No puedo evitar hacer una analogía entre las medidas de cuarentena del gobierno de Sagasti, que son más de lo mismo que hizo Vizcarra con algunos retoques cosméticos, con lo que nos pasa con el modelo de escuela y currículo que tenemos en el Perú, y que bajo el título de “reforma” nos suelen plantear más de lo mismo con nuevos títulos y retoques cosméticos.
¿Por qué? Porque frente a la necesidad de innovar, ser creativos, audaces y tomar riesgos, (si no se compra el boleto no se puede ganar la lotería), la inseguridad para atreverse y el temor al error pesan tanto que se prefiere lo conocido, aunque sus deficiencias y limitaciones son híper conocidas. Esa cultura de aferrarse a lo conocido aunque no funcione, en vez de lanzarse a lo desconocido con mayores posibilidades de encontrar mejores soluciones, es producto de la cultura educativa que se cultiva en los colegios y universidades peruanas, en las que está ausente la investigación y la libertad para pensar, crear y probar cosas nuevas “fuera del libreto” o fuera de la caja como dirían los gurús de la innovación.
Vivimos en un ecosistema complejo, amenazado en sus dimensiones políticas, sociales, económicas, tecnológicas y especialmente sanitarias, que necesitan explorar las posibilidades emergentes que surgen de imaginaciones e iniciativas diversas, entendiendo que hay una dinámica de cambio continua, y que lo que funcionaba ayer no necesariamente funciona hoy y mucho menos mañana, por lo que hay que atreverse a adelantarse al mañana.
Cuando un volante le pasa la pelota a un compañero para que meta gol, no le pone la pelota donde estuvo hace unos segundos o donde está ahora, se la pone intuyendo adonde estará en los próximos segundos y sólo así puede superar a la defensa y hacer el gol. En esta analogía, el estado peruano lo que hace es tirar la pelota hacia donde el jugador estuvo antes, por lo que rara vez mete un gol.
La pregunta debiera ser ¿qué es lo que no hemos hecho hasta hoy que podría ser una buena opción para resolver los problemas que no hemos resuelto? Quiénes pueden aportar, ¿solamente los “expertos” de siempre o los outsiders que tienen trayectoria de ser disruptores, innovadores, capaces de mirar desde fuera de la caja?
Hay infinidad de opciones a considerar, pero en muchas de nuestras autoridades y funcionarios aparecen acompañadas de mucho miedo al fracaso, aun cuando hay formas de controlar riesgos o tener a la mano opciones alternativas si es que una no funciona según lo esperado.
Por ejemplo, la escasez de médicos de UCI y camas en hospitales, la continua toma de carreteras afectando a miles de viajeros, la entrega oportuna y simple de los bonos, la falta de conectividad de los alumnos de los colegios y escasos aprendizajes convencionales con la enseñanza remota, las colas para los servicios médicos, ministeriales o las compras de víveres, la interminable espera para resolver juicios o inclusive amparos en el TC, la incapacidad de gasto del estado por la interminable tramitología, por mencionar solamente algunos de los problemas urgentes, reiterados, y no resueltos ¿no deberían ser motivo del uso de la inteligencia colectiva para plantear soluciones más eficaces?
¿Qué pasaría si el gobierno, a la par de convocar a personalidades que piensan “fuera de la caja”, lanzara a un concurso con jugosos premios para la solución de cada uno de esos problemas, con un compromiso de hacer caso a las opciones ganadoras? Quien sabe surjan ideas, inclusive de niños y jóvenes “inexpertos” que pudieran ser mucho más creativas, viables y eficaces que las convencionales que usa la burocracia gubernamental.
Por León Trahtemberg