La penúltima función del Circus Klezmer






Isaac Asknaziy, Boda judía, 1893. Tiene lugar en un shtetl de la Zona de Asentamiento; la pareja es precedida y acompañada por una banda de músicos judíos que tocan klezmer.

Adrián Schvarzstein nos recibe con un ademán cálido, acogedor, haciéndonos entender que somos bienvenidos. De inmediato nos sentimos como en casa. A nuestras espaldas el magnífico escenario del Teatre Grec nos envuelve. Adrián irradia energía, una energía callejera, fogueada en las principales ciudades del mundo. Es un hombre sin aristas, crudo, despojado de poses y artimañas, un mishiguene1 contemporáneo que esconde una capacidad desbordante para mostrarnos tal como realmente es, en todo su emoción.

Adrián nace en Argentina en el seno de una familia de inmigrantes judíos del Este de Europa. A los cinco años, antes de la dictadura militar, los Schvarzstein se trasladan a Milan, donde permanecerán otros cinco años. Luego se trasladarán a Barcelona:

“En el 1978, a los 10 años, venimos a Barcelona. Mi padre vió en España un lugar y momento propicio para emprender negocios, y eso hicimos. Ocho años después, al terminar la Secundaria, me marcho a Israel para estudiar Arqueología bíblica. Allí sorprendentemente descubro que en Israel no existe la cultura judía. En su lugar me encuentro con algo nuevo, sin ningún tipo de referencia con lo que hasta entonces me había relacionado, que ellos – los israelís – denominaban cultura nacional o cultura israelí…Recuerdo había en aquella época un rechazo hacia todo aquello que hiciese referencia a lo sefardí, árabe o azkenazí. Por entonces estaba muy presente la premisa de Ben Gurion, debían crear algo nuevo, un nuevo país con una nueva cultura”.

Adrián se formará como actor en Israel, donde permanecerá 13 años, más tarde continuará su formación en Italia en la Commedia Dell’Arte con Antonio Fava, para luego proseguir su andadura en diversas compañías de teatro de calle, incursionando en el teatro visual, la opera y la música barroca. Su primera creación en solitario fue el Greenman, la cual sigue vigente. Es creador y director del grupo Kamchatka, premio Miramiro 2008.

De la charla con Adrián surge una idea reveladora, una idea erigida en losa que ha tenido que sostener toda una generación de descendientes de víctimas de la Shoa y que, él mismo, aferrándose a la vida, ha sabido desprenderse. Una idea, por otra parte, que acompaña a la cultura judía como si fuera una condena, y que no es otra que la imposibilidad de crear sin hacer referencia a la experiencia del Holocausto.

Adrián nos habla de ese hartazgo que conlleva ese peso inevitable y lo relaciona directamente con el nacimiento del espectáculo de Circus Klezmer:

“La idea del espectáculo surge después de una visita al Imperial War Museum de Londres. Allí, en el tercer piso, donde existe un espacio dedicado exclusivamente al Holocausto, me topé de repente con una película muda que mostraba la vida de un shtetl antes de la guerra. En ese encuentro fortuito me di cuenta de algo: en Europa se relaciona la cultura judía con el Holocausto. Aquel video sin embargo mostraba una realidad totalmente diferente, en él se veía la vida cotidiana del shtetl, nada diferente que pudiéramos ver en cualquier documental histórico que mostrase la vida de un pueblo en Cataluña, Bretaña,  etc., gente en el mercado, en la iglesia o en la sinagoga, klezmer en la calle. Y entonces me dije, yo quiero esto! Me gustaría volver reencontrarme con aquel mundo que tuvieron que abandonar mis abuelos antes de haber tenido que emigrar a la Argentina.”

La primera función de Circus Klezmer tiene lugar hace 12 años en el marco del circo del Ateneu de Nou Barris. Por entonces nadie podía imaginar el éxito que alcanzaría:

“Hace doce años cuando esto se creó nadie se imaginaba que iba a tener tanto recorrido. Sin embargo, por entonces, yo ya me había formado otra idea …Llevaba más de seis años de gira con un espectáculo de circo y veía lo que estaba pasando con el circo contemporáneo, veía lo que pasaba con la universalidad del circo, lo factible que era ponerle dramaturgia, darles un sentido a los números y a los personajes, y veía que funcionaba. Además la universidad te permitía poder trabajar en todo el mundo.”

Circus Klezmer es un espectáculo que sortea el peso abrumador de la Shoa, alejándose incluso de la nostalgia del mundo perdido del shtetl, para abocarnos a la simple y errabatadora vida cotidiana en un pueblo judío de la Europa del Este anterior al desastre. El pulso por la vida, los conflictos cotidianos, la boda, el bullicio de los mercados, el sexo, la música en la calle, las filias y fobias entre vecinos, la ternura innata del loco del pueblo, el mishiguene, un canto hacia la vida que nos recuerda de donde venimos.

En palabras de Adrián:

“Quería hacer un espectáculo que no fuera conmemorativo, ni tampoco nostálgico, que fuera la propia vida la que hablase: el día antes de la boda, los conflictos, el loco del pueblo (…)”

Adrián incide en la universalidad de la figura del mishiguene, presente en muchas culturas:

“Una de las cosas mas entrañables que nos pasó en estos 12 años de gira ocurrió en Marsella. Era un espectáculo dirigido a la comunidad musulmana de las isla Comores, residente en un barrio marsellés. Tras finalizar el espectáculo se acerca el gran muftí de la comunidad y me dice: “Amigo, somos todos iguales. Nosotros tenemos el mashnun, ustedes el mishiguene. En cada pueblo de las islas Comores hay un mashnun. En todo pueblo del mundo existe un loco del pueblo.”

He aquí uno de los secretos del éxito del espectáculo, historias que interpelan a cualquier, que hablan de nosotros y de ellos, que suceden y seguirán sucediendo.

Con una escenografía sencilla, elaborado con cajas de cartón, cañizos y paja, recrea un espacio que nos transporta a otro tiempo, un tiempo que invade el patio de butacas, donde el público se convierte en personaje. La música en directo aporta el ritmo y el tono festivo. No hay diálogos, la vida habla por si misma. La comunión entre músicos, intérpretes y números circenses encaja perfectamente, fundiéndose las tres en un imaginario poético, bello e ingenioso.

Cuando le preguntamos a Adrián sobre sus referentes, demuestra esa voluntad intrínseca que yace en Circus Klezmer, esa intención de recuperar un mundo y tiempo perdidos, anulados por la Historia. Nos habla del imaginario de Chagal, de las obras de Israel Joshua Singer, hermano de Behavis, de la colección de fotos de Roman Vishniak, que en 1935 recorre Europa central y oriental para documentar fotográficamente la vida y cultura judía, y termina citando al proyecto majestuoso de Albert Kahn, Los Archivos del Planeta, 72.000 fotografías en color y 183.000 metros de película, realizadas entre 1909 y 1931, para inmortalizar culturas que estaban en peligro de extinción.

Al finalizar el espectáculo, parece como si la vida del shtetl volviera tomar aire, como si alguien le hubiese concedido una segunda oportunidad, los actores invitan al público al escenario donde sigue sonando klezmer, la gente se abandona a la celebración de la vida. Por momentos parece que la máquina devastadora de la Historia no haya tenido éxito, aquella conducta pesimista y apesadumbrada de la que hablábamos al inicio, desaparece, llenos de buenos presentimientos y sin amenazas externas, esa aura positiva y vital que Adrián buscaba se condensa en el escenario entre los aplausos y gritos de júbilo.

Manu Valentín / Mozaika

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