La montaña rusa israelí: boom high-tech, crisis laboral y polarización

Israel atraviesa un tiempo de contrastes extremos. Mientras la agenda pública sigue dominada por la guerra, la política, los secuestrados y la tensión social, la vida cotidiana oscila entre la sensación de parálisis y ráfagas de optimismo económico. Esa convivencia entre euforia y agotamiento define hoy a un país que parece subir y bajar de ánimo con una velocidad vertiginosa.

Por un lado, la economía de alta tecnología continúa mostrando señales de fortaleza. La expansión de grandes centros de investigación y desarrollo promete miles de nuevos puestos de trabajo bien remunerados y consolida a Israel como uno de los principales polos tecnológicos del mundo. Estas inversiones no solo transforman regiones enteras, sino que también refuerzan la idea de que, aun en medio de la incertidumbre, el motor innovador sigue en marcha.

Sin embargo, el reverso de esa prosperidad es una escasez creciente de mano de obra en sectores clave como la construcción, la hotelería y la gastronomía. Faltan decenas de miles de trabajadores para tareas que muchos locales ya no están dispuestos a realizar, una situación agravada por la guerra y la imposibilidad de cubrir esos puestos como en el pasado. El resultado es un mercado laboral tensionado y soluciones improvisadas que no alcanzan a resolver el problema de fondo.

El impacto también se siente en el mercado inmobiliario. Por primera vez en décadas, los precios muestran una baja en algunas zonas, producto de un exceso de oferta y una menor demanda. Aun así, la tendencia podría revertirse rápidamente allí donde se concentren nuevos empleos y proyectos estratégicos, reactivando un ciclo de subas que parece latente.

En el plano social y político, la fractura interna se profundiza. Las protestas, los choques con las fuerzas de seguridad y el malestar en las periferias conviven con una dirigencia cuestionada y una sociedad cada vez más polarizada. Entre la “manía” del éxito económico y la “depresión” del desgaste institucional, Israel transita un presente complejo, donde la resiliencia convive con una sensación persistente de desgaste y desconcierto.