Hay una razón por la cual a la mayoría de los israelíes se les hace muy difícil escuchar pacientemente las lecciones de los judíos norteamericanos progresistas. Para los israelíes, su país es un lugar real habitado por gente real que tiene que lidiar con dilemas desconcertantes para los que no hay soluciones sencillas. Pero para muchísimos judíos norteamericanos Israel es un país de fantasía, un lugar en el que practicar turismo intelectual, sobre el que proyectamos nuestras propias inseguridades y ansiedades mientras exhibimos nuestra superioridad moral sobre quienes viven ahí y carecen de nuestra sabiduría.
Lo cual nos lleva al problema de Peter Beinart.
Beinart, exdirector de The New Republic y columnista de The Atlantic, trató de elevarse a la condición de referente de la crítica progresista contra Israel con The Crisis of Zionism (“La crisis del sionismo”), de 2012. En ese libro Beinart exhibió una ignorancia descomunal, y una tremenda arrogancia en su negativa a reconocer la realidad del conflicto entre Israel y los palestinos.
Lo arrogante era que se decía a los israelíes que tenían que elevarse por sobre sus miedos y reconocer que la solución de los dos Estados estaba al alcance de la mano. Todo lo que contradecía las asunciones de Beinart –como la naturaleza de la cultura política palestina, la persistente intransigencia palestina y la obsesión palestina con la destrucción de Israel– se justificaba o ignoraba. Demasiado inmersos en una indecorosa búsqueda de la seguridad y el beneficio, los israelíes sólo podrían superar la “crisis” a la que se hacía alusión en el título si atendieran al sabio Beinart, un recto peregrino americano cuyas manifiestas buenas intenciones deberían generar respeto y deferencia entre sus recalcitrantes pupilos israelíes.
Para gran desazón de Beinart, en lugar de hacer suyos los consejos de un intelectual norteamericano de referencia, los israelíes le ignoraron. En los ocho años transcurridos desde entonces, Israel ha tenido que afrontar más violencia y controversia política, y los palestinos han seguido rechazando la paz, tanto la auspiciada por el presidente Barack Obama (de cuya pretendida buena fe como amigo del pueblo judío se habla bastante a lo largo del libro) como la menos generosa del presidente Donald Trump.
En vez de encaminarse al colapso físico y moral profetizado por Beinart, Israel no ha hecho sino fortalecerse. Gran parte del mundo árabe se ha hartado de la intransigencia palestina y ha dejado de apoyar su causa, mientras percibe a Israel como un aliado fundamental en su lucha contra Irán, así como un recurso muy necesario en los ámbitos de la tecnología, la agricultura y el agua potable. La paz con los palestinos no se vislumbra en el horizonte. Pero, mientras tanto, los judíos de Israel siguen prosperando.
Este desarrollo de los acontecimientos ha dejado a Beinart profundamente perplejo. Ve que los hechos se niegan a sancionar sus ideas. Así que, en lugar de aferrarse al cansino mantra de los dos Estados, Beinart ha decidido tirarlo a la basura.
El resultado han sido un ensayo de 8.000 palabras en Jewish Currents –la revista de extrema izquierda donde ahora perora sobre asuntos judíos tras decidir que la ultraprogresista Forward ya no es lo suficientemente woke para él– y una versión reducida del mismo que ha publicado el New York Times. En ellos dice que ha llegado la hora de renunciar a los dos Estados e incluso a la idea de un Estado judío. Su“Yavne: A Jewish Case for Equality in Israel-Palestine” (“Yavne: una defensa judía de la igualdad en Israel-Palestina”) es un manifiesto en el que se llama al desmantelamiento de Israel como Estado judío y a su sustitución por una entidad binacional en la que judíos y árabes compartan la soberanía sobre todo el territorio entre el Mediterráneo y el Jordán.
Se supone que un país así respetaría los derechos de ambos pueblos y pavimentaría el camino hacia la paz que se había tornado imposible por la insistencia de los judíos en contar con su propio Estado para disipar sus irracionales temores a un nuevo Holocausto. Al desprenderse de su injusta demonización de los palestinos, los israelíes prosperarían mientras los árabes lamentarían la Shoá y los judíos se les unirían al lamentar la Nakba (el “desastre”) causada por el nacimiento del Estado judío.
Por supuesto, nada nuevo bajo el sol del binacionalismo, que fue defendido por un pequeño grupo de intelectuales judíos en los años 20 y 30 del siglo pasado, pero cuyo enfoque ingenuo y temeroso fue desarbolado por el terrorismo y la intransigencia árabes de la época.
Si la vida judía ha de persistir en su patria ancestral, la soberanía y la autodefensa son ineludibles.
Como el académico Daniel Gordis ha escrito sobre los estólidos ensayos de Beinart, la aceptación de las premisas de éste no requiere tanto de imaginación como de una ignorancia aun mayor que la del propio Beinart. Pues hay que desconocer el hecho de que los palestinos aún conciben su identidad nacional como inextricablemente unida a la destrucción del sionismo y la vida judía, no a un deseo de coexistencia pacífica. Que los ensayos de Beinart se publicaran en la misma semana en que Fatah y Hamás anunciaron que unirán sus fuerzas para oponerse a cualquier compromiso con Israel no es mucho más irónico que elocuente.
El llamamiento de Beinart a un nuevo Yavne –en referencia al lugar en el que el rabino Yohanán ben Zakai erigió una yeshivá donde el judaísmo pudiera revivir tras la destrucción romana de Jerusalén en el año 70 de la era común– tiene también una profunda carga simbólica. Los judíos de carne y hueso de esta hora no han sido derrotados, sino que prosperan en su reconstituido Estado. Pero eso no le importa a Beinart, porque cree que la negativa palestina a aceptar a Israel es razón suficiente para abandonar el proyecto. Así que él está dispuesto a tirar la toalla y, con ella, no sólo la seguridad judía sino el renacimiento de la vida y la cultura judías que ha hecho posible el sionismo.
¿Deberían los israelíes ver la peripecia intelectual de Beinart como el acontecimiento épico que él y sus amigos del NYT creen que es? La arrogancia y presuntuosidad de Beinart piden sátira, no respeto. La idea de que el Estado creado con el sacrificio, la sangre, el arrojo y las ideas de millones de valerosos israelíes ha de ser arrojado a la basura porque no se ajusta a las esperanzas de un intelectual pretencioso residente en el Upper West Side de Manhattan es de una estupidez tal que has de ser un imbécil (o un editor del NYT) para creértela.
Aunque haremos bien en reírnos de Beinart, no deberíamos ignorarlo.
El exabrupto antisionista de Beinart en el periódico de referencia de EEUU no da cuenta sólo de su sonrojante egotismo. Su abandono del Estado judío es asimismo indicativo de una crisis de fe en buena parte de la judería americana, cuya fidelidad a las panaceas progresistas excede a su amor por sus correligionarios judíos y a la vibrante sociedad que ha florecido en Israel.
Sus decepciones también pueden detectarse en las salas de juntas de demasiadas entidades judías americanas progresistas. Sus desengaños con Israel y su actitud sermoneadora ante el realismo de la abrumadora mayoría de los israelíes no difieren de las ideas de Beinart.
El desdén ante los logros del sionismo y una temerosa negativa a concebir un futuro en el que los judíos puedan prosperar pese a la no resolución de problemas que siguen siendo insolubles se han convertido en integrales de la narrativa de la vida judía americana. Aunque las ideas de Beinart son tan poco originales como carentes de perspicacia, tienen la virtud de reflejar la bancarrota moral e intelectual de gran parte del establishment del judaísmo progresista norteamericano –tanto del filantrópico como del religioso–, más interesado en arrodillarse ante el movimiento Black Lives Matter, ligado al antisionismo y el antisemitismo, que en alinearse con el sionismo y el Estado judío.
La retirada a Yavne de los derrotados es una imagen que no aplica a los israelíes, sino una metáfora muy pertinente de los fracasos de una judería americana organizada sumida en la ignorancia de lo judío y que padece tanto una implosión demográfica como una crisis de fe. La rendición del sedicente abanderado del sionismo progresista dice muchísimo sobre los fracasos de la judería americana.
Revista El Medio.