El campo de concentración de Mauthausen fue inaugurado el 8 de agosto de 1938, cinco meses después del “Anschluss” (anexión) de Austria al III Reich. A la hora de elegir el lugar, cercano a Linz, fue decisiva su ubicación, en las inmediaciones de la cantera de granito, como también ocurrió con el campo anexo de Gusen en 1940. Los presos fueron empleados en los primeros momentos en la construcción del campo y trabajaron para empresa propiedad de la SS “Deutsche Erd- und Steinwerke GmbH.” en la producción de materiales para las obras monumentales y de prestigio de la Alemania nacionalsocialista.
Al comienzo había un solo campo, pero con el tiempo se expandió hasta convertirse en uno de los complejos de campos de concentración más grandes de la zona nazi de Europa. Mauthausen-Gusen,
Su construcción comenzó en julio de 1938 con un grupo de 300 prisioneros transferidos desde el campo de concentración de Dachau.
A principios de octubre, Mauthausen tenía unos 565 prisioneros, en su mayoría políticos y criminales comunes. En diciembre de 1939 este número había aumentado a 2.772, principalmente criminales, “asociales”, opositores políticos y objetores religiosos, incluyendo los Testigos de Jehová. Posteriormente, también comenzaron a ingresar en Mauthausen opositores antinazis de los países ocupados, así como militares británicos y americanos. Hasta mediados de 1944 hubo relativamente pocos judíos en Mauthausen, pero entonces comenzaron a llegar en gran número desde Hungría y Auschwitz, así como transferidos desde otros campos.
A medida que la Wehrmacht fue avanzando y ocupando territorios en Europa, empezaron a llegar soldados y prisioneros de los países que caían bajo el yugo nazi.
En 1940 comenzaron a llegar presos españoles, una de las nacionalidades más numerosas del campo. Procedían de los campos de concentración franceses, de las filas capturadas del ejército francés en el que habían sido reintegrados o de la resistencia clandestina desarticulada.
Hacia el final de la II Guerra Mundial el número de prisioneros se multiplicó debido a la llegada de soldados soviéticos y las deportaciones masivas de judíos polacos, pues si bien en diciembre de 1939 había aproximadamente un total de 3.000 cautivos, hasta su cierre se sabe que pasaron por él casi 200.000 presos, de los que murieron alrededor de 120.000.
Su perímetro estaba protegido por muros y alambres electrificados que convertían en cadáveres a todo aquel que intentaba huir.
En el interior los prisioneros eran obligados a trabajar en la cantera bajo situaciones tan extremas que muy a menudo eran la propia causa de su muerte, junto con el hambre, las enfermedades, los fusilamientos y los experimentos médicos a los que eran sometidos. Mauthausen fue clasificado por las autoridades nazis como un campo de categoría III, en los que los reclusos soportaban las condiciones más duras por ser considerados más peligrosos para el Reich.
A partir de 1943, las fuerzas nazis se vieron obligadas a iniciar la retirada en algunos frentes. Al principio intentaban trasladar los presos de los campos en las terribles marchas de la muerte y borraban toda huella de las actividades que habían tenido lugar allí. Sin embargo, a medida que se aproximaba el fin de la guerra la retirada se convirtió en una serie de movimientos de repliegue en ocasiones totalmente caóticos. Las organizaciones de resistencia clandestinas que se habían creado en el campo, la AMI (Aparato Militar Internacional) y el Comité Internacional tomaron el control cuando los alemanes lo abandonaron durante los días 2 y 3 de mayo de 1945.
Poco después, el 5 de mayo llegaron las tropas estadounidenses, consumándose la liberación de uno de los lugares más vergonzantes de la historia de la humanidad.
El sargento Albert J. Kosiek, al mando de un pelotón de reconocimiento de la 11ª División Acorazada norteamericana formado por 23 hombres, se topó en su camino con lo que, tal y como explicó, eran «algunas personas que parecían estar en grandes jaulas». Aquel fue su primer contacto con Gusen III, uno de los centros de reclusión satélites cercanos al espeluznante campo de concentración de Mauthausen. A este lugar de pesadilla arribó poco después, tras convencer a sus mandos de que debía desviarse de su ruta original. Hizo bien y, como resultado, obtuvo el cariño eterno de los prisioneros.
Dr. Mario Burman