La familia de Mafalda era la clásica clase media emergente en la década del ’60 en Argentina. El padre oficinista, la madre ama de casa y dos niños. Tenían un departamento pequeño, pero cómodo, en un barrio modesto pero lindo. Un autito y vacaciones en la playa. Según el Indec, el padre de Mafalda hoy necesitaría ganar $50.000 mensuales para no ser pobre.
Según los datos del Ministerio de Trabajo, la mediana del salario privado registrado se ubicaba en agosto en $48.000. Dada la dinámica que viene trayendo es muy probable que ese número a octubre sea de alrededor $53.000. Esto significa que casi el 50% de los salarios formales en Argentina no son suficientes para evitar que una familia tipo caiga en la pobreza. Cabe aclarar que el salario formal es el que sostiene a la clase media ya que los sectores más populares obtienen sus ingresos en la informalidad. Por esto, esa clase media que la familia de Mafalda representaba hoy puede ser pobre.
Lo más triste es que ya habría sido pobre. En el 2002 y el 2003 se vivió una situación similar a la que se está marchando en Argentina, que es la línea de pobreza para una familia tipo por encima de la mediana del salario formal. Por eso la pobreza llegó al 54% en aquellos tiempos.
Desafortunadamente, entre los años 2007 y 2016 no se tenía medición de la línea de pobreza por las manipulaciones a la que fue sometido el Indec. Pero extrapolando datos entre el 2006 y el 2016 se puede observar que la mediana del salario formal se elevó bastante por encima de lo que hubiera sido la línea de pobreza entre el 2004 y el 2012.
Estos fueron los años de la gran bonanza internacional. Para tener una idea de órdenes de magnitud, así como hoy la mediana de salario está en alrededor de los $50.000, en el 2012 estaba en el orden de los $70.000 a precios actuales. A partir del 2012 hasta el 2017 se mantuvo en ese nivel alto, y empezó a desplomarse otra vez a partir del 2018 con la crisis cambiaria e inflacionaria. Queda por ver ahora a dónde irá a parar el salario real con los efectos económicos de la cuarentena.
De todas formas, la crisis cambiaria y la cuarentena fueron los detonantes pero no la causa del derrumbe del salario real. La causa fue que los dos principales motores del crecimiento económico, que son la inversión y las exportaciones, se mantuvieron en niveles muy bajos en lo que va del presente siglo.
Según datos de cuentas nacionales del Indec, en todo el período 2004 y 2019 (antes de la cuarentena), la inversión representó en promedio apenas 19% del PIB. Si bien no hay recetas, el consenso gira en torno a que para que un país de ingresos medios crezca sostenidamente, la tasa de inversión tiene que ubicarse por encima del 25%. Donde hubo novedades es con las exportaciones. Entre el 2004 y el 2012, las exportaciones fueron el 23% del PIB (que es lo que permitió el aumento del salario real), pero a partir del 2012 se cayeron y pasaron a ser apenas el 20% del PBI.
Una economía que no invierte y vende poco al exterior, no crece. Tan es así que desde el 2012 hasta el 2019 la economía no creció. Estancamiento económico con expansión de la población implica caída de la productividad. En términos simples, esto significa que hay cada vez más gente que bienes y servicios, por lo tanto, esto se traduce en bajos salarios reales (el salario puede comprar poco porque cada vez hay más gente que bienes).
Para aumentar la productividad se necesita un Estado ordenado. Que funcione con una presión tributaria razonable, sin impuestos distorsivos y sin déficit fiscal, brindando servicios públicos de alta calidad y regulaciones que incentiven la competencia para que el premio sea al esfuerzo, la innovación y los buenos resultados, y no al amiguismo y las presiones corporativas.
Si se quiere hacer renacer la clase media que representó Mafalda, hay que convencer a los políticos (que Mafalda solía detestar) que, más que de repartir, hay que volver a hablar, no sólo de producir, sino producir con eficiencia, que es aumentar la productividad.
El Economista