¿Cuánta alegría puede haber en la certeza de que después de la diáspora sobrevendrá la redención?…
…”Sucedió que Rabán Gamliel, Rabí Elazar ben Azaria y Rabí Akiba, luego de la destrucción del Segundo Templo ascendieron a Jerusalem. Cuando arribaron al Monte Tzofím, rasgaron sus ropas. En el Monte del Templo, vieron a un zorro saliendo del (lugar donde estuvo el) Kodesh Hakodashím (Sancta Sanctórum). Rompieron en llanto, mientras Rabí Akiba reía. Le preguntaron: ¿Por qué te ríes?.El dijo: ¿por qué lloráis vosotros?.
Ellos respondieron: Pues está escrito sobre el templo (Números 8): “el ajeno que se acercare morirá” y ahora los zorros deambulan por allí! ¿No hemos de llorar?
Respondióles Rabí Akiba: “Por eso mismo río yo. Pues está escrito (Isaías 1): “Y pondré para Mí por testigos fidedignos al sacerdote Oriá y Zejariahu”. ¿Qué relación hay entre Oriá y Zejariahu, si Oriá vivió durante la época del Primer Templo y Zejariahu durante la del Segundo? Han sido colocados juntos en el versículo para hacer depender la profecía de Zejariahu de la de Oriá.
En el caso de Oriá está escrito (Mijá 3): “Por eso, a causa de ustedes, Tzión como un campo será arada” (profecía de la destrucción del Templo y la Diáspora). En el caso de Zejariahu está escrito (Zejaria 8): “todavía volverán a residir ancianos y ancianas en las calles de Jerusalem (profecía de la Redención del pueblo judío y la reconstrucción de Jerusalem). Mientras no se había cumplido la profecía de Oriá, temía yo que no habría de cumplirse tampoco la de Zejariahu. Ahora que se ha cumplido la profecía de Oriá, estoy seguro de que también la profecía de Zejariahu habrá de cumplirse.
Le contestaron con estas palabras: “¡Akiba, nos has consolado; Akiba, nos has consolado!”
(final del Tratado Talmúdico Macot)
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Nos encontramos a pocos días de Tishá BeAv, fecha conmemorativa de la destrucción del Primero y Segundo Templo. En este Shabat (Parshat Devarím) – que siempre coincide con los días previos a Tishá BeAv- leemos la Haftará en el libro de Isaías: “La visión (Jazón) de Ishaiahu ben Amotz…”. Esta profecía con que se inicia el libro de Isaías, expone las advertencias del profeta al pueblo, en los días previos a la destrucción del Templo, instándolo a arrepentirse de sus malas acciones y así evitar la desgracia. El pueblo, no prestó atención a sus palabras y el amargo final es por todos conocido…
Este Shabat también se denomina “Shabat Jazón”, en virtud de la Haftará que trata de la visión de Ishaiahu.
En el episodio extraído del Talmud, que antes relatáramos, leemos el diálogo mantenido por los grandes Sabios del pueblo de Israel, poco tiempo después de la destrucción del Templo. No cabe duda de que también Rabí Akiba sentía el dolor por la destrucción del Templo igual que sus compañeros. Pero en tanto ellos rompieron en llanto ante la terrible visión de un zorro paseando por el lugar más santo del pueblo judío, Rabí Akiba se alegró. Tenía motivos: la futura redención, aquella después de la cual no habrá ninguna diáspora más, llevará al pueblo a un estado sin precedentes: florecerá lo espiritual y lo material simultáneamente; regresará todo el pueblo a la Tierra Santa, y se restaurará el reinado de David como antaño. Mas esa maravillosa redención depende de la destrucción y el exilio precedentes. Por eso Rabí Akiba al ver a Jerusalem destruida sintió que su corazón se llenó de alegría y tuvo fe en que la segunda parte de la profecía se cumpliría: Di-s haría regresar a los expatriados de Su pueblo trayendo la redención de Israel.
Los demás Sabios aceptaron las palabras de Rabí Akiba, al decirle:
“¡Akiba, nos has consolado; Akiba, nos has consolado!”.
Si bien es cierto que Rabí Akiba reveló el motivo de su alegría y que su explicación fue aceptada por sus compañeros, pareciera ser que aún hay un aspecto que exige explicación y aclaración, pues al fin, se
trata ni más ni menos que de la destrucción del Templo y la prolongada y dolorosa diáspora. ¿Cuánta alegría puede haber en la certeza de que después de la diáspora sobrevendrá la redención?
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Uno de los más profundos interrogantes que presenta la doctrina judía consiste en: “¿para qué descendió el alma de su altura celestial, al plano de lo corpóreo y material?” Definida como algo espiritual y puro, el alma que procede de mundos espirituales elevados, desciende de su nivel y se enviste en un mundo físico y material, mundo que para el alma, es algo diaspórico. Entonces, ¿para qué se envió al alma al mundo material?
La simple respuesta es: “un descenso en aras del ascenso”. Vale decir, después que el alma lleve a término su misión en este plano inferior, no sólo regresará a su “lugar” de origen, sino que será acreedora al privilegio de elevarse a un nivel superior, que no tendrá parámetros de comparación con su nivel anterior.
En tanto el alma permanecía en su nivel original, antes de descender al mundo, carecía de la posibilidad de auto-demostración que la hiciera acreedora al privilegio de elevación. En las esferas espirituales el alma no se enfrenta con pruebas que la inciten, y no precisa luchar para mantenerse en el camino correcto.
Cuando el alma desciende a un mundo plagado de atractivos estimulantes, mundo en el cual debe luchar para vivir con rectitud y donde su misión consiste en instar al corazón humano a conducirse en esa línea, si logra cumplir con éxito su propósito merecerá la retribución de una maravillosa elevación.
Este tema, que es importante por mérito propio e independientemente de cualquier otra consideración, sirve de ejemplo para nuestro tema: Diáspora y Redención. Di-s destinó para el pueblo judío, sus hijos, un futuro maravilloso. Para hacerlos merecedores de ese maravilloso futuro, de esa redención, los llevó a un nivel que es un descenso comparado con su nivel anterior; pero en ese nivel inferior, los Hijos de Israel podrán dar plena prueba de ser acreedores de aquella redención.
Resulta que cuando meditamos en el motivo de la diáspora, descubrimos que su finalidad es positiva y eso da cabida al optimismo y a la alegría.
Fuente: Beit Jana