El Dr. Uchitel nació en 1902 en la Línea 20. Cursó la escuela primaria en Basavilbaso, el bachillerato en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Rosario. Hijo de colonos inmigrantes, se destacó siempre por sus nobles sentimientos.
Fue un filántropo que a través de los años no ha sido olvidado. Precisamente, tal vez fue su abnegación y amor al prójimo la que lo llevó a la muerte, en 1938.
Entonces se hallaba aquejado de una gripe virósica, con una fiebre muy alta, cuando fue llamado una noche a atender a un enfermo. Pese a su estado de salud, y a la lluvia y el frío, se trasladó en carro a la Colonia donde vivía el paciente. Así fue como contrajo neumonía. Como en esa época no había antibióticos, la ciencia y las consultas con otros médicos no pudieron salvar su vida. Aquel día, el cielo se hizo eco de su partida. Llovió durante días y sus restos debieron ser trasladados al cementerio en un carro, por la angosta calle cubierta de barro.
Todavía se recuerda que cuando debía atender a alguna parturienta en un rancho, se llevaba consigo pañales, un farol y todo lo que pudiera hacer falta.
En cada aniversario de su muerte, muchas personas llevan flores al cementerio para expresar el agradecimiento de quienes aún recuerdan que su intervención salvó la vida a algún miembro de su familia.
Dijo el Dr. Manuel Peisajovich: «Con Bernardo Uchitel fuimos compañeros en el colegio secundario de Concepción del Uruguay. Fuimos juntos a la ciudad de Rosario para estudiar Medicina. Compartimos la misma pensión. Recuerdo que era una persona muy estudiosa y tenía una memoria privilegiada. Nunca quería salir a ningún lado, ni al cine, ni a las fiestas; prefería quedarse estudiando. Era una persona generosa y desinteresada».
Contó Carlos Andrili de Basavilbaso: «Recuerdo perfectamente la figura del Dr. Bernardo Uchitel. Era un hombre que infundía tanta tranquilidad. Tenía un modesto consultorio sobre la calle Podestá (donde luego fue Casa Jasovich); una habitación con salida a la calle. En ese lugar, me operó de la garganta cuando era niño y, aunque mis padres pensaron que iba a tener miedo, no fue así. Además, debe haberlo hecho muy bien, porque todavía lo estoy contando «. Tenía un semblante especial y esa bonhomía típica de los paisanos de Entre Ríos. Su armario estaba atiborrado de muestras gratis que eran la salvación de la gente humilde que lo consultaba. Fue tan bondadoso que ofrendó su vida por atender a otro enfermo. «Yo tenía 12 años cuando él falleció, y pedí permiso para acompañarlo al cementerio. Había llovido mucho y garuaba; estaba todo inundado. Un conocido de mi casa le pidió a mi padre que me permitiera ir con él y accedió»
Fue impresionante la salida de los carros rusos, sulkys, gente a caballo, chicos, mujeres y paisanos de a pie. El cementerio del Nº 1 no tenía el camino que tiene actualmente; en realidad era una senda, una huella; hubo que atravesar alambrados e internarse en los campos para luego retomar la senda, que era un barrial total. Cuando llegamos al cementerio, prácticamente debimos quedarnos en el portón de entrada y a los que venían detrás, les pasó lo mismo. Me enteré de que la ceremonia había terminado, cuando la gente que estaba adelante comenzó a salir del cementerio. Sin embargo, sabíamos que lo habíamos acompañado. Lo asombroso fue que no sólo lloraron los judíos, sino también los gentiles. Nunca más volvía a ver algo igual en Basavilbaso». Actualmente una de las principales calles de Basavilbaso, donde estaba su casa, lleva su nombre.