Con sus finos dedos, Dayanara Ashanga acaricia unas vainas marrones que custodia en cajones, cada uno con su fecha, en una habitación bajo llave. Las masajea, las enrolla en un dedo para probar su elasticidad y, luego, las devuelve al cajón en una toalla enrollada.
«Es para que no se enfríen. ¡Si se secan ya no sirven!», proclama para justificar el cariño casi maternal que, día tras día, durante tres meses, vuelca en cada frazada.
El meticuloso ritual lo realiza esta joven kichwa, de 24 años, desde que entró a trabajar en 2018 en la asociación Kallari, una cooperativa de pequeños agricultores indígenas en la Amazonía ecuatoriana dedicada originalmente al cacao y la guayusa.