Pese a las proclamas del régimen de que lo ha ‘vencido’, el coronavirus está golpeando China en una segunda oleada. Las primeras decisiones del presidente Xi convirtieron un brote local en una pandemia, y ahora están volviendo a meter a China en el hoyo de la enfermedad. China puede mentir con las estadísticas, pero el virus tiene la última palabra.
China ha «derrotado» al coronavirus y cantado «victoria», nos dicen los medios del Partido Comunista.
Sin embargo, ha pasado una cosa extraordinaria. El virus está golpeando China en una segunda oleada. Una segunda oleada que ya se está cobrando víctimas, incluido el relato propagandístico del Partido. La más peligrosa de esas narrativas es la de que el gobernante Xi Jinping tiene, por mandato celestial, la obligación de dominar el orden internacional.
El 19 de marzo, tras informar de que no se habían registrado nuevas infecciones, China dijo que el virus había sido contenido. Desde entonces, Pekín ha venido dando cuenta de decenas de nuevos casos cada día; pero sostiene que prácticamente todos ellos son «importados», es decir, de individuos infectados procedentes de otros países. Por lo que hace a los contadísimos casos locales, la mayoría, asegura Pekín, se trata de contagios que tienen origen en los importados.
Pero las estadísticas oficiales chinas de muertes y nuevos contagios han de ser falsas. Los funcionarios chinos están actuando de una manera de hecho inconsistente con las informaciones relativas a la ausencia de nuevas infecciones.
Por ejemplo: el 27 de marzo Pekín cerró todos los auditorios del país, después de haberlos reabierto la semana previa.
En Shanghái, las atracciones turísticas que acababan de ser reabiertas han vuelto clausurarse. Así, el Ayuntamiento ha vuelto a cerrar el mirador de la Torre de Shanghái, el edificio más alto del país, así como la vecina Torre de la Perla Oriental. La Torre de Jin Mao ha sido clausurada «para reforzar las medidas de prevención y control de la pandemia». El Museo de Cera, el Acuario y el Parque Acuático Haichang están también cerrados, junto con las secciones indoor de otras 25 atracciones. ¿La Disneylandia local? «Cerrada hasta nuevo aviso».
Shanghái no es la única metrópolis que está echando el cierre. En Chengdu, los karaokes y los cibercafés fueron clausurados sólo unos días después de que su provincia (Sichuan) reabriera todos los locales de entretenimiento.
Fuyang, en la provincia de Anhui, ordenó el cierre de todos los «lugares de entretenimiento» y de las piscinas cubiertas. La provincia de Henan ha cerrado los cibercafés; incluso ha puesto en cuarentana una comarca, la de Jia, luego de que unos médicos de la zona dieran positivo por el virus.
El 31 de marzo ESPN informó de que el Gobierno central de China había retrasado la reanudación de los espectáculos deportivos.
Los exámenes nacionales de ingreso a la universidad, el gaokao, han sido pospuestos un mes, hasta julio.
Asimismo, el régimen no ha reagendado sus actos políticos más importantes, el Congreso Nacional del Pueblo y la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino, ambos de carácter anual e inicialmente programados para principios de marzo.
Finalmente, las autoridades de la provincia de Jiangxi están prohibiendo el acceso a la gente procedente de la vecina Hubei, lo que indica que no creen que la epidemia en esa provincia devastada por la enfermedad se haya acabado.
¿Importa todo lo anterior? Claro. Xi Jinping piensa que debe dominar el planeta. «China, el país donde el virus se manifestó por primera vez y donde se cobró los primeros miles de vidas, está aprovechando la difusión global de la enfermedad para dar fuerza a su apuesta cada vez más estentórea y asertiva por el liderazgo global, exacerbando un conflicto con EEUU que dura ya años», consignó el Wall Street Journal el pasado día 1.
Como proclamó triunfalmente el Global Times del Partido Comunista el 30 de marzo, «La metedura de pata del covid-19 marca el fin del Siglo Americano».
Para apartar a EEUU y hacerse con el liderazgo global, Pekín contaba con que Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), declarara que la respuesta china al coronavirus mostraba «la superioridad del sistema chino», y que «su experiencia merece ser emulada por otros países». Así las cosas, Pekín pergeñó un gran despliegue a cuenta de sus donaciones de equipo médico y kits de diagnóstico, muy notablemente a la baqueteada Europa.
Por último, a primeros de febrero Xi Jinping forzó la vuelta al trabajo en China para demostrar que en su país la epidemia había terminado.
Pero ninguno de esos shows convencerán a nadie si el virus vuelve a causar estragos en China. Por desgracia para Xi, eso es lo que de hecho está sucediendo: en China, la gente se está reinfectando. Por ejemplo, en la industrial Dongguan, en la provincia suroriental de Guangdong, trabajadores de vuelta a sus lugares de trabajo han llevado consigo el coronavirus, lo que ha obligado a las autoridades sanitarias a poner en cuarentena a otros trabajadores. El líder chino puede reiniciar la economía o estrangular al coronavirus, pero no puede hacer ambas cosas a un tiempo.
Cuando la segunda oleada de infecciones de coronavirus golpee duro a China, las bravatas de Xi Jinping sobre la superioridad del comunismo chino sonarán hueras, incluso absurdas.
Las políticas iniciales de Xi convirtieron un brote local en una pandemia, y ahora están haciendo que aún más gente caiga enferma, forzando a China a caer de nuevo en el hoyo de la enfermedad. Los inadecuados tests de diagnóstico y los deficientes equipos de protección donados a medio mundo, junto con las nuevas infecciones, revelarán la verdad: que el comunismo es incompetente, si no directamente nocivo.
A su vez, la incompetencia y nocividad del comunismo revela que el declive de EEUU vaticinado por Xi tendrá que ser dejado para otro día.
China puede mentir con las estadísticas. pero el virus tiene la última palabra. La victoria sobre el covid-19 y sobre EEUU aún queda muy lejos.
Gordon G. Chang, analista del Instituto Gatestone