Maximiliano Cernadas
Maximiliano Cernadas estudió Ciencia Política en la Universidad Católica Argentina, cuando terminó sus estudios se dedicó a la carrera diplomática, tiene más de treinta años de servicio y fue, hasta 2019, embajador argentino en Budapest. Se especializa en la política nuclear, y las relaciones culturales a nivel internacional. Es un destacado analista de las ideas políticas argentinas y de nuestra historia. Testigo privilegiado vivió, entre otros hecho históricos, como cambiaba el mundo al derrumbarse el Muro de Berlin.
En tu articulo sobre las «i» alberdianas explicás cómo la institucionalidad, la instrucción, la inmigración y la innovación confluyeron a fines del siglo XIX para el desarrollo sostenido de nuestra nación, en un contexto de formación del Estado que se dio en paralelo. Hoy estaríamos en las antípodas de dicho escenario. Sobre todo por la ausencia de la quinta «i», la inversión. En este esquema histórico que planteás, ¿cómo crees que juega la puesta en valor de la entonces joven Constitución Nacional y la creciente ampliación de los derechos políticos que se van incorporando a esa nueva burguesía que se va formando?
Desde mi punto de vista, la mayor potencia del modelo alberdiano radica en la vigencia de sus grandes lineamientos, que continúan conformando el único plan integral de desarrollo probadamente exitoso de nuestra historia. Naturalmente, esos fundamentos no pueden invocarse más que mutatis mutandi, es decir, requieren de adaptaciones, que incluyan las numerosas transformaciones y modernizaciones políticas, económicas y sociales que se lograron desde la Constitución de 1853. Interpretar sus grandes lineamientos como un intento de resucitar a Alberdi à la lettre, involucraría dos clases de imposturas: una, como finta política dirigida a asociarla a un “modelo neoliberal” con el fin de desacreditar aquellas ideas; otra, la de avalar un liberalismo anárquico que está cobrando fama en estos días en nuestro país, y que sólo contribuye a quienes sostienen posturas irreales, de derecha y de izquierda, tan alejadas del pensamiento de Alberdi, para quien, precisamente, era esencial adaptar las aspiraciones idealistas a las realidades del país.
¿Hay una asociación entre institucionalidad y libertad? Te lo pregunto porque en cierto sentido, a medida que en la historia de esos años se va acentuando la institucionalidad se van ampliando los límites de la libertad política e individual.
La libertad sin instituciones que la preserve y asegure para todos, sería el paraíso para los anarquistas y los poderosos, y el infierno para los más desprotegidos. En el complejo mecanismo que regula el ineludible funcionamiento en una sociedad de sus tres grandes clases de actores –los individuos, las instituciones y las estructuras-, las instituciones tienen un papel de equilibrio destinado a que la libertad de los individuos no sea avasallada por los abrumadores poderes estructurales. Más aún, la libertad y la institucionalidad constituyen una pareja perfecta, pues la libertad sin la contención de las instituciones abriría la puerta a numerosos excesos, y las instituciones sin las laxitudes de la libertad, se convertirían en corporaciones opresivas.
Hoy vemos que hay numerosos procesos de innovación, sobre todo encarados por jóvenes, que al menos intentan transitar el camino del desarrollo. ¿Se pueden tomar como un nuevo punto de partida estos desarrollos (muchos asociados a la robótica) para un nuevo escenario económico?
Innovación y juventud conforman una dupla que cualquier proyecto de desarrollo debería considerar prioritaria, su punta de lanza, su avanzada. Naturalmente, que esa pareja necesita ser acompañada por otros ingredientes indispensables para poder prosperar: un sistema educativo férreamente orientado en ese rumbo, la construcción de un clima mental y de un sistema de valores que la anteponga al diletantismo preponderante en las disciplinas sociales, seriedad técnica para evitar el amateurismo y mecanismos prácticos para facilitar que el capital acompañe a la innovación.
En una entrevista reciente a Adam Pzeworsky previa a las elecciones en los Estados Unidos, el politólogo plantea que la democracia allí está en peligro. Sin embargo, se muestra sorprendido de que los populismos de derecha no avanzaron, en el contexto de la pandemia, sobre las libertades. Si bien aun no podemos pensar cómo será la próxima normalidad (me cuesta hablar de nueva normalidad), la pregunta sería si los límites de la libertad se encuentran en peligro…
Comenzaría la respuesta señalando que los populismos (de derecha y de izquierda) ya habían venido avanzando previamente y con independencia de la pandemia. Por cierto, los problemas que ésta suscita, están ofreciendo un terreno fértil para que los populismos existentes y otros nuevos, prosperen aún más. Las posibilidades de que algunos de ellos se ceben en la retirada de las sociedades abiertas y se nutran de las libertades ajenas que se están cediendo en el altar de la cuarentena, dependerán de la fortaleza de las instituciones democráticas en cada país. No obstante, como sostuve en otro artículo de opinión que publiqué recientemente en La Nación, temo que la humanidad esté sufriendo con esta situación el mayor asedio a la libertad de toda su historia. Para arriesgar una regla, diría que, allí donde la democracia liberal es inexistente o muy débil, los asedios del populismo a la libertad avanzarán con mayor facilidad, de lo cual Argentina parece uno de los casos más evidentes.
Por último, fuiste testigo de la caída del muro de Berlín y lo contás también en otro artículo. Cuánto cambió el mundo desde entonces, no solo por el fin de la guerra fría, sino sobre todo si es un mundo más o menos multilateral.
Sin dudas, el sistema mundial ha tendido de aquel rígido bilateralismo que dominaba al mundo, a un multilateralismo más expandido, con mayor cantidad de potencias nucleares, económicas y políticas, y de sus consiguientes responsabilidades globales. Por lo pronto, basta ver cómo se ha incrementado el peso específico mundial de la propia Alemania, China, la India o Corea del Norte, y la declinación relativa de EE.UU., Rusia, el Reino Unido y Japón. Es discutible si eso hace al mundo más seguro, pero no parece dudoso que el mundo ha tendido hacia una mayor democratización y equilibrio de poder mundial y, acaso, hacia un mundo algo más justo.
Esteban Lopresti / nuevospapeles