No existe un solo geselino al que, aunque una vez en su vida, no le hayan preguntado: “¿Es cierto que el viejo Gesell era nazi?”. Don Carlos fundó Villa Gesell el 14 de diciembre de 1931 y con el tiempo pesó sobre él esa sospecha abonada por relatos y versiones sin grandes precisiones, pero con mucho de misterio y otro tanto de prejuicio: aunque se había criado en Alemania, nació y pasó la mayor parte de su vida en Argentina.
Tras la caída del nazismo fueron numerosos los jerarcas, gestapistas y agentes descubiertos en nuestro país, aunque ninguno de ellos en la Villa. Sin embargo, la leyenda se instaló con fuerza. El único registro -aunque somero- proviene de la Armada, quien advirtió en julio de 1945 el paso de un submarino sospechoso “entre (el faro) Querandí y Ostende”, un amplio rango marítimo de 45 kilómetros que incluye dominios del vecino Pinamar. Quizás se trataba de un U-Boot, los Lobos Grises nazis apostados en el Atlántico Norte que desobedecieron la orden de rendición tras la Segunda Guerra Mundial y huyeron hacia el sur. Pero solo dos fueron oficialmente reconocidos en Argentina: los que se entregaron después de extenuantes travesías en la base naval de Mar del Plata el 10 y el 31 de julio del ’45, respectivamente.
El predominio de inmigrantes alemanes entre los primeros pobladores geselinos y la presencia de tres náufragos del Graf Spee (abatido por torpederos ingleses en el Río de la Plata dos meses después de iniciada la Segunda Guerra) son datos que algunos consideran sugestivos, a pesar de que los sobrevivientes del acorazado nazi se desperdigaron por distintos lugares y tan solo en Rosario aparecieron 17. También se habló de las extrañas luces que, por las noches, salían desde la casa de Carlos Gesell. Pero Sonya Tommys, su hermana, explicó que provenían de un pequeño laboratorio fotográfico que el fundador de la Villa había improvisado cerca de su primera vivienda para revelar imágenes que hoy están en el Museo Archivo Histórico de la ciudad.
Muchos mencionaron también unas ruinas en la playa, cerca de la actual Avenida Buenos Aires, que resultaron ser los restos del inconcluso Viejo Hotel Colonial, proyecto abandonado en 1945. Y algunos acicalados estancieros de la zona hablaban de que el propio Juan Perón aterrizaba en avioneta, iba al encuentro de los submarinos en playas geselinas y regresaba con baúles. Incluso un viejo dirigente político de la ciudad aseguraba que entre su casa y la costa había “algo parecido” a restos de rieles imposibles de identificar. Aunque las historias abundan, ninguna de ellas incluye nombres concretos, pruebas ni elementos que permitan darle visos de veracidad.
Durante la última dictadura, los servicios de inteligencia realizaron varios informes sobre Villa Gesell. Pero la única referencia política que le encontraron a Don Carlos era una simpatía por la Unión Cívica Radical. Su padre, el reconocido economista Silvio Gesell, había sido nombrado Representante de Finanzas en la efímera República Soviética de Baviera, motivo por el cual luego fue encarcelado y más adelante obligado a escapar. Y varios miembros de la familia Gesell instalados en Argentina estudiaron en el Pestalozzi, único colegio alemán antinazi de la época.
Por el aluvión de migrantes hacia Villa Gesell, su fundador se tuvo que relacionar con personas de distintos orígenes, credos e ideologías. Y puntualmente con dos judíos que habían escapado de Alemania durante la Segunda Guerra y difícilmente aceptaran trabajar bajo las órdenes de un supuesto filonazi: Pablo Wolf, uno de sus primeros empleados en la construcción del pueblo, y Pablo Hannemann, reconocido artista que hizo muchas obras sobre el Holocausto antes de construir el Tótem en la entrada de la Villa.
A pesar de las numerosas versiones, el único vestigio nazi que pudo verificarse en la zona no pertenece a Villa Gesell, sino a Madariaga. Eso se desprende de Los nazis en las sombras, libro que el investigador Julio Mutti publicó sobre espías del Tercer Reich en Argentina. Allí, Mutti afirma que agentes alemanes instalaron en la vecina ciudad rural una estación clandestina de comunicación que transmitía información directamente a Berlín. Lo hicieron en una chacra de 30 hectáreas llamada La Elvira y rebautizada por los nazis como La Otilia. La base fue inaugurada a principios de 1943 y tuvo una existencia fugaz, ya que en febrero del año siguiente Argentina rompió relaciones con Alemania y los espías debieron abandonar el lugar. ¿Habrán conocido Villa Gesell? Difícil: en ese contexto era poco recomendable que los agentes abandonaran el secretismo de La Otilia.
Algunos investigadores sostienen que Estados Unidos e Inglaterra conservan informes confidenciales sobre aquellos avistajes de U-Boots alemanes en Argentina, que serían desclasificados en 2020, cosa que aún no sucedió. Tal vez en ese entonces surjan certezas sobre un mito que, hasta ahora, solo se alimenta de relatos imprecisos y el error de una película de Hollywood.
Juan Ignacio Provendola / Pagina 12