Sin instituciones

Con poca sorpresa ya vemos cómo se desconoce, en demasiados ámbitos y con diferentes voceros y actitudes, el derecho de existencia de un estado judío.

Lo que parecía un hecho consumado, es decir, tanto el reconocimiento del derecho nacional judío y el del Estado de Israel, gracias en alguna buena medida a la declaración de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, con la llamada partición del mandato británico de Palestina, está ahora siendo objeto de peligrosos desconocimientos con fines bastante peligrosos. 

El conflicto árabe israelí es de larga data. Su arista más delicada, el palestino israelí es el que se ha resistido a intentos pacíficos, batallas y guerras. No se ha solucionado y persiste en intensidad y gravedad con la inestabilidad perenne de Gaza. Luego de la desgracia del 7 de octubre de 2023, la larga guerra de dos años y el trauma de rehenes y destrucción, el llamado “día después” trae para Israel un panorama algo desolador en el concierto de las naciones.

En primer lugar, y algo que muchos esperaban desde el primer día, lo acontecido parece haber sido olvidado ya por quienes hoy se manifiestan en forma acérrima contra Israel. Además del olvido respecto a los acontecimientos y lo vivido, está la consideración inocente o cómplice relacionada con los activistas palestinos y sus posiciones ante Israel. El no reconocimiento del derecho judío a un estado independiente se asoma como una posición legítima, además desprovista de cualquier sesgo antisemita.

Desde el 29 de noviembre de 1947 y hasta hace poco, todas las declaraciones en favor de un estado palestino, o en favor de la resolución de los conflictos en el Medio Oriente, pasaban por la declaración obligada que aseguraba el derecho a la existencia del Israel en forma segura. Los acuerdos de Oslo, en su éxito inicial y en su fracaso posterior, siempre se atuvieron a esto. Muy famosa y frecuente ha sido la cita de dos estados para dos pueblos.

Algunos empezaron, hace unos pocos años, con el tema de achacar la causa de los problemas del mundo a que no se había resuelto el conflicto palestino-israelí. Poco después, con mayor descaro, se empezó a atribuir la causa de todos los males a la creación del Estado Judío. Y esta tesis ha venido repitiéndose de parte de países con algún compromiso con sectores radicales islámicos, de parte de algunos ignorantes, de parte de algunos que esconden su fuero antisemita bajo una postura política que les parece algo más potable, igual de dañina.

Poco antes de escribir esta nota, un periódico israelí informaba de la negativa de un funcionario canadiense de registrar como lugar de nacimiento de un ciudadano a Israel como país. Este incidente, que parece aislado, se suma a aquellos en los cuales turistas israelíes son agredidos en varias partes del mundo por citar otro desagradable ejemplo.

La presentación de un pasaporte israelí resulta peligrosa para el portador en algunas latitudes, no necesariamente las de países árabes. Advertencias del gobierno israelí a sus ciudadanos acerca de eventuales destinos peligrosos se han convertido en una regla y no constituyen la excepción.

La conexión de los judíos con Israel es evidente y además inocultable. Las comunidades judías en cualquier país se identifican con Israel, y las poblaciones, gobiernos e instituciones de aquellos países también asocian, acertadamente, a las comunidades judías en su territorio con el Estado Judío. Para lo bueno, y mucho más para aquello que se quiera etiquetar como malo. Inevitable. Aunque debiera privar una distinción entre comunidad judía y país judío, esto se diluye siempre. De parte y contraparte, en definitiva, algo que fortalece queriendo y sin querer la identidad judía y el nexo territorial.

Los orgullosos, y hasta considerados como poderosos, judíos de Nueva York, enfrentan ahora el fenómeno de Zohran Mandami. Un alcalde que no ha titubeado en condenar a Israel, en demostrar sus simpatías a causas poco afines a quienes por su parte simpatizan con Israel.

Mandami es uno de aquellos que consideran que la existencia de Israel es la fuente de los problemas. Como muchos otros, pero con la gravedad que implica que uno de cada diez de sus constituyentes es judío, la postura de Mandami es la misma que desconoce ahora en nuestros días, la resolución de la ONU del 29 de noviembre de 1947.

Así las cosas, todo se pone difícil para Israel por ser el estado judío, y para los judíos por identificarse con Israel. Si se desconoce alguna resolución de la ONU, si la alcaldía de la ciudad quizás más icónica del mundo está en estas andanzas y un funcionario estampa en un pasaporte lo que le da la gana… estamos sin instituciones.

La verdad, con o sin instituciones, para los judíos y las causas judías siempre ha habido problemas. Una costumbre que no consuela.

Elias Farache S.

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