Abel Chajchir: Villa Domínguez en su vida

“TENEMOS LA OBLIGACIÓN MORAL DE CONTARLE A LA GENTE JOVEN DE DÓNDE VENIMOS PARA VALORAR LO QUE HEMOS LOGRADO”
Esta es la historia de un chico que creció realizando las labores cotidianas del campo y se convirtió en uno de los médicos cirujanos más prestigiosos de nuestro país. Moisés Abel Chajchir vivió en Villa Domínguez durante toda su infancia, luego realizó el secundario en Villaguay y posteriormente, por decisión de su padre Juan, toda la familia se trasladó a Buenos Aires para que él y su hermano Pedro pudieran estudiar carreras universitarias. Antes de terminar la facultad, Abel ya operaba en distintos centros de atención. Una vez recibido, trabajó en los hospitales más importantes de Buenos Aires para luego fundar sus propias clínicas. Realizó intervenciones quirúrgicas en varios países y brindó conferencias en todos los confines del planeta. EL PUEBLO lo entrevistó de esta manera. 
– ¿Dónde nació? ¿Dónde realizó sus estudios primarios y secundarios?
– Nací en el Hospital “Noé Yarcho” de Villa Domínguez hace 83 años. Realicé mis estudios primarios en la Escuela “Isidoro Suárez”, a la cual concurríamos a caballo junto a mi hermano Pedro y los chicos amigos de familias vecinas. En el frente del establecimiento educativo había árboles donde se ataban los caballos. El último año del ciclo primario ya íbamos en bicicleta, lo cual era todo un lujo para la época. Nuestra casa estaba bastante cercana al pueblo (1 km) porque mi abuelo lo solicitó así y aunque le tocó una menor cantidad de tierra, a él le convenía ya que podía ejercer el comercio. Mis tíos eran nueve, cuando nací sólo quedaban Mauricio, José y mi papá Juan. 
– ¿Cómo fue su infancia en el campo?
– Fue muy linda, tengo recuerdos maravillosos. Cuando volvíamos de la escuela con mi primo Mario, apenas desensillábamos los caballos, recolectábamos los huevos de los gallineros (alrededor de un cajón y medio por día). Luego, buscábamos las vacas lecheras con sus terneros y los encerrábamos separados en los corrales y el galpón, tarea nada sencilla porque se escondían entre los espinillos y era habitual pincharse. Habíamos construido un circuito para correr en bicicleta. A la noche nos iluminábamos con los faroles a kerosén o con lámparas “Aladino”. Tanto las actividades culturales que se realizaban en la biblioteca a través de las maestras, como los partidos de fútbol enfrentando a equipos de otros pueblos o las carreras cuadreras eran grandes acontecimientos. Mi abuelo materno Abraham, quien vivía en “La Capilla” (Ingeniero Sajaroff), era muy afecto a las carreras de caballos y me llevaba siempre con él. Mi papá y el tío José habían construido una enfardadora de alfalfa, así que junto a mi primo Mario vendíamos los fardos a los propietarios de caballos. 
– ¿Cómo después de haber crecido en el campo terminó estudiando medicina?
– Nosotros trabajábamos con mi papá en la hacienda y él se nutría de conocimientos leyendo libros de ganadería. Junto al tío José decidieron comprar animales de raza Shorton para sacar buena leche y vender la carne. Pero sucedía que los toros eran bastante grandes y las vacas chiquitas, entonces generalmente había inconvenientes en los partos, por lo cual papá me enseñó y aprendí adquiriendo cierta habilidad. Enlazaba por las patas delanteras y el hocico al ternero para luego atarlo a un petiso y poder sacarlo despacito. Papá también hacía la aversión del ternero, cuando venía de nalga, metía la mano adentro y lo daba vuelta. Me dijo que yo había aprendido mucho pero que no iba a estudiar veterinaria, porque el campo siempre era oprimido por el sistema político (pasaron 70 años y no ha cambado nada). Dijo que teníamos que dejar esta vida de andar “revolcándonos en la bosta por los corrales” e irnos a la gran ciudad para que yo pudiera estudiar medicina. Cuando terminé la secundaria en el Colegio Nacional “Martiniano Leguizamón” de Villaguay, decidió que toda la familia nos fuéramos a ir a vivir a Buenos Aires. Mi viejo junto al tío José, tenían casi 500 hectáreas de campo, lo cual significaba una buena posición económica pero sin embargo, él sacrificó todo para que mi hermano y yo pudiéramos ir a la universidad. No fue fácil trasplantarse desde un pueblito como Domínguez a una ciudad inmensa. Tuvimos que adaptarnos y aprender muchas cosas. Lo peor fue cuando tuve que ingresar a la facultad de medicina con poca preparación. Pero nosotros tenemos la obligación moral de contarle a la gente joven de dónde venimos para valorar lo que hemos logrado. 
– ¿Cómo fueron los inicios y el posterior desarrollo de su carrera? 
– Comencé como practicante en el Hospital “Evita” de Avellaneda, luego estuve en el Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez” y en el “Petrona Villegas de Cordero” en San Fernando, donde me especialicé en diarrea infantil e hidratación. En esa época también atendía los sábados en una salita de primeros auxilios cerca de la Panamericana. Trabajé durante tres años atendiendo muchísimos pacientes por día como pediatra y obstetra. Posteriormente me recibí y elegí quedarme en la Capital porque el profesor de cirugía me calificó con un diez y con esa nota logré que me tomaran como médico de urgencias en el Hospital Alvear, un nosocomio gigante con 1500 camas. Después de trabajar algunos años como cirujano general, me atraía la idea de hacer cirugía reconstructiva, ya que cuando estuve en San Fernando me pasé muchas tardes cociendo tendones y tratando accidentes de manos por lo cual adquirí una gran práctica. Junto a mi esposa Iliana juntamos dinero durante algunos años para viajar a Europa a especializarnos en cirugía plástica. Allá, los profesores nos decían que para desarrollar esta especialidad (por ejemplo reconstruir un rostro cuando faltan huesos) había que conocer las formas humanas y por ende teníamos que sumar conocimientos de arte, entonces nos interiorizamos con pintores y escultores en este tema. Tuve una excelente formación por la suerte de estar en el momento justo en los lugares indicados, porque cuando empezaron los grandes accidentes de ruta y una cantidad considerable de personas con heridas de bala, nosotros ya teníamos armado un equipo. Trabajábamos en conjunto con los ortopedistas en reconstrucciones de los  miembros. En estos casos, en primer término hay que salvar la vida, luego restaurar la función y por último reconstruir la forma. Cuando se cerró el Alvear me destinaron al Hospital de Oncología “María Curie”, donde trabajé durante cinco años. Después a través de un concurso ingresé a un hospital muy grande como el “Santojanni” y posteriormente me trasladaron a otro más chico, el “Zubizarreta”, donde llegué a atender 80 personas de consulta por día y 50 cirugías por semana, llegando a tener 14 médicos operando conmigo. También trabajé en el hospital “Santa Lucía”, que se especializa en cirugía de ojos. Luego me dediqué a la parte privada, tuve cinco clínicas de cirugía plástica, la última data de hace tres años (“Instituto Médico Quirúrgico Buenos Aires”) que está funcionando. La más longeva, “Barrancas de Belgrano”, que la tuve 30 años. También fui asesor de salud de la Ciudad de Buenos Aires. Junto a mi esposa pertenecemos a instituciones científicas centenarias tales como la Academia Nacional de Medicina, la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, la Sociedad de Buenos Aires de Cirugía Plástica y la Sociedad Argentina de Dermatología. 
– También realizó muchas operaciones y numerosas conferencias en el exterior. 
– Como inventé algunas técnicas de cirugía, me invitaban de varios países y me daban muchas ventajas para viajar a desarrollarlas en distintas conferencias y realizar intervenciones quirúrgicas como en Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Italia, Brasil y Japón. 
Familia
El Dr. Abel Chajchir es hijo de Juan Chajchir y Simona “Sima” Genijovich. Se casó hace 56 años con la Dra. Iliana Benzaquén, especialista en Dermatología Clínica Estética. Tuvieron dos hijos que también son médicos y trabajan en el “Instituto Médico Quirúrgico Buenos Aires”: Gustavo (cirujano plástico) e Irina (dermatóloga). Abel tiene 4 nietos: Nicolás, Kael y Yanik y Helena

Virus-free. www.avg.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *