Por Yaakov Lappin
Un año después del alto el fuego tras la Operación Flechas del Norte, que degradó gravemente las capacidades y la estructura de mando de Hezbollah, el Líbano sigue siendo una entidad fallida, carente de la capacidad soberana para ejercer autoridad sobre su propio territorio.
En su lugar, se yergue una cáscara vacía que alberga al “Estado de Hezbollah”, un “Estado dentro del Estado”, un parásito que conserva su superioridad militar y económica a pesar de los graves daños sufridos durante la guerra con Israel.
Esta evaluación está siendo articulada con creciente claridad por los representantes estadounidenses.
Por ejemplo, el Enviado Especial de Estados Unidos en Siria y Embajador en Turquía, Tom Barrack, abordó este tema durante el Diálogo de Manama organizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) en Bahréin (celebrado entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre).
Durante la conferencia, la evaluación de Barrack, respaldada por datos específicos sobre las disparidades económicas y militares entre las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) y Hezbollah, lo llevó a concluir que el Líbano es un “estado fallido” donde el equilibrio de poder se ha inclinado decisivamente a favor de Hezbollah.
Sin un banco central funcional, agobiado por un sistema bancario destrozado con un déficit multimillonario, y con un exgobernador del Banco Central huyendo de cargos criminales en toda Europa, el estado libanés ha perdido su motor económico, según Barrack.
Este vacío soberano no se quedó vacío; Hezbollah lo llenó rápida y eficientemente.
“El Estado es Hezbollah”, declaró Barrack en la conferencia, señalando que en el sur del Líbano, la organización terrorista, no el Gobierno, proporciona agua, educación, servicios de salud y subsidios de subsistencia a la población (principalmente chií) a través de su infraestructura civil gestionada por su Consejo Ejecutivo.
El desplazamiento del Estado por parte de Hezbollah es el obstáculo fundamental para la implementación de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exige el desarme del grupo en el sur del Líbano.
Israel continúa atacando objetivos en el Líbano no por ambición territorial, sino porque, como señaló Barrack, “miles de cohetes” permanecen incrustados en el sur del Líbano, lo que representa una amenaza activa e intolerable para el frente interno israelí.
La suposición de que un Gobierno en bancarrota en Beirut puede ordenar el desarme de una fuerza que alimenta a su pueblo y supera en armamento a su Ejército es, en el análisis actual, una peligrosa ficción diplomática.
Esta conclusión cobra mayor fuerza considerando la evaluación del Centro Alma de que al menos la mitad del Ejército libanés está compuesto por soldados y comandantes chiís.
Asimetría económica: una proporción de 8 a 1 en la compra de lealtad
Según datos presentados por el enviado estadounidense en Manama, un operativo de Hezbollah gana actualmente aproximadamente 2.200 dólares al mes. En contraste, un soldado del Ejército Libanés gana tan solo 275 dólares al mes.
Esta proporción de 8 a 1 a favor del proxy [representante] iraní crea una crisis insalvable de retención y moral para el Ejército Nacional Libanés.
Mientras los soldados de las Fuerzas Armadas Libanesas luchan por alimentar a sus familias, los operativos de Hezbollah y sus dependientes disfrutan de una economía sumergida subsidiada por Irán, lo que los protege de la hiperinflación que azota al resto del país.
Esta brecha financiera es estructural e intencional. A pesar de las sanciones estadounidenses, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) de Irán transfirió más de mil millones de dólares a Hezbollah tan solo en los primeros diez meses de 2025, utilizando una red bancaria paralela de casas de cambio para eludir el sistema financiero formal.
Simultáneamente, la institución cuasibancaria de Hezbollah, Al Qard Al Hasan, ha demostrado una extraordinaria resiliencia.
Incluso después de ser blanco directo de la Fuerza Aérea Israelí en octubre de 2024 para paralizar la economía de la organización, la institución rehabilitó rápidamente sus sucursales, reabriendo sus puertas en mayo de 2025. Esta medida tenía como objetivo proyectar estabilidad y seguridad económica a la base de apoyo chií, una seguridad que el Estado libanés no puede proporcionar.
Los intentos del Estado libanés de restringir directa o indirectamente las actividades de Al Qard Al Hasan se encontraron con declaraciones claras del líder de Hezbollah, Naim Qassem, de que tales acciones constituyen un casus belli.
La importancia estratégica es evidente: para un joven chií del sur del Líbano, unirse a Hezbollah no es simplemente una elección ideológica, sino una estrategia racional de supervivencia económica.
El Ejército libanés, que depende de la ayuda internacional esporádica, no puede competir con un «Estado dentro del Estado» que funciona como un empleador estable de último recurso.
Desequilibrio militar: Cantidad vs. Calidad
Si bien el Ejército libanés mantiene nominalmente una mayor plantilla —con aproximadamente 60.000 soldados en servicio regular y permanente, en comparación con los aproximadamente 40.000 operativos militares de Hezbollah (según Barrack)—, esta ventaja numérica es fundamentalmente engañosa.
La guerra moderna se define por sistemas de armas avanzados, misiles de precisión y potencia de fuego, no solo por el número de soldados sobre el terreno.
Barrack apuntó que Hezbollah conserva entre 15.000 y 20.000 misiles y cohetes, un arsenal significativo incluso después del drástico desgaste sufrido durante la Guerra “Espadas de Hierro”.
Datos del Centro Alma corroboran esto, estimando que, si bien el arsenal de Hezbollah antes de la guerra, de aproximadamente 75.000 cohetes y misiles, se redujo; el arsenal restante, de entre 20.000 y 25.000, incluye municiones de precisión.
Además, Hezbollah ha trasladado su centro de gravedad operativo y logístico al norte del río Litani, hacia el valle de la Bekaa. Allí, utiliza túneles estratégicos profundos y plantas de producción locales para fabricar armas localmente, mitigando así las interrupciones en las líneas de suministro terrestres.
Por el contrario, el Ejército libanés carece de blindaje pesado moderno y capacidades avanzadas de vehículos aéreos no tripulados (UAV), lo que lo coloca en una desventaja tecnológica total. Como preguntó retóricamente Barrack, ¿cuál es cuál Ejército?, lo que implica que, en términos de capacidad, logística y poder, el actor no estatal ha eclipsado por completo al Estado.
Estancamiento sectario: ¿Por qué el Ejército libanés no desarmará a Hezbollah?
Más allá de las disparidades económicas y militares, se encuentra un obstáculo más profundo y arraigado para el desarme: la composición sectaria y las lealtades internas del propio Ejército libanés.
La expectativa occidental de que el Ejército libanés desarme por la fuerza a Hezbollah ignora las realidades demográficas y sociales del Ejército y del fracturado Estado libanés.
Según el Centro Alma, el Ejército libanés ha experimentado un proceso discreto pero constante de chiización durante la última década.
Las estimaciones indican que entre el 45% y el 60% de los soldados del Ejército libanés son actualmente musulmanes chiís.
Este cambio se debe a factores demográficos (mayores tasas de natalidad dentro de la comunidad chií) y económicos, ya que el Ejército sigue siendo una de las pocas opciones laborales estables para la juventud chií de clase trabajadora, mientras que muchos cristianos y suníes han recurrido al sector privado o a la emigración.
Esta composición crea una dinámica de “Caballo de Troya” dentro de las filas. En cualquier escenario en el que el alto mando de las Fuerzas Armadas Libanesas ordene una confrontación directa o un intento forzado de desarmar a Hezbollah, el Ejército probablemente se fracturará según líneas sectarias. Esto casi con seguridad conducirá a una guerra civil, un escenario que, en palabras de Barrack, aterra a todos en el Líbano, incluidos los más acérrimos oponentes de Hezbollah.
La lealtad de un soldado chií del sur del Líbano —cuya familia depende de Hezbollah para el agua, la electricidad, la educación, la salud y las subvenciones para la reconstrucción de viviendas— reside, ante todo, en su comunidad y su “protector”, no en un Gobierno en bancarrota en Beirut, incapaz de satisfacer las necesidades básicas.
Peor aún, Hezbollah se ha infiltrado profundamente en las estructuras de inteligencia y mando de las Fuerzas Armadas Libanesas, convirtiendo a partes del Ejército en activos auxiliares.
Resumen: Permanencia de la Inestabilidad
El panorama que se presenta en el Diálogo de Manama es sombrío, pero esencial para una evaluación realista de la situación en el Líbano.
El Líbano es un Estado fallido donde el monopolio de la potencia de fuego lo ostenta una fuerza iraní-chií, mejor financiada, mejor armada y más cohesionada que el propio Estado.
El diagnóstico estadounidense de que el Líbano debe “actuar con rapidez” para desarmar a Hezbollah es un imperativo diplomático que choca frontalmente con la dura realidad de una brecha salarial de 2.200 dólares frente a 275 dólares y una fuerza militar compuesta aproximadamente por un 50 % de chiís.
Mientras el flujo de dinero desde Teherán siga abierto y el Estado libanés siga siendo insolvente, el Ejército libanés carecerá de la capacidad operativa y la voluntad política para desafiar a Hezbollah.
En consecuencia, la carga para neutralizar la amenaza del arsenal de Hezbollah —que sigue amenazando a Israel, aunque a un nivel reducido— y contrarrestar sus esfuerzos de reconstrucción junto con su patrón iraní, seguirá recayendo casi exclusivamente sobre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), bajo su nueva doctrina de desarme proactivo y degradación continua de los enemigos.
Fuente: Alma – Research and Education Center
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