Raoul Wallenberg nació en Suecia el 4 de agosto de 1912.
En 1936 y comenzó a trabajar en The Central European Trading Center, una firma que pertenecía al judío Koloman Lauer, a quien le estaba prohibido el ingreso a ciertas partes de Europa, por lo que en esos casos Wallenberg tomaba su lugar. Fue entonces cuando aprendió a conversar con los nazis y a entender su forma de pensar.
Luego se incorporó al cuerpo diplomático y fue enviado, entre otros destinos, a Hungría. Al llegar a Budapest, ya ocupada por los nazis; y comenzó sus esfuerzos de rescate. Cuando llegó los alemanes ya habían deportado a casi 440.000 judíos de Hungría en apenas dos meses. La mayoría de ellos terminó en el campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia.
Facilitó salvoconductos, proporcionó casas de seguridad y evitó que muchos trenes partieran hacia los campos de exterminio. En conjunto, Wallenberg salvó de la muerte a casi 100.000 judíos húngaros.
Wallenberg rediseñó los salvoconductos, conocidos como “pases Schutz”, para que parecieran más “oficiales”. Les añadió los colores de la bandera sueca, y los sellaba con coronas de la misma nacionalidad. Negoció con el gobierno húngaro la emisión casi 5.000 pases Schutz. Según la Fundación Internacional Raoul Wallenberg llegó a entregar tres veces ese número.
Algunas personas hacían cola en la embajada sueca en Budapest para recibirlos, pero Wallenberg y su personal también los repartían por toda la ciudad. Un testigo de la labor del sueco contó a la BBC cómo en una ocasión, el diplomático interceptó un tren lleno de judíos a punto de salir de Budapest para Auschwitz.
“Se subió al techo del tren, llevando un paquete de pasaportes y empezó a entregarlos a manos extendidas con impaciencia por las puertas abiertas”, dijo, para que se bajaran y se salvaran de “un viaje de horror y muerte”.
Al finalizar la guerra fue detenido y posteriormente conducido a Moscú por las tropas soviéticas que liberaron Budapest de la ocupación nazi, junto a su chófer, Vilmos Langfelder. Sigue sin saberse el motivo del arresto y tampoco se creyó nunca la versión oficial de la URSS según la cual Wallenberg murió de un ataque al corazón a los 34 años, el 17 de julio de 1947, en los muy terribles cuarteles de la Lubyanka, la KGB, en la capital rusa. Por su parte, la parte sueca pensaba que estaba recluido en un hospital psiquiátrico.
Tras su arresto y desaparición en 1945 su destino ha sido siempre un misterio. Pero sus hazañas le han sobrevivido, como una muestra de que las personas valientes pueden marcar la diferencia y que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de luchar contra el racismo.
Tras la caída de la Unión Soviética, se creó un Grupo de Trabajo Sueco-Ruso para aclarar el trágico destino del joven diplomático que, 10 años después, en 2000, tampoco pudo resolver el misterio. En junio de 2006, la Fundación Wallenberg recibió una carta oficial de la Embajada de la Federación Rusa en Washington firmada por el entonces subjefe de la misión, Alexander Darchiev, jefe de la sección de América del Norte en el Ministerio de Relaciones Exteriores, la misiva señala: “La responsabilidad de la muerte del señor Wallenberg recae en los dirigentes de la URSS de ese momento y sobre Stalin, en particular.” Esta tesis fue corroborada por una reciente publicación de los diarios de Ivan Serov, ex dirigente de la KGB, en los que afirma que fue ejecutado.
En el mundo entero, estatuas, edificios, plazas, calles y escuelas llevan su nombre. En 1981, Wallenberg fue nombrado ciudadano de honor de los Estados Unidos y en 1985 y 1986, recibió igual dignidad en Canadá e Israel, respectivamente.|
Pese a ello, el misterio ha sido insoportable para su familia que pidió a las autoridades de Estocolmo que lo declarasen muerto. “Es una manera de lidiar con el trauma con el que vivimos, de cerrar una fase y entrar en otra”, aseguraron en un comunicado. “La familia ha vivido entre la esperanza y la desesperación. Esperanza en que los esfuerzos dieran fruto y desesperación cuando las esperanzas se frustraban una y otra vez” señaló el texto. La ley sueca establece que para establecer la fecha oficial de una muerte deben pasar cinco años desde la desaparición de la persona en cuestión.
En el caso de Wallenberg fue fijada el 31 de julio de 1952.
Pero los héroes nunca mueren.
DR. Mario Burman