La profunda escasez de agua que golpea a Irán no solo está transformando la vida cotidiana de millones de personas: está alterando, también, el equilibrio interno del poder político. La crisis ha revelado tensiones entre ministerios, rivalidades en la administración central, cuestionamientos al liderazgo y un creciente desgaste entre la ciudadanía, que percibe tanto negligencia histórica como improvisación en la gestión.
En Teherán, donde los embalses están en niveles críticos y los cortes de suministro se multiplican, las presiones políticas internas aumentan al ritmo de la sequía. Las autoridades se debaten entre medidas de emergencia, promesas contradictorias y la necesidad de conservar legitimidad en un momento en que el malestar social ya es perceptible.
Responsabilidades cruzadas y falta de coordinación
La crisis ha desatado una pugna institucional. El Ministerio de Energía responsabiliza a décadas de sobreexplotación agrícola y perforaciones ilegales; el Ministerio de Agricultura señala a la falta de inversión en infraestructura y almacenamiento; y los gobiernos locales de Teherán advierten que no cuentan con recursos suficientes para hacer frente al deterioro acelerado de la red hídrica urbana.
Estas disputas internas se han hecho públicas en declaraciones contradictorias y en la filtración de informes técnicos que apuntan a fallas acumuladas durante años. El resultado es una sensación de parálisis: decisiones lentas, medidas fragmentadas y mensajes poco claros para la población.
El desgaste político y el temor a protestas
La sequía ha puesto al gobierno en una posición delicada. Las protestas por escasez de agua ya se han registrado en varias provincias y los servicios de seguridad aumentaron la vigilancia ante el riesgo de que la crisis derivara en manifestaciones más amplias.
En Teherán, la posibilidad -mencionada por primera vez por el propio presidente- de evacuar sectores de la ciudad ha generado inquietud pública y debates internos sobre la viabilidad política de un escenario extremo. Algunos sectores del gobierno consideran que estas advertencias son necesarias para preparar a la población; otros temen que puedan desencadenar descontento acelerado.
Impacto en la narrativa del régimen
El agua, tradicionalmente presentada por las autoridades como un desafío gestionable mediante sacrificio y resiliencia, se ha convertido en un punto débil para la narrativa oficial. La ciudadanía cuestiona la capacidad del Estado para proteger servicios básicos y exige explicaciones sobre décadas de políticas que priorizaron objetivos agrícolas o industriales por encima de la sostenibilidad.
Analistas iraníes y observadores internacionales coinciden en que la crisis del agua puede influir en la estructura política interna: debilitar figuras, fortalecer sectores tecnocráticos, e incluso iniciar debates sobre reformas pendientes en materia ambiental, territorial y de gobernanza.
Mirando hacia adelante
Mientras el país espera lluvias que podrían aliviar temporalmente la situación, gobiernos locales y expertos urgen a implementar políticas estructurales: modernizar redes, reducir pérdidas, revisar prioridades agrícolas y establecer mecanismos de control real sobre el uso del agua. Sin embargo, estas decisiones requieren consensos y capacidades que hoy están debilitados por la fragmentación interna.
La crisis hídrica ya no es solo climática, ambiental o económica. Es, claramente, un problema político mayor que pondrá a prueba la cohesión del gobierno, la confianza de la población y la estabilidad institucional del país.

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