Hollywood, un lugar amigable y propicio para la participación judía que el universo de Fleming, ficticio o no, ha tenido muchas contribuciones judías, o de personas que de hecho eran judías, al personaje de James Bond.
Ken Adam, también conocido como Sir Kenneth Adam fue el diseñador judío de todas las películas clásicas de Bond de los sesenta y setenta, de “Dr. No” en 1962 a “Moonraker” en 1979. Adam nació en Berlín en 1921. Adam y su familia se fueron a Inglaterra en 1934, después de que el acoso nazi los obligó a cerrar el negocio familia. Adam fue uno de los dos únicos ciudadanos alemanes que pilotaron aviones para la Royal Air Force en tiempos de guerra; si los alemanes lo hubieran capturado, podría haber sido ejecutado como traidor en lugar de mantenerlo como prisionero de guerra.
El director judío Irvin Kershner, cuyos créditos como director incluyen “El imperio contraataca” y la película para televisión “Raid on Entebbe” (por la que recibió una nominación al Emmy), y que interpretó el papel de Zebedeo, el padre de los apóstoles Santiago y Juan, en “La última tentación de Cristo” de Martin Scorsese, dirigió la película de Bond de 1983, “Nunca digas nunca jamás”, que marcó el regreso de Sean Connery al papel principal y convirtió a Kershner en la única persona que dirigió tanto una película de “Star Wars” como una de James Bond, dos de las franquicias más exitosas de Hollywood. (Las películas de Bond son superadas solo por las películas de Harry Potter en ingresos totales).
El productor judío Harry Saltzman, nacido como Herschel Saltzman en Quebec, fue el proverbial rebelde que a los 15 años se escapó de casa y se unió al circo. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el ejército canadiense en Francia, donde conoció a su futura esposa, Jacqui, una inmigrante rumana, y comenzó su carrera como cazatalentos. Terminó trabajando como productor de teatro y luego de cine en Inglaterra a mediados de la década de 1950, y después de leer “Goldfinger” de Fleming en 1961, adquirió los derechos cinematográficos de las historias de Bond.
El amigo del productor judío Harry Saltzman, el guionista también judío Wolf Mankowitz, le presentó al estadounidense Albert R. Broccoli, que quería hacer películas de James Bond. Saltzman y Broccoli formaron Eon Productions.
la compañía que hasta el día de hoy,produce las películas de James Bond.
Mankowitz, oriundo del East End de Londres, que era el corazón de la comunidad judía en ese momento, fue un escritor increíblemente prolífico y exitoso cuyos medios incluían teatro musical, novelas y guiones, uno de los cuales es el primer borrador de la primera película de Bond para Eon, “Dr. No”.
Mankowitz supuestamente pidió que se eliminara su nombre de los créditos, por temor a que la película fuera un fracaso y dañara su reputación. Irónicamente, la publicación de archivos de seguridad en 2010 mostró que el MI5, el servicio de seguridad británico, sospechaba que Mankowitz era un espía soviético.
La versión cinematográfica de 1967 de “Casino Royale”, basada en la primera novela de Bond de Fleming, es una de las únicas no producidas por Eon, aunque Mankowitz participó en la escritura del guión, al igual que los otros escritores judíos Ben Hecht, Joseph Heller y Billy Wilder. La parodia contó con los actores Woody Allen y Peter Sellers.
El guionista judío nacido en Nueva York Richard Maibaum, que ya trabajó para Broccoli antes de que éste comenzara a producir la serie Bond, escribió la mayoría de las películas clásicas de Bond.
Maibaum comenzó su carrera como escritor en Nueva York como dramaturgo, y su trabajo incluyó la obra de teatro anti-linchamiento “The Tree” y “Birthright”, un drama anti-nazi. Maibaum contribuyó a todas las películas de Bond menos tres, comenzando con “Dr. No” y pasando por “Licencia para matar”, en 1989.
Más que nadie, quizás incluso Fleming, se puede decir que Maibaum creó y sostuvo el icono mítico de Bond. Mensch o no, Bond ha demostrado ser una figura perdurable durante los últimos 50 años, una imagen que ha sido moldeada, empujada y refinada, en gran medida por judíos, mucho más allá de lo que Fleming podría haber imaginado o, de hecho, haber querido.
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