Parashiot Vayakhel-Pekude

Parashá Vayakhel – Y reunió

Libro Shemot / Éxodo (35:1 a 38:20) 

Moshé reunió al pueblo de Israel y les dijo sobre las órdenes del Eterno respecto a la observancia del Shabat: Trabajar seis días y el séptimo descansar, no encender fuego en Shabat.

Asimismo, Moshé ordenó al pueblo la construcción del Mishkán (Santuario) con la indicación sobre las ofrendas que deberían traer, con generosidad de sus corazones, para aportar a la obra.  La respuesta de los Benei Israel fue inmediata y cada uno donó la mayor cantidad de objetos.  Broches, aros, sortijas, brazaletes, todos elementos de oro, telas teñidas de celeste, púrpura, carmesí, lino fino, cuernos de carnero, elementos de plata y cobre, maderas de acacia, especias para incienso, aceite para las luminarias.

Los príncipes de cada tribu trajeron piedras de ónix y las demás piedras preciosas para engarzar el efod y el pectoral, de la vestimenta del Cohén Gadol. 

Moshé informó que el Eterno había designado a Betzalel, de la tribu de Yehudá, como supervisor de la construcción, dado su gran sabiduría y experiencia.  Su ayudante fue Oholiav, de la tribu de Dan, quien tenía habilidad para realizar obras de arte, grabados y tejidos.

Betzalel y Oholiav informaron a Moshé que la cantidad de aportes del pueblo eran suficientes y que traían más de lo necesario.  Por ello Moshé ordenó que no trajesen más donaciones. 

Comenzó la construcción del Santuario, según las mínimas indicaciones del Eterno.  Así tomó forma el Mishkán.

Parashá Pekudé – Recuento

Libro Shemot / Éxodo (38:21 a 40:38)

Resumen de la Parashá

Se realizó el recuento de todo lo gastado para la construcción del Tabernáculo, según ordenó Moshé.  Se recontó todo el oro empleado, como así la plata, el cobre, y demás objetos.

Se confeccionaron los vestidos de Servicio, como también los vestidos sagrados para Aharón, todo de acuerdo a lo ordenado por el Eterno a Moshé.  

Se utilizaron hebras de oro, tejidos teñidos de colores celeste, púrpura y carmesí y los engarces de piedras de ónix con oro, grabados en ellas los nombres de las doce tribus de Israel.  Otras piedras preciosas utilizadas para el pectoral fueron rubí, topacio, ágata, turquesa, zafiro, diamante, ópalo, amatista, berilo y jaspe.  Todo fue inspeccionado personalmente por Moshé.

Se terminó la construcción del Tabernáculo y el primero de Nisán, fue instituido el Mishkán por Moshé quien ordenó colocar todos los elementos y utensilios, el candelabro y su encendido.  Moshé tomó el Testimonio y lo colocó en el Arca.

Una nube cubrió el Mishkán, que era la gloria del Todopoderoso.  Cada vez que la nube se elevaba, era una señal que indicaba que el Pueblo de Israel debía continuar su marcha.  Por la noche la nube se convertía en fuego, que era visto por toda la casa de Israel.


Comentario del Rabino Sacks

Celebrar – Vaiakel – Pekudé 

Si los líderes de hoy quisieran sacar lo mejor de sus liderados, deberían darles la oportunidad de mostrarles que son capaces de lograr grandes cosas y luego celebrar sus logros. 

Eso es lo que ocurrió en un momento clave sobre el final de nuestra parashá, el que lleva al libro de Éxodo a una conclusión sublime después de todo lo ocurrido. Los israelitas finalmente han terminado la construcción del Tabernáculo. 

Leemos entonces: Por lo tanto todo el trabajo del Tabernáculo, la Tienda de Reunión, fue completado. Los israelitas hicieron todo lo que Dios le había ordenado a Moshé… Moshé inspeccionó el trabajo y vio que habían hecho todo según lo ordenado por Dios. 

Entonces Moshé los bendijo. (Éxodo 39:32, 43)

El pasaje parece simple, pero para el oído aguzado recuerda otro texto bíblico sobre el final de la narrativa de la Creación en Génesis: Los cielos y la tierra fueron completados en todo su vasto esplendor. El séptimo día, Dios concluyó el trabajo que Él había hecho; entonces en el séptimo día Él descansó de todo su trabajo. 

Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo hizo sagrado, porque en ese día descansó por todo el trabajo de creación que Él había hecho. (Génesis 2: 1-3) Las tres palabras claves aparecen en ambos pasajes: “trabajo”, “completado” y “bendecido”. Los ecos verbales no son casuales. 

Es la forma en que la Torá señala la intertextualidad, sugiriendo que una ley o una historia deben ser leídas en el contexto de otra. En este caso, la Torá hace énfasis en que Éxodo concluye como comienza Génesis, con un trabajo de creación.

Observen la diferencia, así como la semejanza. Génesis comienza con un acto de creación Divino. Éxodo concluye con un acto de creación humana. Cuanto más minuciosamente examinamos ambos textos, más confirmamos cuán intrínseco es el paralelismo de la construcción. 

La descripción de la creación en Génesis está ligada rigurosamente a series de siete. Son siete los días de la Creación. La palabra “bueno” aparece siete veces. La palabra “Dios”, treinta y cinco y la palabra “tierra”, veintiún veces. El comienzo del versículo de Génesis contiene siete palabras, el segundo, catorce, y los tres versículos de la conclusión, 35 palabras. 

Siempre múltiplos de siete. El texto completo tiene 469 (7×67) palabras. La descripción de la construcción del Tabernáculo en Vaiakel – Pekudéi también está construida alrededor del número siete. La palabra “corazón” aparece siete veces en Éxodo 35:5-29, al especificar Moshé los materiales a ser utilizados en la construcción, y nuevamente siete veces en 35:34 – 36:8, en la descripción de cómo los artesanos Bezalel y Oholiav llevaron a cabo su tarea. 

La palabra terumá, “contribución”, aparece siete veces en esta sección. En el capítulo 39 que describe la confección de las vestimentas sacerdotales, la frase “como Dios Le ordenó a Moshé” se repite siete veces. Y, nuevamente, otras siete más en el capítulo 40. Se desarrolla un paralelo notable entre la creación del universo por parte de Dios y la creación del Santuario por los israelitas. Ahora comprendemos lo que representa el Santuario. 

Era un microcosmos, un universo en miniatura, construido con la misma precisión y “sabiduría” como el universo mismo, un espacio de orden contra la vasta falta de forma del desierto y contra el continuo caos amenazador del corazón del ser humano. 

El Santuario era un recordatorio visible de la presencia de Dios en el campamento, en sí una metáfora de la presencia de Dios en el Universo en su totalidad. 

Una gran y trascendental idea está tomando forma. A los israelitas —que han sido retratados a lo largo de una buena parte del libro Éxodo como desagradecidos y tibios— se les ha dado ahora la oportunidad, después del pecado del Becerro de Oro, de mostrar que no son irredimibles, y ellos abrazaron esa oportunidad. Han probado ser capaces de grandes cosas. 

Han mostrado que pueden ser creativos. Han utilizado su generosidad y su habilidad para construir un mini universo. Mediante este acto simbólico han demostrado ser capaces de transformarse, utilizando la frase rabínica, “socios de Dios en la tarea de la creación”. 

Esto fue fundamental para la vuelta a la moralización y para su autoimagen como pueblo del pacto con Dios. El judaísmo no tiene una visión limitada de la posibilidad humana. No creemos estar mancillados por el pecado original. 

No somos incapaces de alcanzar grandeza moral. Por el contrario, el mero hecho de que fuimos creados a imagen del Creador significa que los humanos —a diferencia de otros seres vivientes — tenemos la capacidad de ser creativos. Al llegar a su culminación del primer logro creativo de Israel, Moshé los bendijo, diciendo, según los sabios, “Que sea la voluntad de Dios que Su presencia esté presente en la labor de vuestras manos1 ”. Nuestra grandeza potencial reside en que podemos crear estructuras, relaciones y vidas que constituyen hogares para la Presencia Divina. 1 Sifri, Bamidbar, Pinjás, 143. 

Al bendecirlos y celebrar sus logros, Moshé les mostró lo que podían llegar a ser. 

Esa es una experiencia potencialmente transformadora de vida. 

Acá tenemos un ejemplo contemporáneo: En el año 2001, poco después del 11 de septiembre, recibí una carta de una mujer en Londres cuyo nombre no reconocí de inmediato. Me contó que en la mañana del ataque de las Torres Gemelas, yo estaba dando una conferencia sobre las formas de elevar el nivel de la profesión educativa, y que ella había leído un informe al respecto en los medios. 

Eso la impulsó a escribirme para recordar el encuentro que habíamos tenido ocho años atrás. En ese entonces, en el año 1993, ella era la Directora de una escuela que estaba en franca decadencia. Escuchó algunas de mis charlas radiales, sintió una identificación con lo que yo pensaba y decía, y consideró que podía ser una solución a su problema. La invité a ella y a dos de sus colaboradoras a mi casa. La historia que me contó fue la siguiente: El ánimo en la escuela, tanto de los maestros, como de los alumnos y los padres, estaba en su nivel más bajo. 

Los padres estaban retirando a sus hijos. La cantidad de alumnos inscriptos había bajado de 1000 a 500. 

Los resultados de los exámenes eran malos: sólo el 8 por ciento sacó buenas notas. Estaba claro que si no se producía un cambio dramático la escuela debía cerrar. Hablamos durante más o menos una hora sobre temas generales: la escuela como comunidad, cómo crear una ética, etc. 

De repente, me di cuenta que estábamos yendo por un camino equivocado. 

El problema que ella enfrentaba era práctico, no filosófico. Dije: “Debes adoptar una palabra: celebrar”. Me miró y me dijo suspirando, “Usted no entiende, no tenemos nada para celebrar. En la escuela todo anda mal”. “En tal caso”, repliqué entonces “busca algo para celebrar. Si un solo alumno le va mejor esta semana que la anterior, celebra. Si hay un cumpleaños, celébralo. Si es martes, celébralo”. 

No parecía estar muy convencida, pero decidió intentarlo. Ahora, ocho años más tarde, me escribió para contarme lo que ocurrió desde ese entonces. Los resultados de los exámenes exitosos pasaron del 8 al 65 por ciento. La cantidad de alumnos aumentó de 500 a 1000. Y dejando la mejor noticia para el final, me informó que la habían honrado con el título de Dama del Imperio Británico (uno de los mayores honores que otorga la Reina) por su contribución a la educación. 

Finalizó diciendo cómo una sola palabra había cambiado su escuela y su vida. Era una educadora magnífica, y seguramente no necesitaba mi consejo. Podría, de cualquier manera, haber encontrado esa respuesta por las suyas. Pero yo nunca dudé de que la estrategia tuviera éxito ya que todos crecemos para cumplir con las expectativas que otros tienen sobre nosotros. Si son bajas, permanecemos pequeños. Si son altas, caminaremos erguidos. La idea de que cada uno de nosotros tiene un nivel determinado de inteligencia, virtud, capacidad académica, motivación y potencia, es absurda. No todos podemos pintar como Monet o componer como Mozart. 

Pero cada uno de nosotros tiene sus dones, capacidades, que pueden permanecer adormecidas hasta que alguien las despierta. 

Podemos arribar a alturas que nunca pensábamos que serían posibles. Todo lo que se requiere es encontrar a alguien que crea en nosotros, que nos desafíe, y que una vez que hemos respondido a ese desafío, bendiga y celebre nuestros logros. 

Eso fue lo que hizo Moshé por los israelitas después del pecado del Becerro de  Oro. En primer lugar los hizo crear, y luego los bendijo, junto con su creación, mediante una de las bendiciones más sencillas y movilizantes: que la Shejiná viva en el trabajo de sus manos. 

La celebración es una parte esencial de la motivación. Dio vuelta a una escuela. 

En una era más antigua y en un contexto más sagrado, dio vuelta a los israelitas. Por lo tanto, celebremos. Cuando celebramos los logros de otros, cambiamos vidas. 

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