Por Ella Rosenberg
La revelación de su flota fantasma no es una señal de rendición ni de capitulación, sino un punto de inflexión estratégico que ilustra la sofisticación del juego geopolítico del régimen iraní.
La repentina y generalizada reactivación del Sistema de Identificación Automática (SIA) en aproximadamente el 80% de la tristemente célebre “flota fantasma” de Irán hace unos días fue más que un simple fallo técnico; fue un acontecimiento sísmico en el mundo de la inteligencia marítima y las maniobras geopolíticas.
Durante años, estos buques tanque, el sustento del comercio petrolero de la República Islámica que evade las sanciones, operaron en un estado persistente de oscuridad digital, apagando sistemáticamente sus transpondedores para ocultar sus orígenes, destinos y los compradores finales de su crudo. Este manto de invisibilidad era un escudo necesario contra las paralizantes sanciones y la vigilancia de Estados Unidos. Su abrupta desactivación, por lo tanto, ha suscitado profundas preguntas a nivel mundial, sugiriendo un giro estratégico que puede interpretarse desde dos perspectivas dominantes, aunque contradictorias: una demostración calculada de cumplimiento normativo para aliviar la presión occidental, o una sofisticada táctica de distracción para desviar la atención internacional de un acontecimiento más crítico, y quizás más peligroso, que se desarrolla en Teherán.
La primera interpretación, y posiblemente la más convincente, plantea la reactivación del SIA como un intento estratégico de desescalada y cumplimiento normativo dirigido directamente a Occidente. Esta línea de pensamiento vincula la activación del sistema directamente con las recientes presiones ejercidas sobre Irán, en particular los mecanismos relacionados con la posible reimposición de sanciones internacionales. Al reactivar sus transpondedores, Irán adopta una apariencia de transparencia marítima, señalando su voluntad de acatar las normas internacionales que exigen la transmisión continua de la identidad y la ubicación de un buque. Esta repentina apuesta por la visibilidad es un gesto diplomático de bajo coste y gran impacto.
Desde un punto de vista legal, operar un buque clandestino aumenta significativamente el riesgo de incautación, no solo bajo las sanciones estadounidenses, sino también por parte de terceros países que invocan facultades legales ampliadas. Un petrolero iraní que opera de forma encubierta puede ser razonablemente sospechoso de transportar carga ilícita, ya sea petróleo sujeto a sanciones o, lo que es más peligroso, material prohibido por las resoluciones de la ONU. Al hacer sus buques «visibles» y aparentemente indicar que transportan solo petróleo crudo legítimo, Irán intenta reducir preventivamente los pretextos legales para la detención o incautación. Esto transforma el riesgo operativo del de un presunto contrabandista al de un comerciante transparente, aunque sujeto a sanciones. Esta maniobra es una jugada estratégica calculada para aliviar la presión inmediata de las armadas y autoridades portuarias extranjeras, que se han sentido cada vez más envalentonadas para actuar contra los buques que incurren en una evasión flagrante. Además, podría tratarse de un intento por tranquilizar a socios clave, especialmente a China, que absorbe la gran mayoría de las exportaciones de petróleo iraní, asegurándoles que los riesgos logísticos y legales de hacer negocios con Irán se están mitigando activamente. En este contexto, la transparencia funciona como un escudo táctico.
Sin embargo, la segunda interpretación considera esta repentina transparencia no como cumplimiento, sino como una sofisticada y cínica técnica de distracción. La razón es que la atención geopolítica y mediática es altamente susceptible a acontecimientos repentinos y dramáticos, y pocas cosas resultan tan inmediatamente cautivadoras como un cambio operativo masivo y sincronizado por parte de un actor estatal.
Si se está gestando una crisis más grave en Teherán, tal vez un avance significativo en el enriquecimiento nuclear prohibido, el despliegue de tecnología avanzada de misiles balísticos o un giro decisivo y desestabilizador en la guerra regional por delegación [proxies] a favor del régimen tendrían un profundo interés en desviar la atención mundial. La revelación de la “flota fantasma” proporciona una cortina de humo perfecta. Esto obliga a analistas marítimos, agencias de inteligencia y los principales medios de comunicación a dedicar recursos inmediatos e intensos a comprender y debatir el significado del cambio en la señal SIA. Esta concentración de atención en la logística marítima consume el valioso tiempo y la atención que, de otro modo, podrían dedicarse a examinar desarrollos menos visibles, pero más trascendentales, en las instalaciones nucleares o bases militares de Irán.
Consideremos el momento. Si, por ejemplo, una instalación en Natanz o Fordow hubiera alcanzado un nuevo nivel de pureza de uranio que lo acercara peligrosamente al material apto para armas, la protesta internacional sería inmediata y severa. Al desencadenar un espectáculo logístico masivo y visible, Teherán se asegura de que la oleada inicial de atención mundial se fragmente, se dirija hacia los buques tanque y se centre en el flujo de petróleo y la aplicación de las sanciones. Esto le otorga al régimen valiosos días o semanas de menor escrutinio sobre el problema interno potencialmente catastrófico, lo que le proporciona una ventana operativa crucial para consolidar el supuesto desarrollo oculto.
En última instancia, la verdad podría residir en una síntesis de ambas teorías. La medida podría ser una estrategia bifurcada: una maniobra genuinamente defensiva para reducir el riesgo de incautación de sus activos más vitales (los petroleros), que a la vez funciona como una espectacular maniobra de distracción. El régimen comprende que las agencias de inteligencia occidentales son excelentes rastreando objetivos visibles, pero tienen dificultades con los opacos acontecimientos internos. Al ofrecer los petroleros como un objetivo visible de intensa atención, intercambian una transparencia a corto plazo y de bajo impacto por una opacidad continua en sus programas estratégicos más sensibles.
Por lo tanto, la revelación de la flota fantasma no es una señal de rendición ni de capitulación. Es un punto de inflexión estratégico que ilustra la sofisticación del juego geopolítico del régimen iraní. Ya sea una señal de acatamiento legal o un destello cegador de distracción, el mundo se ha visto obligado a mirar exactamente hacia donde Teherán quiere que se centre su atención. El verdadero desafío para los responsables políticos occidentales ahora es discernir qué verdad vital y oculta podría estar detrás de la repentina y deslumbrante luz de los transpondedores SIA recién activados.
Fuente: The Jerusalem Center for Security and Foreign Affairs
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