Así como los sentidos nos permiten percibir, gozar y a veces sufrir el mundo en el que vivimos, los órganos de nuestro cuerpo nos permiten funcionar e interactuar con todo lo que nos rodea; gracias a ellos nos movemos, hacemos la digestión, hablamos y finalmente, vivimos.
En la Torá, el mandamiento de la relación íntima de la pareja se le conoce como la mitzvá de la simjá, la mitzvá de la alegría durante la cual las dos personas se convierten en una. Para esto, deben conocerse. En hebreo, la palabra iediyá significa conocimiento pero también significa relación sexual. Para esto, se necesita preparación, de la mente y del cuerpo, igual que para el cumplimiento de cualquier otra mitzvá. Por esto, debemos conocernos primero a nosotros mismos y luego a nuestra pareja.
La Torá, en Devarim dice “Cuando un hombre tomare una nueva mujer (aunque sea viuda) no será enrolado para la guerra y no se le ocupará en labor militar alguna, sino que ha de quedar libre en su casa para contentar a la mujer que tomó”. Esto muestra la importancia que tiene en la religión judía la calidad de la relación sexual de la pareja.
Así, el hombre cumple con la mitzvá de oná que incluye palabras afectuosas, caricias y cercanía física dentro de una atmósfera que satisfaga las necesidades tanto físicas como emocionales.
EL JUEGO PREVIO
Una relación sexual completa no sólo se limita el coito. Abarca todo el entorno de la pareja y debe involucrar todo el cuerpo y la mente. Los cuerpos de los integrantes de la pareja deben prepararse para el encuentro. Esta preparación comienza en la mente que imagina lo que va a pasar.
El hacer el amor involucra a todo el ser. Toman parte todos los sentidos. Al realizarlo, como lo hacemos en la Havdalá al finalizar el Shabat, también damos gracias a D-os por habernos dado el placer de los sentidos. Es como ser un músico que tiene un instrumento muy valioso, con el que, si estudia y practica, puede tocar música preciosa.
El juego previo, además de placentero es muy importante porque prepara a los cuerpos para el acto.
Como dice el Talmud, no hay nada expresamente prohibido respecto de lo que puede hacer una pareja en la intimidad, siempre que se haga de mutuo acuerdo. Cada persona es diferente y tiene preferencias y gustos particulares, que deben ser conocidos y respetados por ambos, y al igual que sucede con la música, que con solo siete notas, las variaciones son infinitas, con nuestro cuerpo y nuestros cinco sentidos podemos hacer maravillas.
Se debe tener en cuenta que todos somos diferentes y tenemos gustos y preferencias diferentes. Lo que a una persona le puede encantar, a otra puede parecerle desagradable y hasta repulsivo. Por esto, debemos conocernos y conocer a nuestra pareja. El camino a este conocimiento es interminable e inmensamente gratificante.
Por esto, la relación sexual no es un acto mecánico ni se basa en recetas sino en una sana y buena disposición y en respeto por el otro.
LAS CARICIAS
En “Proverbios 7:18” encontramos este versículo: “Ven, hartemonos de amor hasta la mañana, solacémonos con caricias”.
Las caricias son una deliciosa fuente de placer. Se puede acaricias con los dedos, con la palma de las manos, con los labios y la lengua, con las piernas, con los pies, con objetos como plumas suaves (de aves), esponjas, telas (seda, terciopelo, etc), cepillos y casi cualquier objeto que llegue a nuestra imaginación.
También en Cantares 4:10,: “¡Cuán hermoso es tu amor, hermana mía, esposa mía! Cuánto mejores que el vino son tus caricias, y cuánto mejor es la fragancia de tus ungüentos que todas las especies!”
La piel reacciona a las caricias de diferente manera en las diferentes zonas del cuerpo. Hay lugares que son más sensibles que otros.