Crónica de una barbarie anunciada

El director ejecutivo de la comunidad judía de Australia Colin Rubinstein dijo este lunes: “Hemos advertido que los excesos verbales se convierten en grafitis, luego en incendios intencionales, después en violencia física, hasta que llega al asesinato. Le hemos pedido a los líderes políticos del país que no queremos más disculpas sino acciones reales y efectivas. Pero no, ahora se ha asesinado a judíos porque como judíos estaban celebrando una festividad de alegría y luz”.

La comunidad judía australiana exigió seguridad por amenazas reales. La lista es enorme: casi 400 atentados antisemitas en el último año y medio. Repasemos algunos que muestran como el gobierno y el primer ministro de Australia han dicho que el antisemitismo no tiene lugar en el país, pero en vano. Mera cháchara. Apenas una semana después que Hamas perpetrara el pogromo en Israel en octubre del 2023, empezaron los grafitis en la mayor institución educativa judía en Melbourne y en comercios en Sidney con advertencias y amenazas. Diez días después del 7/10, Israel seguía tratando de identificar a los asesinados, quemados y descuartizados por Hamas y en Sidney incendiaban una fábrica de cerveza de propietarios judíos, y muy cerca, prendieron fuego a un restorán kosher. En diciembre de 2023 incendiaron autos durante dos días y vandalizaron edificios en Sidney en una zona donde en su mayoría viven familias judías.

Después siguieron amenazas contra sinagogas a través de grafitis que vandalizaron sus paredes externas, amenazaron a quienes concurrían a los servicios religiosos, luego volvieron e incendiaron y grafitearon la sinagoga, quemaron autos y vandalizaron edificios cercanos. La policía encontró en enero de este año en Sidney en una casa rodante una importante cantidad de explosivos. La policía dijo que allí había documentos que demostraban que los explosivos iban a ser utilizados para atentar contra una sinagoga. Dos enfermeras en un hospital de Sidney fueron suspendidas, pero no expulsadas, por amenazar con matar a pacientes judíos y dijeron que no estaban dispuestas a atenderlos. En julio de este año, mientras varias familias judías cenaban en Shabat en una sinagoga de Melbourne, atacaron e incendiaron la sinagoga y los asistentes a la cena pudieron salir antes de caer víctimas del atentado.

Era muy difícil pensar que una barbarie antisemita no iba a llegar. La policía hizo poco, pero nadie del gobierno le ordenó hacer no sólo más, sino algo tan simple como cumplir con su deber. El primer ministro Anthony Albanese se ofendió ante las advertencias de que podía suceder una tragedia y le dijo a la comunidad que en su gobierno “los judíos australianos estaban seguros”. Mintió. ¿Cuántas agresiones, incendios de sinagogas, comercios, edificios judíos vandalizados precisaba Albanese para actuar? Se unió a la farsa montada en Naciones Unidas cuando algunos gobiernos decidieron hace unos meses reconocer un estado palestino. Ilusionó a los ingenuos (que deben ser escasos) y junto a los demás hicieron un acto político fallido porque bien sabían y saben que es lo que se requiere para declarar a un Estado como tal, pero les fue propicio para acumular adjetivos contra el estado judío. La demonización de Israel a la que se unió Albanese le dio carta blanca a los terroristas que el domingo pasado asesinaron a 16 judíos y dejaron 40 heridos graves mientras se encendía la primer vela de Janucá en una hermosa playa de Sidney que quedó manchada para siempre con sangre de niños, mujeres, hombres, ancianos,y un sobreviviente de la Shoá que venció el odio nazi pero 90 años después sucumbió al odio islámico en el país que le abrió sus puertas pero que hoy y hace tiempo lo dejó a él y a la comunidad judía de Australia librados al antisemitismo desenfrenado, ensañado y sin barreras.
Victoria Teplitsky, de 53 años, que fue directora de un centro de cuidados infantiles, le dijo a Times of Israel que “los dos asesinos que estuvieron más de diez minutos disparando a mansalva a más de dos mil judíos, aprendieron a odiar, lo cual es un factor mucho más trascendente que haber tenido acceso a las armas que usaron. Más que el hecho de conseguir armas, lo que estos asesinos y quienes piensan como ellos, es haberse alimentado de un odio infinito contra la comunidad judía australiana. El gobierno ha dejado crecer ese odio, lo ha ignorado, y nos hace pensar a los australianos que somos judíos que nosotros no les importamos”.

Hay hechos significativos que le dan la razón a Teplitsky y a la comunidad que piensa como ella, pero más aún si entendemos que el antisemitismo en Australia tiene historia y muy larga.
Un estudio sobre historia del antisemitismo australiano de la profesora de la Universidad de Sidney Suzanne Rutland, nos permite conocer que ni Anthony Albanese ni sus ministros que denegaron visas a políticos israelíes este año y prohibieron que se encontraran con la comunidad judía atacada y vilipendiada, son algo nuevo, sino la continuidad de una historia nefasta.

A finales del siglo XIX y principios del XX, los sentimientos antijudíos se podían encontrar en todo el espectro político australiano. La mayor oleada de refugiados judíos se produjo entre 1938 y 1939, antes de la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo entre 1946 y 1954, con los sobrevivientes del Holocausto. En mayo de 1939, Sir Frank Clarke, presidente del Consejo Legislativo de Victoria, donde está Melbourne, dijo en ese Consejo que “Cientos de endebles europeos del este, hombres escurridizos, con cara de rata, de menos de un metro y medio de altura y un desarrollo pectoral de unas 20 pulgadas trabajaban en fábricas clandestinas en Carlton y otras localidades del norte de Melbourne por dos o tres chelines a la semana, dinero para sus gastos y su sustento”.

Después de la guerra, Clarke siguió: “No estamos obligados a aceptar lo indeseable del mundo por orden de las Naciones Unidas ni de nadie más. Australia tampoco debería ser un vertedero para personas que la propia Europa, en el transcurso de 2.000 años, no ha podido absorber”. El antisemitismo organizado también surgió en las décadas de 1950 y 1960. Un joven periodista, Eric Butler, formó una organización de extrema derecha llamada la Liga Australiana de los Derechos , que se convirtió en una fuerza de promoción de libelos antisemitas, incluyendo los Protocolos de los Sabios de Sión . Para 1960, la liga se había convertido en un movimiento nacional. Tras la guerra árabe-israelí de 1967, algunos sectores de la extrema izquierda australiana comenzaron a promover una agenda antiisraelí influenciada por la Unión Soviética, especialmente en los campus universitarios. Los miembros del movimiento de estudiantes judíos que hicieron campaña contra resoluciones universitarias violentamente antiisraelíes fueron agredidos físicamente.

Después del 7/10, esa narrativa desarrollada por los soviéticos hace décadas, ha vuelto a formar parte del discurso antisemita que se ha visto tanto en Australia como en todo el mundo, y se ha enquistado en las universidades, la prensa y la política. Hay que tener muy presente que el resurgimiento de movimientos nacionalistas extremos y supremacistas blancos ha sido otro factor importante del antisemitismo en los últimos años en Australia. Desde 1989, el Consejo Ejecutivo del Judaísmo Australiano ha monitoreado el nivel de antisemitismo. El número de incidentes ha aumentado constantemente desde entonces: grafitis; acoso verbal contra alumnos de escuelas judías y violencia física contra personas e instituciones. Los antisemitas en Australia nunca dejaron de propagar los libelos sobre la “conspiración judía internacional” y en tiempo actual la analogía “judeo-nazi”, vinculada a la negación del Holocausto y la demonización de Israel y en ella se unen tanto la izquierda como los nazis.

Y así, con más de un siglo de odio antijudío, en Australia se perpetró lo peor que podía suceder como consecuencia de esa historia a la que nunca enfrentó con determinación. No se discute que es una democracia, pero no de cuerpo entero y firme y sí con una grave mutilación, por permitir que una minoría de sus ciudadanos haya sido agredida un día sí y otro también, una década tras otra, un siglo después de otro.

En esta semana se ha preguntado a nivel mundial si lo que sucedió en Sidney puede pasar en otro lado. Hace 43 años, terroristas palestinos entraron a un restorán judío en París, asesinaron a 4 personas e hirieron a 22. Hace 10 años en París hubo una cadena de atentados antisemitas. Hace más de tres décadas el terrorismo destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires y dos años después la AMIA. La pregunta no es si puede pasar sino por qué es posible que suceda sin interrupciones en todos los continentes desde hace más de cuatro décadas. Hoy y ayer, la incitación al odio antisemita llega desde todos lados. La izquierda extrema y no tan extrema en todos los continentes, la extrema derecha que nunca ha dejado de existir y sentir su odio antijudío, el islamismo radical, la academia, los medios de difusión a nivel planetario. Ejecutores de barbaries se contratan fácil. Pero necesitan incitadores. Una especie humana prolífica.