Las advertencias que durante años quedaban relegadas a los informes técnicos hoy se sienten en los grifos de los hogares iraníes. Teherán, una ciudad de más de diez millones de habitantes, enfrenta su peor crisis de agua en décadas, con embalses casi vacíos, cortes programados y la posibilidad —por primera vez mencionada en público por el propio presidente— de tener que evacuar la capital si no llega la lluvia en las próximas semanas.
La falta de precipitaciones, las olas de calor extremo y décadas de mala gestión de los recursos hídricos han convertido la sequía en un problema estructural. Las autoridades reconocen que el país atraviesa su sexto año consecutivo de sequía severa, el peor periodo en más de sesenta años de registros, y Teherán se ha convertido en el símbolo más visible de esta emergencia.
Embalses al mínimo y cortes de agua en la capital
Los cinco principales embalses que abastecen a Teherán se encuentran en niveles históricamente bajos. Informes recientes señalan que apenas retienen en conjunto alrededor del 10–11 % de su capacidad total, una cifra que en condiciones normales implicaría un estado de emergencia en cualquier capital del mundo. En algunos puntos, la línea del agua se ha retirado cientos de metros, dejando al descubierto un paisaje de suelo resquebrajado y orillas convertidas en polvo.
La caída de los niveles de agua reduce además la calidad del suministro, eleva la concentración de contaminantes y tensiona una infraestructura ya envejecida, lo que multiplica las pérdidas en la red urbana. En varios barrios, los vecinos denuncian caídas bruscas de presión y horas sin suministro, sin aviso previo ni calendario claro, mientras las autoridades tratan de equilibrar, día a día, un sistema al borde del colapso.
Ante la gravedad de la situación, el presidente Masoud Pezeshkian advirtió que, si no llueve de forma significativa en las próximas semanas, el gobierno se verá obligado a implementar un racionamiento estricto en Teherán. En declaraciones que generaron polémica dentro y fuera del país, llegó incluso a plantear que, de continuar la sequía, la capital podría volverse “inhabitable” y sería necesario evacuar a parte de su población hacia otras regiones.
Mientras tanto, las autoridades ya han comenzado a reducir la presión del agua en determinados horarios y a cortar el suministro de manera periódica en algunos sectores, al tiempo que piden a la población que almacene agua y reduzca el consumo al mínimo indispensable. En las redes sociales iraníes proliferan consejos sobre cómo reutilizar cada gota y testimonios de familias que reorganizan su rutina diaria alrededor de los cortes.
Oraciones por lluvia y una crisis que va más allá del clima
En los últimos días se han visto imágenes que hablan por sí solas: cientos de personas reunidas en mezquitas y santuarios de Teherán para rezar por la lluvia, en ceremonias especiales convocadas por las autoridades religiosas y respaldadas de facto por el gobierno. Para muchos iraníes, la sequía ya no es una estadística sino una experiencia cotidiana: abrir la canilla y no saber si habrá agua.
Sin embargo, los especialistas insisten en que el cielo no es el único responsable. Más del 80–90 % del agua dulce del país se destina a la agricultura, buena parte de ella con sistemas de riego obsoletos y cultivos poco adaptados a un entorno árido. El esfuerzo por alcanzar la autosuficiencia alimentaria ha significado décadas de sobreexplotación de ríos, embalses y acuíferos, en un contexto de crecimiento urbano y cambio climático.
A ello se suma la construcción masiva de represas, la perforación de miles de pozos ilegales y la ubicación de industrias altamente consumidoras de agua en zonas desérticas del interior, decisiones que hoy se revelan insostenibles. El resultado es doble: embalses al borde del agotamiento y hundimiento del terreno por la extracción excesiva de aguas subterráneas, un fenómeno ya documentado en varias áreas de Teherán y de otras grandes ciudades.
Desigualdades dentro de Teherán y creciente malestar social
La escasez tampoco se vive igual en toda la capital. Los informes oficiales y los testimonios de vecinos muestran una brecha clara entre barrios acomodados y zonas más vulnerables. En algunos distritos del norte, edificios y urbanizaciones recurren a tanques privados y sistemas de bombeo para compensar la falta de presión, mientras que en sectores más pobres del sur los cortes son más prolongados y frecuentes.
El gobierno ha anunciado medidas dirigidas contra los llamados “grandes consumidores”: hogares que gastan hasta diez veces más agua que el promedio y que ahora enfrentan cortes de hasta doce horas si no reducen su consumo tras recibir avisos formales. La medida, presentada como un intento de justicia hídrica, también es una admisión implícita de que la crisis golpea de forma desigual y que el sistema de reparto arrastra viejas inequidades.
En paralelo, el país vive desde mediados de 2025 un ciclo de protestas vinculadas a la escasez de agua y a los cortes de electricidad asociados a la caída en la generación hidroeléctrica. En varias provincias se registraron manifestaciones con consignas que exigen “agua, electricidad, vida” y reclaman responsabilidad al gobierno central. La tensión social se alimenta de la combinación entre crisis ambiental, inflación, sanciones internacionales y desconfianza hacia la gestión estatal.
Un desafío que se convierte en problema de seguridad nacional
Lo que comenzó como un problema sectorial se ha transformado en un factor de riesgo para la estabilidad interna de Irán. Think tanks y analistas regionales señalan que la crisis hídrica ya no puede tratarse como un asunto exclusivamente ambiental: afecta la producción agrícola, la generación eléctrica, la habitabilidad de algunas zonas y la legitimidad de las autoridades frente a una población cansada de promesas incumplidas.
En el plano regional, la situación añade una capa más de fragilidad a un país que ya está inmerso en tensiones con sus vecinos y bajo presión internacional por su programa nuclear y su papel en distintos conflictos de Oriente Medio. Cualquier descontrol interno de la crisis del agua podría limitar la capacidad del liderazgo iraní para proyectar poder hacia el exterior o, por el contrario, incentivar una política más agresiva para desviar la atención interna.
Mientras Teherán mira al cielo esperando la próxima lluvia, expertos dentro y fuera de Irán coinciden en que la solución no llegará solo desde las nubes. Requiere una reforma profunda de la gestión del agua, inversiones en infraestructuras eficientes, cambios en el modelo agrícola y una planificación urbana que tome en serio un escenario en el que el recurso más estratégico de todos, el agua, se ha vuelto escaso incluso en la capital del país.

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