Su madre le aseguró que con esa nariz jamás sería actriz. Su padrastro la llamaba “fea”. Pero la chica judía de Brooklyn empleó su voz para lograr el éxito. Hoy tiene 78 años.
En 1991 el periodista Mike Wallace hizo llorar a Barbra Streisand.
—Tu padre sigue siendo muy importante para ti, ¿verdad? —le dice Wallace refiriéndose a Emanuel Streisand, quien murió cuando Barbra solo tenía 15 meses.
—Sí —contesta ella—. Me hubiera gustado tener un padre.
—Pero tuviste un padrastro…
—Sí, pero mi padrastro me ignoró. Nunca habló conmigo. Yo era apenas una niña y él me hizo sentir que yo era un ser horrible. Una vez…
En ese momento Barbra se echa a llorar. Es entonces cuando Wallace explica a la audiencia uno de sus peores recuerdos: el día en que Barbra pidió un helado y su padrastro se lo negó porque “era fea”.
Su madre la llevó a algunas audiciones cuando era niña pero tampoco fue un gran apoyo para su autoestima: “Mi madre decía que yo era demasiado rara y flaca. Que no era lo suficientemente bella para ser actriz. Que mejor me hiciera mecanógrafa ”. Barbra desoyó a su madre y 15 años después fue portada de miles de revistas con fotos de Lawrence Schiller y Steve Shapiro.
Schiller y Schapiro, al igual que Barbra, eran jóvenes judíos que salieron de Brooklyn y se abrieron paso en el arte y el entretenimiento en los turbulentos años sesenta. Ambos fotografiaron a los mismos personajes pero con distintos puntos de vista: desde John F. Kennedy y Martin Luther King hasta estrellas como Marilyn Monroe y Marlon Brando. Sin saberlo, los dos retrataron a Streisand simultáneamente. “Hace dos años y medio nos dimos cuenta de que ambos teníamos fotos de Barbra —explica Schapiro—, y fue ahí cuando empezamos a considerar reunirlas en Barbra Streisand by Steve Schapiro and Lawrence Schiller (Editorial Taschen) ”.
“La retratamos en el momento perfecto de su carrera,” cuenta Schiller refiriéndose a sus primeros diez años en el cine. “Los dos llevamos su imagen a un público que la adoraba y estábamos presentes cuando ella pasó de ser una cantante más, a ser una superestrella”. Estas fotografías documentan esos tiempos en los que su afán de triunfar era mayor que el miedo a equivocarse.
El ascenso de Barbra no había sido fácil, aunque sí meteórico. Nació en Brooklyn, en el seno de una familia judía de clase media, pero la muerte de su padre los sumió en la pobreza.
Al graduarse en bachillerato se fue a vivir a Manhattan para tratar de convertirse en actriz. No tenía ni dinero ni contactos, solo una confianza ciega en su capacidad: como no ganaba lo suficiente para alquilar un piso, dormía en los sofás de primos y amigos. Pero su éxito no lo consiguió mediante la interpretación, sino con la música, cuando a los 18 años empezó a cantar en un bar gay del West Village llamado The Lion. “No era un antro —declaró su amigo Barry Denen—, sino un lugar elegante en el que la clientela, mayoritariamente masculina, iba vestida de chaqueta y corbata”. Esa era la única manera de evitar el hostigamiento de la policía hacia los homosexuales.
“Cuando empecé a cantar no le daba ninguna importancia”, ha contado Streisand, quien presume de no haber tomado clases de canto. “Yo quería interpretar a Shakespeare, a Chéjov; ¿para qué acudir a un night-club? Pues para ganarme la vida. Me pagaban lo justo para comer”. En The Lion ganaba 50 dólares a la semana y todos los filetes London Broil [corte de ternera marinada y asada] que le apeteciera comerse. Poco a poco se corrió la voz y hasta el dramaturgo Noël Coward vino a verla. Armada con su voz, su sentido del humor y un par de vestidos de segunda mano, pasó a un club mayor: el Bon Soir. Fue allí donde creció su reputación y donde la descubrieron los productores de Broadway.
El papel de su vida
Primero consiguió un papel de reparto en el musical I can get it for you wholesale, y gracias a esto se volvió una invitada frecuente en los talk shows nocturnos donde daba respuestas irreverentes y cantaba su repertorio del Bon Soir: “A sleeping bee, When the sun comes out”, y una melancólica versión de “Happy days are here again”, sobre la que muchos opinan que construyó su carrera musical. Te transportaba de la risa a las lágrimas en cuestión de segundos.
Barbra construyó una imagen divertida, alocada e impredecible. Se vestía con elegante sofisticación, pero se presentaba mascando chicle y exagerando su acento de Brooklyn. En 1963 Streisand se casó con el actor Eliott Gould y se mudaron a un pisito en la Tercera Avenida. Al más puro estilo neoyorkino, las ventanas del salón se abrían a una pared de ladrillos.
Pero todo estaba a punto de cambiar. La oportunidad le surgió con Funny girl, una comedia musical sobre la vida de Fanny Brice, la famosa estrella de los Ziegfield Follies [espectáculos estadounidenses de cabaré a la manera del Folies Bergère], cuya personalidad y origen se parecían mucho a los de Barbra: ambas eran chicas judías de clase obrera que habían decidido triunfar en el espectáculo a pesar de no ajustarse a los cánones de belleza establecidos. El papel de Fanny requería de una actriz y cantante que pudiera hacer reír y llorar
La búsqueda había sido infructuosa: Anne Bancroft, Eydie Gormé y Carol Burnett rechazaron el papel. Stephen Sondheim le dijo al productor: “Necesitas a una chica judía. O por lo menos a alguien que tenga una nariz de verdad”. Así que productores y compositores fueron a conocer a Barbra, y quedaron cautivados por esta joven aprendiz de diva que no tenía miedo a burlarse de sí misma.
La puesta en escena fue muy accidentada. El estreno de Funny girl se retrasó cinco veces. Grandes directores como Bob Fosse y Jerome Robbins renunciaron al espectáculo. Pero la noche de su debut en el teatro Winter Garden, en 1964, el público la ovacionó en pie. No pararon de aplaudir “hasta que el elenco salió 23 veces a saludar al escenario”. Barbra representó más de mil funciones y la noche del estreno en Londres supo que estaba embarazada de su primer y único hijo, el actor Jason Gould.
Cuatro años después, Barbra logró llevar el personaje de Fanny Brice a la gran pantalla de la mano del veterano William Wyler (Eva al desnudo y Con faldas y a lo loco) . Wyler, que era sordo de un oído, no quería dirigir musicales pero aceptó la propuesta tras conocer personalmente a Barbra, que nunca había hecho cine pero ya tenía fama de saber exactamente lo que quería.
Un amigo le preguntó si había sido difícil trabajar con ella y Wyler respondió: “No, teniendo en cuenta que era la primera película que ella dirigía”. Fue durante aquel rodaje cuando Shapiro y Schiller empezaron a retratarla: su trabajo era la foto fija para los pósters y las postales promocionales y hacer posados para las revistas de cine.
“Ella prefería el lado izquierdo de su cara —cuenta Shapiro—. Así que si yo tenía una diapositiva que me gustaba de su lado derecho, le daba la vuelta y a menudo Barbra las aprobaba. Siempre cooperaba, pero tenía una idea clara de cómo quería verse”.
En aquellos tiempos en Hollywood existía una tendencia a limar narices y apellidos, y muchos actores de origen judío trataban de pasar por anglosajones. Su propio marido, Elliott Gould, se apellidaba Goldstein.
Pero aunque Barbra no se consideraba una persona religiosa, rehusó disimular su judaísmo: “Creo que odiaban —dijo en una entrevista para la BBC— que hubiese llegado a Hollywood con un contrato de tres películas sin haber hecho jamás una prueba de cámara, nunca me operé la nariz y nunca me arreglé los dientes. Y, por supuesto, nunca cambié mi nombre”. Esto último no es totalmente cierto, pasó de llamarse Bárbara a Barbra.
La actriz y cantante ganó un Oscar en 1968 por Funny girl en un excepcional empate con Katharine Hepburn, quien estaba nominada por El león en invierno. Esa noche Barbra estableció un curioso récord: fue la primera mujer que recibió el Oscar en pantalones, ataviada con un pijama de lentejuelas diseñado por Arnold Scaasi, el modisto canadiense que vistió a Hollywood y a la Casa Blanca. A partir de esa noche hizo lo que quiso. Ella misma aseguraba: “Yo puedo estar en Vogue, yo puedo estar en Harper’s Bazaar, yo puedo llegar a donde ha llegado cualquier modelo o estrella simplemente por ser quien soy”.
La ilustre crítico de cine Pauline Kael entendió inmediatamente la importancia de este éxito: “Muchos creen que el reconfortante mensaje del musical Funny girl es que no hace falta ser bella para triunfar. El mensaje de Barbra Streisand es que el talento es belleza ”. La cantante no solo fue la primera en creer en su capacidad, fue también la primera en creer en su belleza.
Dicen que nunca se operó la nariz por miedo a que afectara a su voz, pero ella ha contado que cuando lo consideró, un productor teatral le dijo que si se cambiaba la nariz dejaría de ser Barbra Streisand. “Su gloriosamente alargada nariz ha redefinido el concepto de belleza”, afirma Matt Howe, uno de sus devotos cronistas. “El rostro de Streisand le abrió la puerta a otras actrices de rasgos étnicos nada tradicionales”.
Las fotos de Schiller y Shapiro muestran imágenes inéditas de esos primeros años en los que floreció en Hollywood, exhibiendo un orgulloso perfil y convenciendo al mundo no solo de que aceptaran sus defectos, sino de que los amaran y que la imaginaran como una dama de alta sociedad, como la chica de al lado o como un objeto de deseo.
“Era imparable cuando quería las cosas de cierta manera —apunta Lawrence Schiller—. Yo lo comprobé en el set, en la manera en la que lidiaba con la gente. Solo la vi ensayar sus canciones tres veces: una vez en el plató, una vez en una habitación de hotel, y una vez cuando fui con ella a la costa de Montauk, donde repetía la misma frase una y otra vez. Yo no notaba ninguna diferencia, pero ella las estaba afinando para su oído”. Ese afán perfeccionista ha sido un arma de doble filo. En 1967, durante un concierto en Central Park, se olvidó la letra de una canción y no volvió a cantar en directo los siguientes 27 años.
¡Topless no!
Sus primeros papeles en el cine se acercaban mucho a su humor y su temperamento: Funny girl y Hello Dolly eran casi extensiones de su propia personalidad. En su tercera película, Vuelve a mi lado, representó a una mujer que explora sus vidas pasadas de la mano de un psiquiatra encarnado por Yves Montand. El filme no tuvo el éxito de Funny girl. Sin embargo, las regresiones de la trama fueron la excusa perfecta para vestir a Barbra con exuberantes creaciones del diseñador y fotógrafo Cecil Beaton.
“Era un hombre de tal elegancia y buen gusto —explica Schiller—, que Barbra parecía un cachorrito en su presencia. Él entendió su cara y su cuerpo. [Barbra] sabía que su mayor virtud era su voz, y al hacer la transición a la interpretación fue lo suficientemente inteligente como para rodearse de la gente más talentosa del mundo”.
Schiller perdió su acceso a Barbra cuando publicó una foto de Vuelve a mi lado sin su autorización. No se trataba de una imagen escandalosa sino simplemente de un retrato de su peluquera en el que se veían varias polaroids con pruebas de sus pelucas, pero eso fue suficiente para prescindir de sus servicios. Sin embargo, Shapiro la acompañó en otras ocho películas.
En ¿Qué me pasa doctor? Barbra literalmente se soltó el pelo: la moda hippie había llegado a Hollywood y ella decidió alejarse de los elaborados peinados, maquillajes y trajes de época para hacer el papel de una chica moderna de los años setenta. “Creo que Barbra y Ryan O’Neal tuvieron buen feeling en esta comedia. La voz y la actitud que ella estaba desarrollando es muy patente en esta película”, dice Shapiro. En varias ocasiones Barbra ha confesado que nunca entendió del todo la enrevesada trama de esta comedia, lo que no impidió que fuera la segunda película más taquillera de su carrera, superada solo por Funny girl (Los padres de él es realmente la número uno) .
No todo lo que tocó Barbra se convirtió en oro: La gatita y el búho no tuvo éxito comercial a pesar de ser la más sexy de sus películas. Inicialmente iba a aparecer en topless, aunque luego no se incluyó esa toma en la película. La revista Time publicó que a Barbra le costó tanto atreverse a quitarse el sujetador frente a la cámara, que su coestrella George Segal se quedó dormido esperándola en la cama. Años después también se negó a aparecer desnuda en Playboy (1977) , pero aún así le dedicaron la portada.
La prioridad para Barbra era asegurarse el control de sus películas y por eso creó su productora, Barwood. Su primera obra fue Casada en Nueva York, un filme de poco éxito a pesar de que tocaba el tema del feminismo, el aborto y de incluir curiosas escenas en África y hasta un disparatado encuentro con un doble de Fidel Castro. “Es estrambótica, pero definitivamente hay una declaración sobre los hombres, las mujeres y el poder. Era el principio de la liberación femenina”, cuenta Steve Shapiro.
Es en esta época cuando Barbra finalmente se divorcia de Eliott Gould, quien alegó que ella “estaba casada con su éxito”. Durante casi tres décadas Streisand estuvo soltera, aunque mantuvo relaciones con hombres notables como Pierre Trudeau, que fue primer ministro de Canadá, y André Agassi, 28 años menor que ella.
Según Schiller, la búsqueda del hombre perfecto se dio también frente a las cámaras: “Todos sus galanes eran iguales a la hora de actuar frente a Barbra —cuenta Schiller—. Omar Shariff, Walter Matthau, Yves Montand… De sus primeras diez películas el único protagonista que estuvo a su altura fue Robert Redford en Tal como éramos. Ella arriesgó mucho en esta película. No cantaba, y además interpretó el papel de una activista judía marxista. Se trata de una historia sobre una mujer que defiende sus convicciones y sus opiniones sin importar las consecuencias. Por eso los protagonistas no terminan juntos al final.
Ella no podía callarse, tenía que decir lo que pensaba aunque la relación se fuera al traste, y eso es una fuerte declaración feminista”. “Después de aparecer con Redford —añade Shapiro—. Empezó a entender sus emociones de una manera más auténtica y empezó a encontrar hombres, en su vida y en la pantalla, que estaban a su altura”.
Ese proceso culmina con El príncipe de la mareas (1991) , dirigida, producida y protagonizada por la propia Barbra junto a Nick Nolte. Esta película obtuvo 7 nominaciones —incluyendo Mejor Película—, pero ella no fue nominada como mejor directora. En 1998 Barbra se unió a James Brolin, con quien continúa casada. Su pasión por la política, la defensa de los derechos de la mujer y su conciencia social ya no son el tema de sus cintas, pero las ha canalizado como activista y filántropa. Y aunque se queja de que no hizo suficiente cine (menos de 20 largometrajes) , todavía tiene planes de volver a la pantalla con una nueva versión del musical Gypsy.
Para sus fans Barbra es intocable e infalible. No critican que cante con un teleprompter para recordar las letras en sus conciertos, o que confiese que piensa en su perro cuando interpreta canciones de amor. Ha sido la única invitada a El show de Oprah Winfrey que hizo que la anfitriona cambiara de silla para que Barbra pudiera lucir su perfil favorito, y en una de sus últimas visitas a Oprah mandó pintar de beige uno de los micrófonos para que hiciera juego con su jersey.
Mi hijo y yo
A muchos les sorprendió que en su último álbum, Partners, incluyera un dúo con su hijo Jason, que quería ser cantante, y quien confesó su homosexualidad: “Mi madre es un icono de tal magnitud que yo no me atrevía a abrir la boca—dijo Jason—. Finalmente he llegado a un momento en mi vida en el que el miedo de no ser lo suficientemente bueno es menor que mi necesidad de expresarme”.
Partners recibió un buen número de críticas negativas, Jason Moran del New York Times juzgó su “perfeccionismo esmaltado”. Solo defendió uno de los temas: “La más conmovedora de las canciones es “How deep is the ocean”, un dúo entre madre e hijo. Ella entiende lo que está cantando y realmente lo siente”. Independientemente de las críticas, Partners debutó en el número 1 del Billboard. Streisand se convertía en la única artista que se mantenía durante seis décadas en el top ten de las listas, reafirmando así que es la cantante femenina con mayores ventas de la historia.
“Cuando se publicó mi libro de fotos de Marilyn Monroe —explica Schiller—, mucha gente me pidió que mencionara a otra estrella que hubiera perdurado de la misma manera en que Marilyn lo logró. La única mujer en la que puedo pensar de la industria del entretenimiento es Barbra. Marilyn se convirtió en un mito; Barbra ha sido una leyenda de su tiempo. Y lo seguirá siendo mucho después de que desaparezcamos”.
Fuente: Vanity Fair
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