Durante la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi de los Países Bajos llevó a tres adolescentes a convertirse en feroces combatientes de la resistencia.
Hannie Schaft tenía 19 años y las hermanas Truus y Freddie Oversteegen solo 16 y 14 años respectivamente cuando los nazis ocuparon su país, el 10 de mayo de 1940.
Truus y Freddie Oversteegen nacieron en la localidad de Schoten -hoy parte de Haarlem- y crecieron solo con su madre, una mujer de profundas convicciones antifascistas.
En entrevistas con la antropóloga Ellis Jonker, recogidas en el libro de 2014 «Under Fire: Women and World War II», Freddie Oversteegen recordó que su madre las alentaba a hacer muñecas para los niños que sufrían en la Guerra Civil española, y que a principios de la década de 1930 se ofreció como voluntaria en la International Red Aid, una especie de Cruz Roja comunista para presos políticos en todo el mundo.
Aunque vivían en la pobreza, la familia acogió a refugiados de Alemania y Ámsterdam, incluida una pareja judía y una madre y un hijo que vivían en su ático.
Cuando llegaron los nazis, los refugiados fueron trasladadas a otro lugar ya que los líderes de la comunidad judía temían una posible incursión debido a las tendencias políticas bien conocidas de la familia Oversteegen.
«Todos fueron deportados y asesinados», le dijo Freddie Oversteegen a Jonker. «Nunca volvimos a saber de ellos. Todavía me conmueve terriblemente, cada vez que hablo de eso».
Las dos hermanas y su amiga Hannie Schaft, una joven pelirroja que dejó sus estudios de Derecho en la universidad tras negarse a jurar lealtad a Alemania, fueron prominentes miembros de la resistencia.
Las tres son recordadas por su técnica para atraer a los colaboradores de los nazis hacia el bosque y luego ejecutarlos.
Una célula especial
Cuando empezó la ocupación, las hermanas Oversteegen empezaron con pequeñas tareas para la floreciente resistencia clandestina. Distribuían panfletos («¡Los Países Bajos tienen que ser libres!») y pegaban carteles antinazis («¡Por cada hombre holandés que trabaje en Alemania, un hombre alemán irá al frente!»).
Se creía que la resistencia holandesa era una tarea de hombres en una guerra de hombres. Si las mujeres se involucraban, se pensaba, probablemente no harían más que entregar panfletos o periódicos antialemanes.
Las dos hermanas y su amiga Hannie Schaft, una joven pelirroja que dejó sus estudios de Derecho en la universidad tras negarse a jurar lealtad a Alemania, fueron prominentes miembros de la resistencia.
Las tres son recordadas por su técnica para atraer a los colaboradores de los nazis hacia el bosque y luego ejecutarlos.
Pero los esfuerzos de las hermanas Oversteegen llamaron la atención de Frans van der Wiel, comandante del Consejo de Resistencia clandestino de Haarlem, que las invitó a unirse a su equipo, con el permiso de su madre.
«Creo que eran solo unas tímidas adolescentes. La guerra las convirtió pronto en mujeres valientes», dice Martin Menger, hijo de Truus Oversteegen.
Las hermanas Oversteegen formaban oficialmente parte de una célula de resistencia conformada por siete personas, que creció en 1943 con la incorporación de Schaft.
Pero las tres chicas trabajaban sobre todo como una unidad independiente, siguiendo instrucciones del Consejo de Resistencia, según Jeroen Pliester, presidente de la Fundación Hannie Schaft.
Así, Truus y Freddie Oversteegen y Hannie Schaft eran excepciones: tres mujeres adolescentes que tomaron las armas contra los nazis y los «traidores» holandeses a las afueras de Ámsterdam.
«Era bastante excepcional que chicas jóvenes participaran en la resistencia armada, y especialmente que ejecutaran a traidores, que es algo que hicieron estas tres adolescentes», dice Liesbeth van der Horst, directora del Museo de la resistencia holandesa.
Atraían a sus víctimas
Pronto su rol comenzó a ser más activo, involucrando la acción directa.
«Más tarde él (el comandante Frans van der Wiel) nos dijo qué teníamos que hacer en realidad: sabotear puentes y líneas de ferrocarril», dijo Truus Oversteegen en su conversación con Jonker.
«Le dijimos que nos gustaría hacer eso. «Y aprender a disparar, a disparar a los nazis», agregó.
Su inusual célula se encargaba generalmente de colaboradores locales.
«Más que alemanes, estas jóvenes ejecutaron principalmente a traidores holandeses, simplemente porque con frecuencia eran una amenaza aún mayor que los nazis», cuenta Truus Menger, hija de Truus Oversteegen.
Según el relato de la propia Truus, fue su hermana Freddie la primera en disparar y matar a alguien. «Fue trágico y muy difícil, y luego lloramos por eso», dijo.
«No creíamos nos adaptaríamos, nunca nadie se adapta, a menos que seas un verdadero delincuente… Uno pierde todo. Envenena las cosas bellas de la vida».
Remy Dekker, hijo de Freddie, cree eso ocurrió cuando su madre tenía 15 o 16 años.
Pie de foto, Freddie Oversteegen le disparó por primera vez a una persona con 15 o 16 años.
«Ella ejecutó a una mujer que, según la resistencia, quería pasarle los nombres de todos los judíos de Haarlem a los servicios de inteligencia nazi», cuenta Dekker.
«Mi madre se aproximó a esta mujer en un parque y le preguntó su nombre para confirmar se identidad. Una vez que lo hizo, le disparó».
Tal vez en su acción más atrevida, las tres adolescentes sacaban provecho de su apariencia joven e inofensiva para atraer a sus objetivos en tabernas o bares. Les preguntaron si querían «dar un paseo» en el bosque y los «liquidaban».
«Teníamos que hacerlo», le dijo Truus Oversteegen a un entrevistador.
«Era un mal necesario, matar a los que traicionaron a la gente buena». Cuando se le preguntó a cuántas personas había matado o ayudado a matar, ella objetó: «Uno no le preguntaría nada de eso a un soldado».
«Llevar a los nazis y a los traidores al bosque era algo brillante, porque ellos creían que estaban flirteando con las adolescentes», dice Dekker.
«Obviamente en el bosque no ocurría nada. Antes de que intentaran besarlas, la acción estaba hecha».
Sin embargo, no todas las ejecuciones seguían el mismo esquema.
«A veces asesinaban a sus víctimas cuando iban en sus bicicletas, para poder alejarse rápidamente», dice Martin Menger. «Estas ejecuciones tenían poco que ver con el flirteo».
Íconos de la resistencia femenina
Schaft, cuyo pelo rojo la hacía reconocible para los nazis, fue atrapada y ejecutada el 17 de abril de 1945. Tenía 24 años.
Solo 18 días después, los Países Bajos fueron liberados.
Aproximadamente tres cuartos de la población judía holandesa fue asesinada durante la ocupación.
«Cuando era solo un niño, con apenas unos 8 años, teníamos un libro de historia en la escuela sobre una chica de pelo rojo Hannie Schaft», recuerda Dekker.
«Mientras lo leía, mi madre empezó a llorar. Me contó que había sido su amiga durante la guerra y que había sido asesinada por los alemanes».
«Ella mencionaba a la guerra y a Hannie con frecuencia. Es algo que llevó con ella toda su vida, el hecho de que ella sobreviviera a la guerra y Hannie no».
Las hermanas Oversteegen sobrevivieron a la guerra y tuvieron largas vidas.
En 1996 crearon la Fundación Hannie Schaft, para promover el legado de su amiga.
«Schaft se convirtió en el ícono nacional de la resistencia femenina», dijo Pliester, el director de la Fundación.
Después de que la guerra, Truus Oversteegen trabajó como artista, haciendo pinturas y esculturas inspiradas en sus años en la resistencia, y escribió sus memorias. Murió en 2016.
Su hermana Freddie le dijo a Vice en 2016 que hizo frente a los traumas de la guerra «casándose y teniendo hijos». Murió en 2018.
En entrevistas, Freddie Oversteegen a menudo hablaba de la sensación física de matar, no la sensación de apretar el gatillo, sino el inevitable colapso que seguía, la caída de sus víctimas al suelo.
«Sí», le dijo a un entrevistador, según el periódico holandés IJmuider Courant, «Yo misma disparé un arma y los vi caer. ¿Y qué hay dentro de nosotros en ese momento? Quieres ayudarlos a levantarse».