Su voz era incomparable, el ruiseñor sueco la llamaban, y entre sus locos enamorados también estaba Hans Christian Andersen, quien se inspiró en ella en cinco de sus famosos.
No ha habido cantante que despertase la admiración y el asombro de Jenny Lind, conocida como el ruiseñor sueco.
Su talento enamoró a Berlioz, a Litzs, a Schumann, incluso a Verdi, pero sobre todo volvió loco a un Mendelsshon que veía en ella a la realización de todos sus deseos, la unión perfecta entre música y cuerpo.
Juntos iniciaron una estrecha relación de amistad y una colaboración artística que llevó al músico a componer una ópera pensando en ella. Lind era joven, con las ideas claras, en un Londres que la trataba como si fuera la mismísima Madonna. Todo se anunciaba con su nombre, el público la adoraba y había una clara lindmanía.
Él era un hombre casado, con cinco hijos y una larga carrera a sus espaldas, después de haber enamorado a Goethe con tan sólo doce años. Lind era ese shangri-la donde recuperar todos sus sueños perdidos, pero Lind no era facil de conmover y mucho menos de conquistar.
Lind había nacido en Estocolmo en 1820 y la difícil relación de sus padres marcaría un carácter directo, pero a la defensiva. Su madre estaba casada con otro hombre cuando su padre, un librero llamado Niclas Jonas Lind, se enamoró de ella. Los dos empezaron una relación adúltera hasta que ella consiguió divorciarse. Sin embargo, se negó a volver a casarse hasta que su primer marido muriese. De esta forma, Lind fue una hija Ilegitima hasta los 14 años, cuando sus padres por fin pudieron casarse. ¿Esta experiencia hizo que rechazara a Mendelssohn, un hombre casado, cuando éste le pidió que huyera con ella? Es fácil suponer que sí.
En ese momento, Lind ya era una celebridad en los países escandinavos. Con tan solo 10 años subía a los principales escenarios suecos y daneses. Sin embargo, su encanto era tal forzaron en extremo su voz, dándole muchas veces un repertorio que tampoco la favorecía. A punto estuvo de perder la voz. Fue el gran barítono español Manuel García, que en aquel momento daba clases de canto en París, quien consiguió que Lind modulase correctamente y aprendiese por primera vez cómo cantar sin estropear sus cuerdas vocales. A partir de aquí comenzó la meteórica carrera de Lind.
Decían que si no la oías cantar, no era una mujer hermosa, pero cuando abría la boca se convertía en un ángel de extraordinaria belleza. ¿A alguien le suena esto? El primero de sus célebres admiradores fue Hans Christian Andersen, el autor de “La sirenita”, que calló rendido a sus pies. Ella lo acogió como amigo, pero la personalidad y el aspecto de Andersen siempre fueron extraños y tuvo que rechazar todas sus declaraciones de amor. Aún así, Lind se convirtió en su principal fuente de inspiración. De sus rasgos sacó a las protagonistas de “El ruiseñor”, “El ángel” y “Bajo el pilar”. Pero la mayor fuente de inspiración de Andersen no era el amor, sino el resentimiento. El personaje de “La reina de las nieves” no es otra que Lind, que según el escritor tenía un corazón de hielo, frío e inalcanzable.
Y no era así, ya que en esa época se enamora del tenor Julius Günther, una de sus parejas artístas, de rostro aniñado y espíritu juvenil, pero sus carreras acabarán por separarlos. Un año después, aparecerá Mendelsshon y su unión será todavía más fuerte y vital, pero se verá incapaz de romper una familia y huir con él, repitiendo la historia de sus padres. Sólo se conocieron tres años, los suficientes para marcarlos para siempre. Andersen los ve juntos y no reconoce a su amiga. Clara Schumann, amiga también de la mujer de Mendelsshon, tiene que callar y negar lo evidente para no comprometerse.
En esos años, Mendelssohn la dirigirá en varias ocasiones, le escribirá el oratorio “Elijah” para su voz específica e incluso iniciará una ópera, “Lorelei”, para que la protagonice Lind, pero quedará inconclusa tras su muerte. Es en 1847 cuando el compositor ya no puede más, necesita huir de Londres, de su mujer, de su familia y centrar su existencia en la criatura que le ocupa las 24 horas del día su cerebro. En un rapto de pasión, le escribirá una carta en que declarará su amor absoluto y le pedirá que huya con él a América y empiecen allí una nueva vida. La carta acaba con la amenaza de que se suicidará si no acepta su grito de socorro.
Ella, nerviosa, con ganas de obedecer sus instintos y abandonarse ante aquel hombre, duda, pero es una persona que sabe muy bien lo que quiere. Quiere a ese hombre, pero no lo quiere así, y le rechaza. Mendelsshon queda totalmente devastado por la negativa. Es un hombre orgulloso, caprichoso, acostumbrado a conseguir todo lo que quiere, y no entiende el problema. Sabe que Lind le ama, así que en su imaginación no ve más allá de esa situación. Él está dispuesto a renunciar a su mujer y sus cinco hijos, y ella ¿no puede renunciar a su buen nombre?
Pocos meses después una apoplejía acabará con la vida de Mendelsshon a los 38 años. Su célebre composición, “Cuateto de cuerda número 6 en F menos Op. 80″ será el testamento a la desolación por la pérdida de Lind como la muerte de su hermana Fanny. La cantante también caerá en la depresión, preguntándose si su muerte no habrá sido culpa suya. “Ha sido la única persona que consiguió que mi espíritu se sintiese por completo realizado. Y en el momento en que lo encontré, lo volví a perder para siempre”, dirá la soprano al conocer su muerte.
Lind seguirá con su carrera, pero su motivación se ira perdiendo poco a poco. Parece como si el regalo de su voz fuese para llamar a Mendelsshon y una vez muerto, ¿para qué seguir cantando? En 1848 realizará un último concierto en Londres ante la reina Victoria, que quedará por completo conmovida por la actuación. Entre el público también estarán Charlotte y Anne Brönte, rendidas al talento de Lind. Poco sabían ellas que su vida bien pudo ser el de uno de sus personajes.
Después de una larga gira por Estados Unidos en 1850, donde después de 90 conciertos decide abandonar a su promotor y tomar el control de su carrera, se decidirá a abandonar definitivamente los escenarios y el mundo de la ópera. En ese momento está en la cúspide de su carrera, con apenas 29 años. En 90 conciertos con el promotor P. T. Barnum, ganará 350.000 dólares, una barbaridad para la época. Pero es que en los 50 conciertos que ella misma se contrató ganó 900.000, tres veces más con la mitad de actuaciones.
Ya no tiene nada más que demostrar. En 1853 se casará con el pianista y compositor Otto Goldschmitt y se retirará en Londres, donde tendrá tres hijos. A veces volverá a los escenarios, pero en conciertos muy puntuales. Goldschmitt quemará por celos todas las cartas que Lind conserve de Mendelsshon, pero el recuerdo seguirá para siempre. Se dice que el mismo Edison la grabó en uno de sus primero fonógrafos, pero su voz se ha perdido. Lo más parecido a la belleza de aquella voz es la historia de amor que vivió con Mendelsshon. A 200 años de su nacimiento es lo que nos queda de ella.