. Parten de la premisa de que las sociedades locales pueden reorganizarse según la lógica occidental. La historia, desde Irak hasta Libia, demuestra lo poco frecuente que resulta que esta premisa sea cierta.

De Balfour a Trump

Cuando el Imperio Británico declinó, Estados Unidos heredó tanto su influencia como su tentación. Desde la década de 1940, Washington ha intentado repetidamente imponer su propia visión del orden regional. Desde Camp David hasta las guerras de Irak y los Acuerdos de Abraham, cada iniciativa prometía una nueva arquitectura de paz y se basaba en marcos externos para gestionar las divisiones internas.

Las iniciativas actuales de Trump, por ambiciosas que sean, corren el riesgo de repetir este mismo ciclo. Su visión de corredores comerciales y alianzas estratégicas presupone que la estabilidad puede construirse desde fuera hacia dentro. Sin embargo, la lección de Balfour es precisamente la opuesta: en Oriente Medio, la estabilidad surge de la identidad y la legitimidad, no de mapas ni planes.

Para Israel, el momento representa tanto una promesa como un peligro. Existe la oportunidad de moldear las alianzas regionales, pero también el riesgo de extralimitarse. Israel debe actuar con iniciativa, pero también con moderación. Las grandes potencias seguirán proyectando sus visiones sobre la región. La tarea de Israel es navegar estas ambiciones sin convertirse en su instrumento.

El mundo que dio origen a la Declaración Balfour ha desaparecido, pero sus reflejos imperiales persisten. Si Washington espera evitar repetir los errores del imperio, debe aprender de la advertencia de la historia: el orden impuesto desde fuera siempre se desmorona desde dentro.

Fuente: The Jerusalem Center for Security and Foreign Affairs

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