El 6 de agosto de 1657 moría Bogdan Jmelnitski conocido como el líder de la revuelta ucraniana contra la Unión Lituano-Polaca. Entre los ucranianos Jmelnitski es considerado uno de los máximos héroes nacionales, y uno de los fundadores de la nación. En la historia del pueblo judío, Jmelnitski es evocado como uno de los más terribles opresores y asesinos de judíos, el más siniestro de todas las generaciones, el iniciador de las terribles masacres de los años 1648-1649, llamadas en hebreo “gezerot tav ve-tat”, por los años del calendario hebreo, años en los cuales miles de judíos fueron asesinados por hordas cosacas bajo su liderazgo.
El 16 de mayo de 1648, los cosacos ucranianos al mando de su caudillo Bogdan Jmelnitski derrotaban a un ejército de nobles polacos en la batalla de las Aguas Amarillas, iniciando una serie de batallas que se fueron extendiendo por todo el territorio. Miles de voluntarios que se unieron a las fuerzas del caudillo cometieron todo tipo de atrocidades contra minorías étnicas y religiosas, y puntualmente contra los judíos.
Desde mediados del siglo XVII, el reino de Polonia se encontraba en plena decadencia y en el inicio de un proceso de desintegración territorial que en el transcurso de un siglo provocó su desaparición como Estado independiente. La insurrección ucraniana llevaba consigo, además de un desprecio antipolaco visceral, un odio antijudío virulento y salvaje, provocado por factores religiosos y por acusar a los judíos de agentes de la administración polaca en Ucrania.
La población judía se caracterizaba por las formas de vida autónoma y había sido un factor activo en la colonización de esas tierras. Muchos judíos se establecieron en los pueblos y cumplieron funciones como arrendatarios o administradores de las fincas de los nobles; también jugaron un papel en el desarrollo de dichos pueblos y en su defensa armada en tiempos de peligro. Al ser vistos como agentes de los nobles polacos, el odio de los ucranianos se incrementó y provocó una de las peores matanzas masivas de judíos de las que se tenga memoria en toda su historia.
La crueldad y la brutalidad de las hordas cosacas marcaron nuevas pautas de terror. Frente a esos sucesos, muchos prefirieron escapar a los dominios de los tártaros en Crimea, donde padecieron un cautiverio duro y peligroso, pero con la posibilidad de ser luego liberados pagando un rescate. Otros prefirieron levantarse contra los opresores y defenderse en una lucha armada, como lo testimonia la rebelión judía que se produjo en la fortaleza de Tulchín, en la que unos dos mil judíos se defendieron heroicamente, pero sin éxito puesto que fueron traicionados por los polacos que los entregaron al enemigo a cambio de quedar con vida.
Es imposible determinar con precisión el número de víctimas que perecieron en las matanzas, los cronistas judíos de la época elevan a 100.000 los judíos asesinados y a 300 el número de comunidades destruidas. Mientras las humillaciones y los ataques contra los judíos continuaron durante largo tiempo ya en la Ucrania liberada, el exterminio judío era exaltado por los cantos populares de los nacionalistas en homenaje al líder y padre de la nación.
Para los judíos, los años 1648 y 1649 se convirtieron en años trágicos en su memoria colectiva, la devastación fue de tal magnitud, que al concluir las matanzas comenzó una gran ola migratoria hacia Alemania y hacia el centro de Europa. Además los efectos de la hecatombe fueron múltiples y seminales: a los pocos años dio inició el movimiento mesiánico de Shabatai Tzvi, quien adjudicaba a las matanzas una simbología redentoria, además surgieron nuevas interpretaciones cabalísticas sobre el significado de los trágicos sucesos, y un siglo después en esas mismas tierras, y con una realidad judía de extrema pobreza y desolación, irrumpía el movimiento Jasídico al rescate de los desamparados con su propuesta religiosa y social innovadora.