Es momento de repasar algunos principios desde la perspectiva judía; su filosofía, su historia, el pensamiento y el ejemplo de los jajamim y la normativa de emergencia que escribieron y decretaron. Allí encontraremos una guía invalorable para ajustar nuestras actitudes dentro del pensamiento de milenios que, a veces, olvidamos.
La doctrina judía establece que debemos protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias para evitar el contagio obedeciendo estrictamente lo que nos indican las autoridades sanitarias del lugar de nuestra residencia. Esa subordinación es también una -mitzvá – un mandato judío.
Dado que el individualismo no es el camino judío, debemos evitar descender al tribalismo en un momento en que necesitamos unirnos de mente y alma como un colectivo con todos los seres humanos que tenemos cerca de nosotros.
El coronavirus es una carga enorme para la humanidad, pero se puede manejar a través de la acción compartida, la tzedaká y el deseo de ver esta enfermedad contenida antes de que se pierdan más vidas.
El coronavirus nos ha enseñado que es imposible separarnos del mundo en general, y que nuestra propia salud y seguridad personal dependen de la resistencia y seguridad de los miembros más pobres y vulnerables de nuestra sociedad, particularmente los ancianos, los enfermos polipatológicos y crónicos, especialmente.
Debemos asumir colectivamente la responsabilidad de la salud y el bienestar de cada miembro de nuestra sociedad. Esto significa garantizar la atención médica, la ayuda concreta a quienes se están quedando sin ingresos y una mayor asistencia alimentaria; evitando acaparar productos de primera necesidad por sufrir de histeria y pánico y seguir en el consumismo sin comprender la situación.
La seguridad es sacrosanta. La salud es lo más importante. Y la Torá y las mitzvot así lo consagran.
El énfasis en la ley judía y la tradición vivida en la responsabilidad colectiva es contracultural en tiempo del postmodernismo que consagra en muchos países el individualismo, pero casualmente por ello debemos aferrarnos más que nunca a nuestro pensamiento. El coronavirus nos ha enseñado la imposibilidad de valernos por nosotros mismos y que un nuevo compromiso con la responsabilidad comunitaria es la única forma de protegernos a nosotros mismos y a los demás.
Salvar la vida de otra persona cumple el mandato bíblico “No estar de pie» (ociosamente) ante la sangre del prójimo” que puede explicarse como “no atentarás contra la vida de tu prójimo, tampoco pasivamente” o «no te quedes de brazos cruzados viendo el derramamiento de la sangre de otro” (Vayikrá 19:16), y de otro versículo “Y si tu hermano no fuere tu vecino, o no lo conocieres, lo recogerás en tu casa, y estará contigo hasta que tu hermano lo busque, y se lo devolverás” (Devarim 22:2), que indica «restaurar un objeto perdido» incluyendo su salud, como de los preceptos bíblicos incluido su bienestar físico (ver Sanedrín 73a). El versículo dice: וְהָיָה עִמְּךָ עַד דְּרֹשׁ אָחִיךָ אֹתוֹ, וַהֲשֵׁבֹתוֹ לוֹ “Y se lo devolverás a él [vahashevoto lo] (Devarim 22: 2), que también puede leerse como: Y le restaurarás [vahashevoto], salvando su cuerpo. [El término vahashevoto puede traducirse según el contexto en: devolución, restauración, renovación, restitución, rehabilitación; etc.].
Otra fuente valiosa la encontramos en Moed Katán 5a, al interpretar el versículo: “Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Tamé-impuro! ¡Tamé-impuro! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será tamé; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada” (Vayikrá 13:45). Este versículo enseña que el enfermo debe informar a los demás de su estado para que sepan que no deben entrar en contacto con él. Traducido a nuestro tiempo debemos leer que: El sospechoso de haberse contagiado con el coronavirus, debe anunciar a las autoridades, a los familiares, a los vecinos, y a todos, que puede contagiar y debe encerrarse fuera del campamento, es decir fuera de toda posibilidad de contacto con otras personas.
La siguiente beraita del Talmud enseña: «Y él llorará: impuro, impuro»; esto enseña que el leproso debe informar al público de su angustia, y la comunidad rezará por la misericordia en su nombre, para que se sane.
Cuando hemos sido golpeados por una plaga que a muchos de nosotros nos impide reunirnos y establecer contacto físico, ¿cómo debemos reaccionar?
El cumplimiento de las medidas cautelares decretadas por los funcionarios y las autoridades de salud debe considerarse como el cumplimiento del mandamiento religioso más elevado: Pikúaj Nefesh, salvar vidas humanas. Los casos de peligro inminente de vida anteceden a la observancia del Shabat («pikúaj nefesh dojé Shabat»), tal como está escrito: «Observareis Mis leyes y Mis mandamientos, los cuales habrá de cumplir la persona para que viva con ellos. Yo soy .A.» (Vaikrá 18:5). Este versículo es explicado por nuestros sabios de la siguiente forma: «Para que viva con ellos y no que muera con ellos», esto es, los preceptos de la Torá fueron dados para que las personas vivan y no para que mueran en virtud de su observancia. Es así que aunque las probabilidades de salvar una vida sean escasas, se permite profanar el Shabat para intentarlo. (Yomá 85b). Por ejemplo, se profana el Shabat para traer una medicina que es efectiva solamente en algunos casos, o para traerla aunque esté en su fase experimental y todavía se duda respecto de su efectividad… (Maguén Abraham 328:1, Ramá Yoré Deá 155:3, Orjot Shabat 20:7)” (Cita tomada de la traducción al español de Pninei Halajá del rabino Eliezer Melamed).
Cuando nos enfrentamos a la vida o la muerte, siempre debemos elegir enfáticamente la vida. Este ha sido el camino judío desde el principio de los tiempos.
Rav Najmán de Bratzlav nos ofreció un enfoque de vida y filosofía. “El mundo entero es un puente estrecho; el principio principal: no temer», lo que nos obliga a luchar contra la histeria, el espanto, el terror, el susto y el miedo, que casi siempre hacen más daño que las propias enfermedades; la historia de la humanidad está llena de casos al respecto. Ya estamos sufriendo por ello de graves trastornos financieros, especulación febril con las acciones, derrumbe del mercado, y un ambiente de temor a raíz de una crisis económica real o prevista.
La seguridad es sacrosanta. La salud es lo más importante.
Quedarnos aislados (yo lo estoy cuando escribo estas líneas, porque un compañero de la sinagoga asistió, por cierto, sin saber que estaba enfermo del virus y todos los asistentes cumplimos con la norma de la cuarentena), es por el bien de los demás y por el propio. Estar en estado de aislamiento: puede ser triste y duro, pero actuar inconscientemente nos puede llevar a la muerte o a ser, aún peor, cómplices de la muerte de otros. Pero si todos los obligados lo cumplieran permitirá que la peste desaparezca más rápido.
La palabra hebrea para cuarentena es «bidud». Ya había aparecido en las Escrituras en el libro de las Lamentaciones por la destrucción de Tzión: » ¡Cómo, ay, yace solitaria (badad) la Ciudad populosa!…» (Eijá 1:1)
Estar solo en cuarentena, desprovisto del calor de los amigos, familiares, compañeros de trabajo y comunidad, es una dura experiencia. No hay reemplazo para el abrazo, beso o incluso el apretón de manos. El solo hecho de tener a otros cerca le da a una persona una sensación de seguridad y comodidad. La cuarentena fuerza una soledad dolorosa. Las normas de seguridad piden que un ser humano esté a por lo menos dos metros de distancia del otro.
Para el judío que ama las mitzvot especialmente las comunales y sinagogales, la soledad se agrava. Hablar por teléfono, enviar mensajes e incluso chatear por video no sustituye la presencia física de los demás, pero pueden ser usados para alentar a otros y acompañarles. No poder concurrir a la sinagoga para los servicios religiosos, ni a los shiurim, que los varones no logren ir a la mikve, restringir la asistencia a bodas y no poder alegrar a los novios, o a los actos de brit milá, ni concurrir a los sepelios ni a la shivá (el período de duelo de una semana en el judaísmo para familiares de primer grado, durante parte del cual se suele ir a consolarles) es muy difícil. Que los dolientes se queden sin minián y no puedan decir Kadish, y que los enfermos fallecidos deban ser sepultados sin Tahará y sin mortajas es muy duro. Pero, hay un principio superior que obliga respetar las normas y también a seguir aislados si es lo que corresponde.
Si estamos confinados en nuestro hogar, aun así debemos orar en los horarios de la comunidad. Hoy podemos seguir por Internet shiurim (clases de Torá) con otros y leer libros sagrados desde la red y de aquellos que tenemos en nuestros hogares.
Estar aislados es deprimente. Pero, tomada la reclusión de la manera correcta, puede proporcionar tiempo y oportunidad para conectarse con Dios, repensar los valores y volver a comprometerse con las prioridades que son importantes para nosotros. La soledad de la compañía también puede crear una oportunidad, para evaluar de cómo solemos vivir tomando como absolutos los usos acostumbrados sin discriminar entre lo valioso y lo superfluo.
Cuando una persona está sola puede comunicarse con Dios como nunca antes. Dios está escuchando eternamente nuestras voces, y Dios espera nuestras oraciones, aunque no siempre nos conceda lo que esperamos obtener a cambio de nuestros ruegos.
El silencio del bidud (aislamiento) brinda a la persona la oportunidad de conectarse con Dios en los niveles más profundos. Sin las presiones del trabajo, un horario o tareas familiares, una persona puede recurrir a Dios, derramar su corazón y profundizar sus relaciones con el Creador. El gran vacío de espiritualidad dejado por la ausencia de rituales colectivos se puede llenar con una conexión más única con Dios.
Veamos algunos antecedentes históricos: En Yom Kipur de 1846, la epidemia de cólera estaba en su apogeo, cuando el rabino Israel Lipkin (1810-1883), mejor conocido como Rav Israel Salanter se dirigió al púlpito, se lavó las manos públicamente e hizo la bendición antes de comer pan en el día más sagrado de nuestro calendario. La comunidad judía temía traspasar las normas comunitarias y religiosas entonces, pero recordó a la comunidad judía que a la luz de una enfermedad que amenaza la vida, comer en Yom Kipur no estaba infringiendo la ley de la Torá, la estaba cumpliendo.
Una historia corta publicada casi ochenta años después, dramatiza el episodio: “Es el Día de la Expiación en la tarde. El rabino se encuentra en la plataforma en el centro de la sinagoga, alto y venerable… [La] gente está esperando escuchar lo que dirá el rabino, y uno tiene miedo de respirar. Y el rabino comienza a hablar. Su voz débil se hace más fuerte y más alta cada minuto, y al final es bastante animosa. Él habla de la santidad del Día de la Expiación y de la santa Torá; del arrepentimiento y la oración, de los vivos y de los muertos, y de la peste que ha estallado y que destruye sin piedad, sin descanso, sin pausa, ¿por cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo más? . . . y lo escucho decir: «Y cuando los problemas llegan a un hombre, debe mirar a sus obras, y no solo a las que le conciernen a él y al Todopoderoso, sino a las que se refieren a sí mismo, a su cuerpo, a su carne, a su propia salud. Hay momentos en que uno debe apartarse de la Ley, si al hacerlo puede salvarse a toda una comunidad.
Con el consentimiento del Omnipresente y con el consentimiento de esta congregación, damos permiso para comer y beber el Día de la Expiación”.
Otra historia está relacionada con el rabino Akiva Eger [Eiguer] (1761-1837) destacado erudito talmúdico, influyente decisor halájico y líder principal de la judería europea a principios del siglo XIX, en el año 1831, durante un brote de cólera en Europa decretó: «He emitido advertencias reiteradas de que el comportamiento de uno debe estar de acuerdo con el juicio de los médicos y no violar sus instrucciones”. Posen-Poznán, primera capital de Polonia, donde residía el rabino, fue una de las zonas afectadas por esta fatal enfermedad y secciones enteras de la ciudad fueron puestas en cuarentena y se les prohibió el ingreso. El rabino decretó entre varias Takanot: “En cuanto la plegaria en las sinagogas, creo que es verdad que la reunión de personas en un lugar estrecho no es correcto por lo cual se debe rezar en diversos minyanim a los que asistan menos de 15 personas, y colocar a un policía que cuide (que no ingresen más personas que las permitidas). También recomendó, abrigarse bien, evitar ingerir alimentos dañinos, y evitar beber alcohol… ventilar los cuartos y cuidar severamente la higiene personal, poniendo especial cuidado en lavarse con agua y vinagre. «Estar limpio para no ensuciar y no contaminar la casa». El rabino adopta por completo las pautas médicas de su tiempo y en otro lugar escribió: «Y la trasgresión de las palabras de los médicos sobre esto es un pecado censurable para Dios y es un agravio insoportable». Además, ordenó recolectar una suma de dinero para caridad de cada individuo que sería dada a los menesterosos. Todas sus instrucciones son meticulosas, rigurosas y sentenciosas. Entre todas prescribe otra enseñanza igualmente enfática: «No preocuparse y alejar todo tipo de tristeza».
En este momento actual, podemos aprovechar elevarnos espiritualmente además de cuidar todas las reglas sobre estornudos y distanciamiento social. Por ejemplo, recitar con toda la entrega del corazón, más que la acostumbrada intención Asher Yatzar: -“Bendito seas .A. nuestro soberano del universo, por haber creado al hombre con ingenio dotándolo de todo un sistema de orificios y conductos comunicantes. Es visto y sabido que por si determinación de tu honorable majestad uno de estos se llegase a cerrar o abrir a desconcierto, sería imposible subsistir y permanecer en pie delante de ti. Bendito eres .A. nuestro curador de todos los seres y hacedor de maravillas”.
El Salmo 91 nos ayudará: “»No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía.»
Con su luz, tendremos la ecuanimidad de saber lo que debemos hacer o no hacer y Él nos iluminará.
La pandemia de coronavirus es aterrara para cintos de millones de personas. El número de enfermos y muetos va creciendo en muchos países casi en progresión