“La familia es un lugar seguro, confiable, lleno de amor, donde todos queremos pasar tiempo, y todos los veranos nos vamos juntos de vacaciones.”
− Es linda la teoría, pero no siempre es así… – Reflexionaba Perchik, mientras leía en el diario una entrevista a un afamado conductor de televisión-
El entrevistado hablaba sobre su familia y provocó en Perchik un gran malestar. Le removió muchas heridas y cuestiones no resueltas. Quedó apesadumbrado, pensativo y un tanto irritable.
Tom, su perro, advirtiendo que las cosas no andaban bien, le traía la pelota de tenis para jugar y animarlo un poco; pero seguía sin reaccionar. Tras varios minutos de insistencia, Perchik tomó la pelota y se prendió a jugar. Su cuerpo estaba presente, pero su mente se sumergía en viejos recuer-dos de la infancia y juventud.
Estaba tan hundido en el pasado que envuelto de bronca por los recuerdos del ayer, lanzó tan fuer-temente la pelota que salió por la ventana e impactó de lleno contra el vidrio de un auto estacionado en la vereda.
El estallido de los cristales y la estruendosa alarma alertaron a toda la cuadra. Los vecinos preo-cupados, suponiendo un nuevo hecho de inseguridad, salieron a los balcones y miraban por las ven-tanas. Entre tanto quienes transitaban por la acera, se compadecieron del dueño del auto, quien su-frió un ataque de nervios al contemplar los daños.
A lo lejos desde la habitación, su esposa Agustina, lo llamaba para que viera la escena. – Amor, asómate a la ventana, acaban de romperle los vidrios a un auto, pareciera que le quisieron robar…
Con una lentitud exasperante y a paso cansino, para cumplir con su amada, se acercó al ventanal del living. Desde allí, pudo observar el triste panorama y su pelota de tenis al costado del auto, ha-ciendo equilibrio para no caer por el desagüe.
En ese instante, un incómodo calor lo abrumó y una amarga duda le asaltó sus pensamientos, mien-tra su corazón se agitaba rápidamente al compás de la culpa. – ¡Es imposible! No puede ser… Sería mucha casualidad… – Se repetía para sí y trataba de autoconvencerse que él no había roto los vi-drios de aquel auto –
Luego, su mente se destrabó como por arte de magia y un alivio recorrió todo su ser, cuando escu-chó a la distancia una conversación entre los vecinos del primer piso; quienes comentaban que apa-rentemente habrían robado miles de dólares del vehículo.
Ya más tranquilo se recostó en el sillón y volvió nuevamente a zambullirse en su problemática fa-miliar. No podía entender como seguían pasando los años, y la relación con su familia se había vuelto tan frívola. – ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llegamos a esta situación? Somos conocidos, pero a su vez desconocidos que solo nos reunimos para cumpleaños y nos relacionamos a través de la burla. Va en realidad uno es el que se burla y el resto no decimos nada para mantener la paz fa-miliar.
− Perchik, ¿Otra vez con ese tema? Estas hablando sólo, date cuenta… Tenes que hablarlo y solucionarlo de una vez. – Le reprocho su esposa
− Lo he hablado, pero no lo entienden, para ellos es normal que entre todos nos carguemos y nos tratemos de esa forma. No lo pueden ver, se criaron en un ambiente de bullyng constan-te y lo tienen naturalizado. – manifestaba con mucha congoja.
− Se les va a pasar el tiempo, y van a seguir siempre igual, hablando frivolidades, discutiendo por política, tomándose examen y denigrandose. Fijate que nadie pregunta,¿Cómo estas? ¿Qué tal la semana? ¿Qué es de tu vida? Todas las reuniones son iguales, ¿Qué ejemplos le vamos a dejar a nuestros hijos? – Se indignaba Agustina, tratando que su esposo reflexione.
Él estaba abrumado por los interrogantes que le planteaba su esposa. Si bien, compartía su punto de vista, le era difícil cambiar la pasividad de sus padres, para poner orden, desterrar la mofa y me-jorar la forma de relacionarse.
Entre tanto ella seguía hablándole, su atención cambió de rumbo y se centró en la computadora. A lo lejos leía en letras rojas grandes, en un portal de noticias, la primicia del fallecimiento del ex pre-sidente Carlos Saúl Menem.
No pudiendo contenerse, se llenó de bronca y amargura. Sentía que nuevamente se salió con la su-ya y evadió la justicia terrenal. Esta vez para siempre. Aunque, tras el umbral de la vida, el Eterno seguramente lo estaría esperando para juzgarlo.
Unos minutos más tarde, los diferentes políticos se fueron manifestaron en las redes sociales y re-cordaron al ex presidente con nostalgia, agradecimiento y muestras de lealtad. Parecía una broma de mal gusto, pero era real, sintió que se estaban riendo de él y la sociedad.
– ¿Cómo podía ser posible que gran parte de la clase política, le rindiera honores y pleitesía a quien causó tanto daño al país? – Se cuestionaba y recordaba cómo sus políticas, no solo destruye-ron la industria nacional, sino también el oficio de su abuelo como aparador de calzado. Un oficio que su familia ejerció durante largas décadas en la Rusia zarista y la apertura indiscriminada de im-portaciones, no solo lo habían dejado sin trabajo, sino que además sepultaron para siempre la profe-sión transmitida de generación en generación.
Aunque han pasado casi treinta años, nunca ha podido olvidar las lágrimas y el dolor del zeide, al mal vender como baratija sus elementos de trabajo, para poder sobrevivir, ya que su magra jubila-ción no le alcanzaba para nada.
Tampoco podía sacar de su mente la impunidad en los atentados a la Embajada de Israel y la Amia, la voladura de la fábrica militar en Río Tercero, la traición al Perú, la flexibilización laboral, los in-dultos a la junta militar y a los líderes montoneros, las privatizaciones indiscriminadas, entre tantas otras.
La muerte de Menem, le retrotrajo los recuerdos de su infancia, durante los duros años noventa; mientras imaginaba que podrían decir sus abuelos, si supiera del agrietado presente de su familia.
Pasaron largos días y seguía cargando sobre su espalda una mochila pesada de malos recuerdos. No dormía bien, y los kilos acumulados de enojo le habían generado contracturas en el cuello y en la espalda. Caminaba encorvado y con el cuello recostado sobre su hombro izquierdo. El enfado lo estaba haciendo envejecer antes de tiempo. Se había resignado a seguir acarreando el peso del pasa-do sobre su lomo.
Una ventosa mañana de lluvia, tuvo que dejar la comodidad del home office, y salir a trabajar por la zona de tribunales de la Ciudad, allí donde era un habitué en tiempos de la vieja normalidad. Con mucha dificultad y todo mojado, se pudo subir al colectivo de la línea 23 con rumbo a Tribunales. Se lo veía tan mal que hasta una dama que rondaba los ocho decenios, le cedió su asiento. Tras unos segundos interminables donde el orgullo le impedía aceptarlo, un brusco movimiento del bus lo desestabilizó y lo lanzó a la butaca vacía.
Prontamente como terminó su tortuosa recorrida por algunos juzgados, se sentó en un bar a reposar y desayunar. Se sentía agotado y apesadumbrado. No obstante, una gran incomodidad lo arreciaba al percibir como muchos lo observaban como si fuera un marciano.
La solución pasaba por él mismo, el malestar lo degradaba y si lograba sacarlo, pronto mejoraría. Tal vez su ego, le hacía mantener el enojo o quizás heredó la pasividad que tanto criticaba de sus padres; por tanto demoraba soluciones que requerían inmediatez.
En un momento, sintió que no podía más, el dolor físico era insoportable. Su mirada había quedado
fija y estática en un ventanal con vista a Plaza Lavalle. En su mente creía que todo se había deteni-do, y allí pudo oír en la mesa de al lado, a un niño que con tono de preocupación, le preguntaba a su mamá: – ¿Por qué ese señor está torcido como el abuelo?
Las palabras del niño, tocaron el amor propio de Perchik, y no pudiendo tolerar el dolor, ni la ver-güenza, reaccionó y se sacudió de toda la bronca del pasado, y hasta perdonó a parte de su familia por tantos años de burla y destrato.
Nuevamente recuperó la vitalidad. Sin notarlo, su cuello se despegó de su hombro y su espalda comenzó a enderezarse. Busco con la mirada al niño, para ver el rostro de aquel pequeño ángel que con una pregunta lo ayudó a liberarse de tanto enojo. Ese pequeño, le recordó a él mismo, cuando su abuelo en la infancia le aconsejo que una pregunta a tiempo, podría ser la mejor respuesta.
Cuando se acercó a la mesa para agradecer al niño, escuchó como un aparente colega, le ofrecía a la madre una adopción express a cambio de unos cuantos miles de pesos. Era una oportunidad ideal para hacer Justicia y reparar el daño que estos desalmados le hacían a quienes tenían amor para los niños y adolescentes que más lo necesitaban. – ¿Cómo hacerlo? ¿De qué manera? – Se preguntaba internamente. Si lo golpeaba, se convertiría en un héroe fugaz que terminaría en prisión y el malhe-chor luego seguiría su vida como si nada hubiera pasado. Por lo que salió a enfrentarlo, exponiendo-lo y filmándolo:
− Que tal, ¿Me puedo decir a cuanto ofrece una adopción express? ¿Usted es Funcionario Judicial? ¿Quién lo manda?- Entre tanto lo filmaba, el hombre se escapaba de la confitería y la mujer le agradecía por haberle sacado a ese mafioso de encima –
Al contar lo sucedido a su familia, para que tengan cuidado y alerten sobre los chantas que juegan con la ilusión de la gente, recibió un mensaje de uno de sus cuñados:
− Perchik gorila… – en tono burlón, sin importarle lo que había compartido-
− ¿De dónde sale el término “gorila”?- Rápido de reflejos, respondió amablemente con una pregunta-
− No sé… – respondió tras largos minutos y al no haber encontrado una respuesta en Google –
Una pregunta a tiempo, disipó un manojo de burlas, debates sin sentido, peleas absurdas, y mantu-vo la paz en la familia.
Historia ficcionada.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez
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