Testimonio de Rivkah Moriah en el blog de The Times of Israel
10 de febrero de 2021
La noche en que fue asesinado mi hijo, mi primogénito, mi amado, Avraham David, fue el 6 de marzo de 2008, Rosh Jodesh Adar en el calendario hebreo.
Rosh Jodesh Adar inicia un período de regocijo en el calendario judío, por lo que era una fecha propicia para que Yeshivat Har Etzion celebrara su cuadragésimo aniversario. Yo estaba allí con mi esposo, David, padrastro de Avraham David, participando en el evento.
Fue mientras preparábamos las fuentes antes de una clase que iba a dar Rav Aharon Lichtenstein cuando recibimos el primer mensaje de texto.
“Ataque en Mercaz HaRav, tres heridos moderados”.
Avraham David no estudiaba en Yeshivat Mercaz HaRav, estaba en el instituto de al lado, Yashlatz. Pero yo conocía a Avraham David. Era más precoz que su edad, y sabía que frecuentaba Mercaz HaRav, e incluso había pasado varios días allí como estudiante a tiempo completo cuando, debido a la predicción de una tormenta de nieve particularmente severa, su escuela secundaria había enviado a todos los estudiantes a casa. El domingo por la mañana, en lugar de disfrutar de las breves vacaciones, hizo la maleta, cogió un saco de dormir y se dirigió a la ciudad. Así de decidido estaba a aprender, y así de dedicado estaba a la sala de estudio.
“Tres heridos moderados”, éso no sonaba tan mal. Todo lo que tenía que hacer era establecer conexión con Avraham David para asegurarme de que todo estaba bien. Lo llamé. No contestó. Pero, de nuevo, casi nunca contestaba. Guardaba su teléfono en el armario de su dormitorio y lo comprobaba cada pocos días para ver qué llamadas había perdido. Cuando intentaba llamarle, era probable que volviera a llamar dos o tres días después para preguntar: “Ima, ¿me buscabas?”.
Que no contestara no era motivo de preocupación. Pero tampoco era una garantía de que todo estuviera bien. Intenté llamar a su amigo y compañero de estudios, Segev Avijail, que tenía su teléfono disponible y estaba encantado de responder cuando buscábamos a Avraham David. Segev tampoco contestó. Pensé, seguramente los chicos deben tener el sentido común de ir a buscar sus teléfonos y llamar a casa. Esperé unos minutos y volví a intentar llamar al número de Avraham David. Todavía nada.
Unos años antes, Jerusalem estaba plagada de atentados con bombas en los autobuses. Una de las historias más escalofriantes fue la de un trabajador de ZAKA que encontró un teléfono móvil con 51 llamadas sin contestar.
La gente llamaba frenéticamente para que le aseguraran que todo estaba bien. Pero no lo estaba. El propietario del teléfono acababa de ser asesinado. Éso se me quedó grabado:
“51 llamadas no contestadas”.
No era el número concreto, era sólo un símbolo. Muchas llamadas, mucha angustia, ninguna tranquilidad. Se convirtió en un concepto para mí. Cuando pensaba que algo era realmente malo, me venía a la cabeza la frase
“51 llamadas no contestadas”.
Había intentado llamar a Avraham David. Había intentado llamar a Segev. Había intentado llamar de nuevo a Avraham David. De la nada me vino a la cabeza una frase: “Son tres de cincuenta y una”…