La distancia entre lo real y lo posible

Como es de pública notoriedad el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó este lunes una resolución redactada por Estados Unidos que respalda el plan del presidente Donald Trump para Gaza, y que incluye un gobierno transitorio y el despliegue de una fuerza internacional. El texto obtuvo 13 votos a favor y la abstención de Rusia y China, y vendría a ser la segunda fase de un plan de 20 puntos del presidente de EE. UU. que en la primera etapa logró un alto al fuego persistentemente frágil, así como la devolución de los secuestrados israelíes en manos de Hamas, algo que a casi 2 meses aún no se ha hecho en su totalidad, ya que hay tres israelíes asesinados en Gaza cuyos cuerpos no han regresado a Israel.

Hoy, Hamas se mantiene armado, gobierna Gaza, asesina a la luz pública a palestinos que ellos consideran “traidores”, sigue robando ayuda humanitaria y vendiéndola cada día más cara, pero el lunes en el Consejo de Seguridad se hizo mucho hincapié que hay que mantener el alto al fuego a toda costa. Muy razonable. Sólo que un alto al fuego no incluye asesinar civiles israelíes, pero eso, como quedó claro esta semana, no le importa ya a absolutamente nadie.
El Consejo de Seguridad como organismo jurídico internacional suena muy importante como marco legal para una resolución donde nadie se opuso, por lo que se debería cumplir todo lo votado y sin contratiempos. La ONU como tal, sin embargo, no es ni actor de reparto en este contexto, lo cual no debería llamar a sorpresa a nadie. La resolución es vinculante porque los cinco propietarios del Consejo con derecho a veto, o votaron a favor (Estados Unidos, Francia, Reino Unido) o se abstuvieron (China y Rusia). De ellos sale la fuerza (en todas las acepciones de esta palabra) para avanzar con lo votado. Las intervenciones de los representantes de China y Rusia cumplieron un rol inocuo. Si realmente no apoyaran el plan Trump, imponen un veto y adiós toda la propuesta. Pero se abstuvieron (seguro con un acuerdo con vaya a saberse qué alcance) y no les importó hacer objeciones que nadie prestó atención. El representante de Rusia Vasily Nebenzya advirtió “que no hay claridad alguna sobre los plazos para transferir a la Autoridad Palestina el control de Gaza, ni certeza respecto al gobierno transitorio ni a la fuerza internacional y que el Consejo está otorgando su bendición a una iniciativa estadounidense basada en promesas de Washington, dando control completo sobre la Franja de Gaza a la Junta de Paz y a la Fuerza internacional, cuyas modalidades aún desconocemos”. Tiene razón con el diagnóstico, lo cual no deja de ser sorprendente. Pero no va más allá que eso: abstenerse significa aprobación en este caso.

El representante de China Fu Cong, lamentó la falta de información sobre la estructura y mandato de la Junta de Paz y la Fuerza internacional, así como la ausencia de un compromiso explícito con la solución de dos Estados, pero enfatizó que China se abstuvo en la votación debido a la urgencia de mantener el alto el fuego y evitar un mayor deterioro humanitario en Gaza. China no se abstuvo para ayudar a mantener el alto al fuego, por el cual no ha hecho nada. Se abstuvo porque al igual que Rusia, aprueba, pero no puede arriesgarse a decirlo públicamente.

¿Cuáles son las perspectivas posibles de lo acordado este lunes en Nueva York relacionadas con la realidad diaria en el terreno? Para contestarnos la pregunta debemos internarnos en los 20 puntos que plantean intenciones de salir de un laberinto cuyas puertas no están tan a mano. Los primeros dos son un pedido etéreo de esperanza: “Gaza será reestructurada para eliminar cualquier foco de terrorismo o amenaza para sus vecinos, y se prioriza la rehabilitación económica y social en beneficio de la población civil”. Los siguientes tres puntos corresponden a la fase 1: alto al fuego; liberación de secuestrados israelíes vivos y muertos, lo cual 45 días después no se ha cumplido así; devolución de terroristas de Hamas, lo cual Israel ha cumplido. Los tres puntos subsiguientes también son de la fase 1: amnistía para asesinos de Hamas y salida a otro país si lo desean; entrada de ayuda humanitaria, lo cual sigue manipulándose en forma aberrante ya que Hamas hace lo que quiere y como ONU no existe, no hay control ante los robos de comida de los terroristas a pesar de que se puso por escrito que ONU y Media Luna Roja debían asumir la responsabilidad de distribución de suministros. O sea que en la fase 1 se ha hecho lo posible ante una realidad que ha dado varios golpes al papel escrito y las presuntas buenas intenciones.

Y en el Consejo de Seguridad a nadie se le ocurrió exigir que mientras se estaba votando todo el plan en silencio o con intervenciones grandilocuentes, alguien, uno, aunque más no fuera, debía al menos dejar constancia en actas de que las violaciones en la fase 1 no deberían quedar impunes como sucede en la realidad diaria porque no hay quien frene las irregularidades tan brutales como desvergonzadas.

En la mayoría de los análisis políticos de esta semana en todo el mundo, se ha expresado que el éxito o fracaso de esta hoja de ruta dependerá de múltiples factores: la capacidad de coordinación entre potencias y actores regionales, la aceptación y participación de la sociedad civil palestina, el cumplimiento efectivo del programa de desarme y un mecanismo de respuesta rápida que prevenga el regreso de terroristas. La fase 2 tiene más preguntas que respuestas, pero es un desafío que ahora los autores del plan tendrán qué mostrar si llegan en tiempo y forma para cumplirlo.
El plan marca el inicio de una fase de reconstrucción para Gaza y también la entrada de un nuevo actor internacional en su administración cotidiana y su seguridad, al cual se denomina Junta de Paz y Fuerza Internacional de Estabilización, las cuales desde el papel deben impedir ciclos de violencia sí o sí, garantizar la coordinación humanitaria y sentar las condiciones para la regeneración institucional palestina. Si esa creación de organismos armados no logra coordinar con los actores regionales, no hay plan. Y uno de los actores, Hamas, a pesar de la derrota sufrida, mantiene su poder político, hasta que no le quiten las armas tendrá poder policial y de milicia terrorista y no tiene oposición efectiva de la sociedad civil palestina dividida entre los que lo apoyan y los que están aterrorizados.

Para quitarle las armas a Hamas o desmilitarizarlo hay que combatirlo. Nadie de Hamas se va a entregar pacíficamente, y eso no es secreto para nadie. Entonces, ¿hay un plan posible a corto plazo para terminar con Hamas?
Los terroristas contestaron el mismo lunes de esta semana. “El plan no toma en consideración a las demandas y derechos de los palestinos e impone una tutela que rechazamos. Que una fuerza internacional pretenda desarmar a la resistencia no es algo neutral sino un apoyo a Israel. Resistirnos a Israel es un derecho legítimo”. Nada más previsible que esta declaración. Hamas nació para exterminar al Estado judío y no tiene otro objetivo existencial. Se abroga la representatividad de todos los palestinos y deja en claro que no va a entregar ni una sola arma a nadie sin resistir.
Pero el plan apunta a la eventual legitimidad de representación palestina por parte de la Autoridad Palestina. Y ésta lo ha tomado con fervor, declarando también este lunes que “dan la bienvenida al plan del presidente Trump, que están listos para interactuar con la comunidad internacional a fin de lograr estabilidad entre palestinos e israelíes basado en la solución de dos Estados”.

Muy claro. No es cuestión de declaraciones sino lo que ellas significan como realidad: Hamas y la AP ahora sí están en veredas diferentes, cada uno dice que representa a todos los palestinos; la AP presuntamente quiere estabilidad para perpetuar con apoyo externo su poder y Hamas quiere seguir escuchando el ruido de las armas. El plan tiene frente a sí un enfrentamiento entre palestinos, que ya ha sucedido varias veces, que puede retornar, y que mina cualquier esbozo de construir un estado.
El otro actor local Israel está frente a un camino peligroso. Que Gaza quede en manos de ejércitos como el de Indonesia o peor aún, Turquía, porque a los dueños de la política les parece bien para sus intereses, es de por sí un riesgo claro. Están a pocas cuadras por decirlo claramente. Son fronteras pegadas. Y además con un posible enfrentamiento de soldados de fuera de la región con el terrorismo de Hamas, todo el mapa de seguridad israelí se altera.

Las exigencias sirias que ahora de traje y corbata tiene feliz a Occidente, el enfrentamiento de los palestinos entre sí, constituyen luces rojas para la seguridad también. Las garantías son promesas por ahora, pero la realidad en Israel es día a día. El martes, un nuevo atentado terrorista asesinó a un civil israelí y dejó heridos seriamente a varios más. Y eso se repite sin interrupción. Y para el Consejo de Seguridad esas matanzas no existen.

Quizás es muy pronto para saber hasta dónde Israel puede y debe mostrar las debilidades notorias del plan de 20 puntos que por ahora no ha terminado ni la primera fase, aunque todas las fechas establecidas para ello hayan finalizado hace rato. Pero las debilidades están a la vista. Y un plan que quiera hacer viable lo que se cree como posible, necesita fortalezas contundentes. Y sabemos que nada más cercano a la verdad que la realidad y las fortalezas de la realidad, por ahora, no se ven a simple vista.